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martes, junio 24, 2025

La crisis de seguridad en América Latina impulsa a la derecha

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Casi dos semanas después de un intento de asesinato, el senador colombiano Miguel Uribe Turbay permanece en estado crítico en un hospital de Bogotá. El ataque contra este carismático aspirante presidencial, de 39 años, conmocionó a Colombia, y miles de personassalieron a las callesen solidaridad, exigiendo paz y el fin de la ola de violencia que azota al país.

El cruel episodio revivió recuerdos de los trágicos años de Pablo Escobar, cuando los cárteles de la droga y la guerrilla dominaron la vida y la muerte en Colombia durante las décadas de 1980 y 1990.

Hay similitudes: la devastadora combinación de negocios ilegales multimillonarios, la creciente demanda de drogas, las sangrientas luchas por el territorio y los mercados y las ineficaces políticas de seguridad están desestabilizando la nación andina.

Sin embargo, no se trata de un problema exclusivamente de Colombia: desde México hasta Ecuador, pasando por Perú, gran parte de Latinoamérica vive una época oscura, dominada por la violencia, la delincuencia y la corrupción. Y lo que es más grave: la violencia política se está normalizando, tal y como lo demostró el asesinato del candidato ecuatoriano Fernando Villavicencio en 2023.

Según las encuestas, la inseguridad, el narcotráfico y la corrupción encabezan constantemente las preocupaciones de los ciudadanos, situándose incluso por encima de la inflación o el estado de la justicia.

Con un ciclo electoral clave en marcha, la crisis de seguridad será determinante en Brasil, Chile, Colombia y Perú, cuatro de las seis principales economías de la región, que elegirán presidente durante los próximos 16 meses.

Inseguridad  en Latinoamérica

La crisis de seguridad en Latinoamérica la empuja a la derecha.Algunos de los temas más importantes para los votantes, mayo de 2025, liderando la preocupaciones está la inseguridad.(FuenteAtlasIntel/Bloomberg)

Esto es una mala noticia para los gobernantes, en su mayoría de izquierdas, que dirigen estos países: justos o no, se considera que sus gobiernos tienen un enfoque más blando frente a la delincuencia, ya sea por su animadversión hacia el aparato de seguridad, por estrategias ineficaces o simplemente por falta de posicionamiento político.

Esa percepción explica en parte la caída de sus índices de aprobación; es probable que los votantes les castiguen en las urnas, y los candidatos que son duros con la delincuencia están en condiciones de ganar terreno.

Ecuador, donde Daniel Noboa ganó la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en abril con un fuerte mensaje contra la delincuencia, es un anticipo de lo que está por venir.

Incluso la presidenta de izquierdas de México, Claudia Sheinbaum, está esforzándose por mejorar los indicadores de delincuencia del país, ya que es consciente de las perjudiciales consecuencias políticas que tendría no satisfacer esta demanda ciudadana.

Habrá quienes celebrarán este posible giro hacia la derecha tras la marea rosa pospandémica que arrasó la región.

Los inversionistas recibirán con agrado la agenda de austeridad fiscal, la menor intervención estatal y las políticas más amigables con los negocios que conllevan los gobiernos más conservadores.

“Si los gobiernos de América Latina adoptan una mayor responsabilidad fiscal, se podría eliminar parcialmente una fuente clave de prima de riesgo”, escribió Brendan McKenna, economista de Wells Fargo & Co. en Nueva York. “La gran mayoría de las elecciones, si no todas, dará lugar a gobiernos de derecha”.

Muchas de las economías de América Latina necesitan un nuevo enfoque. Pero en lo que respecta al crimen, no debemos engañarnos: abordar el problema de la inseguridad requerirá algo más que cambios ideológicos o posturas duras.

La naturaleza transnacional de los conglomerados criminales modernos y su acceso a armamento sofisticado, recursos financieros y tecnología los convierten en un rival formidable para el Estado.

Más allá de aumentar los presupuestos de seguridad y centrarse en una policía local bien entrenada, las autoridades individuales no pueden hacer mucho sin coordinar estrategias con sus vecinos y otros actores clave.

Ecuador, que hasta hace poco era uno de los países más seguros de la región, es nuevamente un buen ejemplo de la naturaleza transfronteriza de estas bandas regionales, que operan en zonas rurales, pero cada vez más también en centros urbanos.

El gobierno de EE.UU., que está endureciendo su presión sobre los cárteles mexicanos, debería considerar el impacto que tales medidas pueden tener en una región andina en ebullición, terreno fértil para la combinación tóxica de narcoterrorismo, guerrillas y gangsterismo patrocinado por el Estado.

Quienes señalan a El Salvador bajo el mandato de Nayib Bukele como ejemplo de un país que erradicó las bandas criminales pasan por alto un punto clave: sí, los resultados son impresionantes, pero lo que los salvadoreños han tenido que sacrificar en términos de libertades individuales en aras de la máxima seguridad hace que el experimento sea simplemente inviable para naciones más grandes.

Puede que abunden los imitadores de Bukele porque, en este contexto, la retórica dura ayuda a ganar elecciones, pero eso no sustituye a políticas sólidas. Además, la combinación tóxica de delincuencia, corrupción y política no se limita a un solo lado del espectro ideológico.

Por eso, si queremos que América Latina se libre de la vergonzosa etiqueta de ser la región más violenta del mundo, las políticas de seguridad eficaces deben trascender gobiernos y vaivenes ideológicos, y perdurar en el tiempo. Eso tomará años, si no décadas, de arduo trabajo.

Mientras tanto, la crisis de inseguridad en la región se agrava, ensombrece la vida cotidiana de las familias, inquieta a los votantes y empodera a los partidarios de la mano dura contra el crimen. Bien podría ser suficiente para desatar una nueva “ola azul” de gobiernos conservadores en todo el continente.

Esta nota no refleja necesariamente la opinión del consejo editorial de Bloomberg LP y sus propietarios.

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Redacción

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