La Via Veneto en Roma es conocida por ser el escenario de La Dolce Vita de Fellini. Entre Piazza Barberini y la Villa Borghese, es la dirección de Nuestra Señora de la Concepción, un lugar que parece discreto. Sin embargo, detrás de su fachada de ladrillo rojizo se esconde un espacio singular y a la vez impactante: una cripta decorada con los restos de unos 4.000 monjes capuchinos.
Los huesos de estos religiosos se convirtieron en un monumento para recorrer y sorprenderse, y que invita a reflexionar sobre la vida y la fugacidad de la existencia. El edificio, construido en el siglo XVII por encargo del papa Urbano VIII, fue fundado por su hermano, el cardenal Antonio Marcello Barberini, fraile capuchino. Fue él quien, al trasladarse la orden a este nuevo convento, se llevó los restos del antiguo cementerio de la iglesia de San Bonaventura.
Fue entonces cuando los huesos de miles de frailes se transformaron en un «memento mori» monumental, un recordatorio de que la muerte nos iguala a todos. Y este monumento no fue obra de un “genio ermitaño” ni de un “sacerdote grotesco” como el marqués de Sade solía decir. Su propósito, como lo entendían los capuchinos, era humilde: un recordatorio de la condición mortal del hombre.
A pesar de que su intención no era la de crear una obra artística, la forma en que los huesos están dispuestos en las seis capillas de la cripta es, sin dudas, un trabajo de gran valor estético. Cada capilla está decorada con una parte específica del esqueleto: se encuentran la capilla de las calaveras, la de las tibias y fémures, la de las caderas, entre otras.

Más allá de las ornamentaciones, la cripta también alberga los cuerpos momificados de algunos frailes, ataviados con su característico hábito y sosteniendo cruces. De entre las osamentas, sobresale una figura central de la muerte que cuelga del techo y sostiene una guadaña en una mano y una balanza en la otra. Cuentan que esta figura, que simboliza sentencias justas, podría ser la de una princesa Barberini.
A lo largo de la historia, este lugar ha fascinado a grandes figuras, desde el marqués de Sade hasta Mark Twain, quienes se han mostrado sorprendidos y a la vez atraídos por su macabro encanto. El ambiente del lugar es sobrio y silencioso, solo interrumpido por el paso de los visitantes que buscan en la cripta un espacio de reflexión.
El mensaje que los monjes quisieron dejar grabado en este lugar es tan directo como impactante: «Éramos lo que sois, y lo que somos, seréis». Este epitafio, junto con la exhibición de los huesos, funciona como una invitación a meditar sobre la fugacidad de la vida, y lo hace de una manera única y visualmente potente.

Detalles para conocer antes de visitar
- Horarios de acceso: la cripta de los capuchinos abre al público de manera regular, con horarios que pueden variar según la temporada. Se recomienda verificar los horarios en sitios web oficiales antes de planificar la visita.
- Entrada: el acceso al recinto es pago, y el costo de la entrada incluye el ingreso al museo que se encuentra en la parte superior.
- Ubicación: se encuentra en Via Veneto 27, cerca de la Piazza Barberini y del metro Barberini, lo que la hace de fácil acceso.
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