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lunes, octubre 20, 2025

La casona de 120 años oculta en un campo de la Patagonia donde se logró un impresionante hito con el maíz

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La historia de la familia Garbers en Río Negro comienza mucho antes de que Otto naciera. Su bisabuelo había comprado un campo llamado La Julia, entre Colonia Josefa y General Conesa, una inmensa propiedad de 60.000 hectáreas donde había alfalfa, ovejas y vacas Aberdeen Angus. Su abuelo Emilio Garbers, recibido en 1913 como ingeniero agrónomo en la primera camada de la UBA, se trasladó allí con su familia. Uno de sus hijos, el padre de Otto, nació en Buenos Aires, estudió ingeniería química y trabajó en una empresa farmacéutica. En 1962, tras haber quedado sin empleo, la familia descubrió en el diario una chacra con casa a la venta en Luis Beltrán, en el Valle Medio del río Negro. “Mi madre conoció la casa y dijo: ‘me vengo a vivir acá’. Llegué a esta casa en octubre del 63. Mi padre ya conocía la vida rural en Río Negro porque veníamos de vacaciones al campo de mi abuelo”, recuerda Otto.  

La chacra tenía cien hectáreas y una antigua casa de campo que había pertenecido a un inmigrante italiano, Enrico de Micheli, que la construyó hace más de un siglo. La familia se instaló allí, y Otto pasó en poco tiempo de ser alumno del Colegio San Agustín, en Buenos Aires, a convertirse en el primer alumno de la escuela rural del lugar, según relata. Su padre inauguró la chacra con plantaciones de tomate, una producción característica de la zona en aquellos años. Sin embargo, en 1975, falleció a los 50 años, dejando a su esposa y a sus hijos al frente del establecimiento. “Mi madre se quedó con la chacra y la alquiló, vivíamos de esa renta. Yo tenía ganas de estudiar agronomía, pero murió mi padre y no pude”, cuenta Otto.  


La vivienda donde hoy vive Otto Garbers, ubicada a 15 minutos de la localidad rionegrina de Luis Beltrán, tiene 120 años y guarda, además de la historia familiar, la de sus anteriores dueños. La misma conserva materiales y muebles traídos desde la región italiana del Lago de Como por De Micheli, que no llegó a disfrutarla en familia: el Principessa Mafalda, el barco en el que venían a Argentina naufragó, y solo sobrevivieron su esposa y su hijo. La mujer vendió todo y regresó a Italia, iniciando una larga cadena de propietarios que con el tiempo redujeron la extensión original. Cuando la familia Garbers la compró, quedaban cien hectáreas.  

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Una casona oculta en Río Negro. Foto: Juan Thomes. Una casona oculta en Río Negro. Foto: Juan Thomes.

Una casona oculta en Río Negro. Foto: Juan Thomes.

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La casa de Otto Garbers desde el aire. Foto: Juan Thomes. La casa de Otto Garbers desde el aire. Foto: Juan Thomes.

La casa de Otto Garbers desde el aire. Foto: Juan Thomes.

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Una casa y un museo. Foto: Juan Thomes. Una casa y un museo. Foto: Juan Thomes.

Una casa y un museo. Foto: Juan Thomes.

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Una casa con historia en Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes. Una casa con historia en Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.

Una casa con historia en Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.

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Una casa con historia en la Patagonia. Foto: Juan Thomes. Una casa con historia en la Patagonia. Foto: Juan Thomes.

Una casa con historia en la Patagonia. Foto: Juan Thomes.

“Mi abuelo, que era agrónomo, le dijo a mi padre que la mitad de la chacra era buena y la mitad era mala. Estas son tierras aluvionales, muy heterogéneas. Pero a mi madre le gustó la casa, y fue ella la que dijo: ‘me vengo a vivir acá’”, relata Otto, mientras señala los muebles antiguos que aún se conservan en varios ambientes de la llamativa y hermosa casa antigua en medio de la chacra.   

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La casa de Otto Garbers, por dentro. Foto: Juan Thomes. La casa de Otto Garbers, por dentro. Foto: Juan Thomes.

La casa de Otto Garbers, por dentro. Foto: Juan Thomes.

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Antiguos ventanales en la casona de Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes. Antiguos ventanales en la casona de Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.

Antiguos ventanales en la casona de Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.

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Biblioteca en la casona histórica. Foto: Juan Thomes. Biblioteca en la casona histórica. Foto: Juan Thomes.

Biblioteca en la casona histórica. Foto: Juan Thomes.

Durante su infancia, la chacra fue testigo de los cambios productivos y de las primeras experiencias agrícolas de su padre, también llamado Otto. “Lo primero que hizo fue plantar tomates, después hizo 10 hectáreas de peras y 10 de manzanas con plantas de Juan Rosauer, su amigo. Cuando vine en el 85 todavía estaban esos montes frutales”, recuerda.  

El pasado productivo del campo en Río Negro: de la fruta a la forestación 


Después de la muerte de su padre, Otto se alejó del campo durante varios años. En 1978 viajó a Estados Unidos como petisero de caballos de polo y pasó temporadas en Europa y Medio Oriente. Regresó en 1983, ya con la democracia restablecida, y dos años más tarde decidió volver definitivamente a Río Negro para hacerse cargo de la chacra. “Mi madre se fue a vivir a Pinamar y alguien tenía que trabajar el campo. Teníamos este patrimonio y yo tenía ganas de hacerlo. Ya había visto el mundo y era hora de volver”, dice.

