Andy Warhol está encogido, con una cicatriz que le parte el abdomen y una faja para sostenerlo. Los tonos son de quirófano: helados.
Es 1970 y hace dos años que Valerie Solanas le disparó en The Factory, semillero de artes y delirios que él, cerebro y divo del pop, lideraba en Nueva York.
“Warhol ya no era el ícono inalcanzable, era un hombre frágil, y eso es lo que quise mostrar. La vulnerabilidad también es belleza”, explicó Alice Neel, la pintora de ese cuadro, en una entrevista para el Museo Whitney de esa ciudad.
Así retrataba Neel. No pintaba rostros, pintaba vidas. Se definió perfectamente: “Soy una coleccionista de almas».
Andy Warhol por Alice Neel. Foto: archivoAlice Neel usó estrategias expresionistas (deformación de cuerpos y juegos de luces y sombras) pero es mejor definirla por su capacidad para mirar sin prejuicios y con una ternura áspera (le dejó puesta la peluca a Warhol) a quienes no se solía registrar.
De hecho, Warhol fue casi una excepción en la obra de Neel, aunque a esa pintura se la considera entre sus creaciones maestras.
A Alice se la reconoce por desnudos provocadores de mujeres «comunes» (ni vírgenes ni prostitutas), entre ellos, los de embarazadas que cargan panza y pechos como “muebles”, según señaló.
También, por sus retratos de chicos exhaustos y esperanzados (y armados), queers y otros vecinos suyos del Harlem latino, donde vivió entre las décadas de 1930 y 1960.
Aunque su pintura de una maternidad que parece un psiquiátrico y sus naturalezas muertas con pavos del Día de Gracias en la pileta de la cocina son imprescindibles.
Alice Neel. María embarazada, de 1964. Foto: archivo
Héroes y miserables
Alice Neel era blanca. Nació en 1900 y fue criada en Colwyn, un pueblito de Pennsylvania. Su vida estuvo marcada por pérdidas. Tuvo cuatro hijos con tres hombres. Santillana murió de bebé por difteria e Isabetta -a quien el padre secuestró para criarla en su Cuba natal, por lo que Alice terminó internada-, se suicidó de adulta.
“Fueron golpes que nunca superé del todo. Pero el dolor también me dio una profundidad para mirar con compasión real”, declaró.
Hay más. Con esas heridas a cuestas, tuvo un romance con un marinero adicto a la heroína que le quemó sus pinturas y dibujos. A algunos, como un retrato de Isabetta, los volvió a crear.
Georgi Arce, de 1955. ArchivoAlice Neel no iba a parar hasta el final. Poco después, conoció al puertorriqueño Santiago Negrón y se fue a vivir con él al Harlem latino. Tuvieron a Richard y enseguida los abandonó. “Seguí pintando”, dijo ella. “Solía trabajar cuando el bebé dormía”.
Volvió a enamorarse del fotógrafo, cineasta y militante comunista, Sam Brody, con quien tuvo a su cuarto hijo, Hartley, a quien también crió casi sola.
“Alice amaba al miserable en el héroe y al héroe en el miserable”, marcó una de sus nueras.
Neel contó: “Cuando elegía hombres, lo hacía como los empresarios ricos eligen mujeres. Elegía a los que eran hermosos. Una de las razones por las que me gustaba la gente excéntrica era esa infancia aburrida en un pequeño pueblo. Saben, la gente piensa que soy bohemia, que solo saltaba de una cosa a otra, pero pasé por un infierno cada vez”.
«Chicos dominicanos de la calle 108», de Alice Neel. Foto: archivo
Honestidad brutal
Alice Neel vivió en un Harlem repleto de desigualdades raciales y económicas que pocos quería mirar. Aunque una vez que ella las pintaba no podían pasar desapercibidas.
Antes de que Negrón la dejara, retrató a su cuñado pálido y vendado tras una intervención en un pulmón. La tuberculosis se propagaba rápido en barriadas superpobladas.
Neel se quedó prácticamente sola con dos hijos. Tuvo que arreglárselas con la asistencia social. Y mientras tanto encontró en el barrio modelos que vivían al margen del sueño americano. No los endiosó ni victimizó: la mayoría de las veces subrayó su humanidad.
Recién en los ‘60, con el auge feminista, Alice Neel volvió recargada al centro de la escena artística y terminaría consagrada en grandes museos y en el Instituto de Artes y Letras de su país.
Alice Neel. Autorretrato de 1980. ArchivoHoy, en un mundo saturado de pobreza e imágenes de falsa perfección digital, su obra adquiere una fuerza renovada.
La artista, quien vivió y pintó casi hasta los 90 años, dejó en sus cuadros espejos para reconocernos sin desconocer a los demás. Esa es la gran lección que su legado seguirá ofreciendo, con el sello Neel de honestidad brutal.
Hay, al menos, algo más. Una vez le preguntaron a Alice Neel qué hay que tener para ser artista. «Hipersensibilidad y la voluntad del diablo. Nunca rendirse», respondió. Como en la vida.





