Es lo que tiene escribir en La Vanguardia: acompañar al Rey Melchor en su carroza mientras un speaker pesado grita a cada esquina: os saluda el Rey Melchor. Barcelona no organiza una cabalgata de Reyes: monta un sueño. Con 1.325 actuantes, tres horas de duración y un kilómetro de magia desde la primera carroza hasta la última, la ciudad convierte la víspera de Reyes en un espectáculo que deslumbra tanto a los niños como a los adultos. Es más que una tradición; es una coreografía inmensa dirigida por Barbarana Pons el relevo de Marta Almirall. Todo diseñado con cada detalle y cuidado al milímetro, que transforma las calles en un escenario donde la ilusión es protagonista. Barbarana dirige una impresionante tribu de profesionales: desde coreógrafos, maquilladoras, personal de vestuario y un gran equipo técnico y de logística del ICUB.
Desde el primer tambor hasta la última chispa de confeti, la cabalgata de Barcelona despliega un universo único. Cada carroza cuenta una historia: un vagón de metro que celebra su centenario o una repleta de regalos que parece haber salido directamente del taller de los Reyes Magos o una carroza llena de buen humor que ofrece carbón con música en directo. Las luces, diseñadas para hipnotizar, iluminan la noche con un brillo que se refleja en los ojos de miles de niños, quienes observan con la mezcla perfecta de sorpresa y emoción.
Desde el primer tambor hasta la última chispa de confeti, la cabalgata de Barcelona despliega un universo único
El espectáculo no solo transcurre sobre las carrozas. Las calles son un río humano en movimiento. Increíble la capacidad de convocatoria de esta cabalgata. Familias enteras, abrigadas contra el frío, buscan el mejor lugar mientras los niños estiran las manos para atrapar los caramelos, al final de la cabalgata, que caen del cielo. Los padres, entre fotos, videos y aplausos, no pueden evitar sonreír al ver cómo sus pequeños viven esa noche como algo irrepetible. Y, en realidad, lo es: cada año, Barcelona se supera, añadiendo más fantasía, más espectáculo, más magia. La actriz Mònica Lucchetti pasea organizando un grupo de jóvenes actores i actrices, sus movimientos. Esa Lucchetti, nieta, hija y madre de una dinastía de actores inolvidables.
Las tres horas pasan como un suspiro. Entre actuaciones que mezclan teatro, música y danza, el público pierde la noción del tiempo. Un momento están aplaudiendo al Rey Melchor, y al siguiente, Gaspar saluda desde su trono con la majestuosidad de quien sabe que está cumpliendo sueños. Baltasar, siempre el favorito de los más pequeños, cierra la comitiva con la energía de un desfile que parece no querer acabar nunca.
Cuando la última carroza desaparece y las calles comienzan a vaciarse, queda algo en el aire. No es solo el eco de las risas ni los restos de confeti por el suelo de la calle Sepúlveda; es una sensación de plenitud, de haber sido parte de algo especial. La cabalgata de Barcelona no es solo un desfile: es un regalo. Una noche en la que la ciudad se convierte en un gigantesco cuento de hadas, donde cada detalle -desde los disfraces hasta la sonrisa de los impagables voluntarios- está diseñado para recordarnos que, aunque crezcamos, la magia siempre estará ahí, esperándonos.