El panorama, sin embargo, no era sencillo. Los frutales, aunque desordenados, seguían en pie, pero el sistema de comercialización lo desalentó. “Cuando terminé la cosecha, me querían pagar a los 90 o 120 días. Venía de Estados Unidos, donde eso no existía. Dije: ‘esto no es para mí’. Y arranqué todos los frutales”, recuerda.   

Otto Garbers, en la terraza de su casa llena de historia. Foto: Juan Thomes.
Otto Garbers, en la terraza de su casa llena de historia. Foto: Juan Thomes.

En su lugar plantó tomate para industria, zapallo y maíz, hasta que dos amigos ingenieros le propusieron desarrollar un plan forestal en la segunda mitad de los 1980. “Con eso emparejé la chacra. Hice 50 hectáreas de forestación con la idea de tener madera y hacer tablas para toda la vida, pero la energía eléctrica no llegaba nunca. La trifásica me llegó recién en 2008. Cuando talé, a partir del décimo año, tuve que vender la madera como producto primitivo, con un costo altísimo.”  

Durante esos años, alternó el trabajo propio con empleos fuera del campo. Fue jefe de compras en un galpón de empaque del Valle Medio y más tarde gerente del matadero municipal de Luis Beltrán, donde permaneció ocho años. “Los vaivenes de la economía te llevan del pedestal al suelo. Trabajé 12 años en el empaque, recorría chacras, hacía de todo. Con el sueldo mantenía mi campo. Uno no es millonario con una chacra”, dice Garbers. En paralelo, participó en la creación del consorcio de riego Los Pioneros, del cual fue su segundo presidente. “En el 85 me di cuenta de que no sabíamos aprovechar el agua. Le estamos dando la espalda al río Negro y a los sistemas de riego”, afirma.  

El negocio definitivo y un hito impresionante


La estabilidad llegó con el tiempo y con una fórmula sencilla: alfalfa, maíz y luego ganadería. Otto comenzó a producir su propio alimento para los animales. “Empecé con un pequeño engorde. Compraba terneros de 200 kilos y los llevaba a 380 o 400. Compré 40, vendí 20 para pagar deudas y con los otros 20 compré más terneros”, cuenta.   

Corrales en el campo de Garbers en Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.
Corrales en el campo de Garbers en Luis Beltrán. Foto: Juan Thomes.

Con los años incorporó maíz para silo y cerró el círculo productivo. “Con la ganadería se unió la comercialización con la producción. Antes vendía la alfalfa en rollos, pero cuando la usé para la hacienda todo empezó a tener sentido. Todo lo que produzco de alfalfa es alimento para los animales”, describe.  

Los rindes acompañaron esa consolidación. “De alfalfa he hecho cerca de 16.000 kilos de materia seca por hectárea, y de maíz para cortapicado he sacado entre 45.000 y 75.000 kilos de materia verde. Llegué a tener cuadros de 120.000 kilos, pero no me creen cuando lo digo”, comenta entre risas.   

Foto de Otto en un maizal: llegó a lograr 120 toneladas de materia verde por hectárea de maíz para silo.
Foto de Otto en un maizal: llegó a lograr 120 toneladas de materia verde por hectárea de maíz para silo.

Sin embargo, el zootecnista Genaro “Quique” Grazia (que le hizo el cortapicado con una máquina que traía de Pehuajó) y la técnica del INTA, Verónica Favere, dieron fe de los altos rindes. Grazia reveló que antes del maíz, en esos cuadros había ganado, y que lo que hizo Otto fue cruzar los comederos para que el estiércol se distribuyera. Eso, sumado a buena fertilización, tierra y riego, se tradujo en una productividad excepcional. “Tal era el volumen de ese maíz que tuvimos frenar la tracción dos veces para evitar que la máquina se atorara. El chofer dijo que era la primera vez que veía algo así”, relató Quique. Fue un hito productivo que nunca más se ha logrado repetir.  

En total, la chacra de Garbers tiene 41 hectáreas netas, todas bajo riego por manto. “El riego lo hago todo por canal, a través del consorcio. Los consorcios están bien administrados por los productores”, valora.  

A los 70 años, Otto enfrenta una nueva etapa. Una circunstancia personal lo obligó a parar y arrendar la tierra a un amigo. “Si no la alquilaba, se me venía abajo. Ahora estoy jubilado y estoy solo acá y en esto. El año pasado y este la chacra estuvo arrendada, y veré si el año que viene vuelvo a trabajarla”, cuenta.  

Alfalfa y ganado, corazón productivo de la chacra de Garbers. Foto: Juan Thomes.
Alfalfa y ganado, corazón productivo de la chacra de Garbers. Foto: Juan Thomes.

El campo, sin embargo, sigue siendo su lugar. “Le encontré la vuelta con la alfalfa”, dice. La chacra que su madre, María Rosa Flesca, eligió hace 63 años sigue en pie, con la misma casa centenaria y la historia de cuatro generaciones que se cruzan entre la agricultura, la ganadería y el arraigo al Valle Medio.

Redacción

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