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martes, junio 17, 2025

La casa donde nació Palito Ortega en Tucumán: cómo está hoy y qué recuerdos la habitan

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En Lules, un pintoresco pueblo tucumano, resiste una casita de paredes alisadas en beige y techo de chapa, donde hace 84 años llegó al mundo Ramón Bautista Ortega, más conocido como Palito. Aún en pie, la humilde morada conserva una ventana de madera, una vieja batea para lavar ropa y un patio que cuenta historias de esfuerzo y sueños.

Este Día del padre, Julieta Ortega, una de sus seis hijos, visitó ese hogar modesto en plena gira con la obra Sex. La actriz armó un viaje atravesado por la memoria: publicó en Instagram una serie de fotos cargadas de emoción. «Fui a visitar tu casa, papá», escribió, conmovida mientras recorría el patio donde él jugó de chico .

Exterior de la casa de Palito en Lules, Tucumán.

Al compartir las fotos, Julieta fue objeto de cálidos mensajes. Gloria Carrá le expresó: «Regalo de la vida»; Maitena señaló: «Sí que se hizo de abajo tu viejo, eh. A puro talento y trabajo». Hasta Inés Estévez sumó sus palabras emotivas.

En paralelo, Julieta le dedicó a su padre un: “Te amo, te amo, te amo”.

Imágenes de la casa que vio nacer a uno de los artistas más conocidos del país.

Palito Ortega: de raíz humilde a leyenda argentina

Palito, retratado por Revista GENTE.

Palito nació en ese hogar sencillo, hijo de un obrero azucarero. Sus primeros años estuvieron marcados por pequeñas tareas: deslustrar zapatos, vender periódicos y hasta ayudar en labores del campo. Ese origen humilde forjó, sin dudas, el carácter trabajador y perseverante que lo acompañó luego durante toda su vida.

Esa casita en Lules no es solo un refugio nostálgico: es el emblema de un camino ascendente. Desde los modestos comienzos hasta convertirse en estrella musical, actor, cineasta y ex gobernador de Tucumán, Palito conservó vivo el orgullo de sus raíces.

Uno de los patios donde jugó Palito de chico.

Infancia de barro, azúcar y sueños

El apodo “Palito” se lo puso una vecina porque, según cuenta, era tan flaquito que parecía un escarbadientes. Entre cañas de azúcar y juegos en la calle, surgió el carácter de un pibe curioso, trabajador y con oído fino para la música.

Interior de la casa que resiste.

En su infancia no hubo televisión, ni juguetes caros, ni viajes. Pero sí hubo guitarras, zambas, y tardes enteras escuchando a los adultos cantar en el patio. Más de una vez lo contaría en entrevistas: la música le salvó la vida

A los 10 años, Ramón tomó la decisión que cambiaría su destino: se subió a un tren rumbo a Buenos Aires. No tenía contactos, ni plata, ni un plan demasiado claro. Pero tenía hambre de futuro.

Llegó a la Capital como tantos chicos del interior en los años 50: con el corazón lleno de ilusiones y los bolsillos vacíos. Durmió en plazas, comió cuando pudo y empezó a buscarse la vida. Primero como cadete en una radio, después como asistente, hasta que, finalmente, logró subirse a un escenario.

Julieta aprovechó su viaje para reencontrarse con sus orígenes.

El gran salto vino con el Club del Clan, el programa de TV que lo consagró como ídolo de la juventud. Lo que vino después es historia: éxitos discográficos, giras por toda América, películas taquilleras, amistades con Sandro, Maradona, Luis Miguel, e incluso incursiones en la política. Pero todo eso nació en ese cuartito de Lules, donde todavía hay marcas en la pared de cuando Ramón medía cuánto iba creciendo.

Redacción

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