Por Francisco Cafiero (*) y Juan López Chorne (**)
El 12 de febrero pasado, el secretario de Defensa de los EEUU, Pete Hegseth, antes de una reunión del Grupo de Contacto para la Defensa de Ucrania (“Grupo de Ramstein”) afirmó que la guerra en entre Rusia y Ucrania debía parar inmediatamente; que era irreal pensar que Ucrania se integrarse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN); y que debía iniciarse un alto al fuego a ser verificado por actores ajenos a esa organización (probablemente una forma eufemística de referirse a una misión de mantenimiento de la paz de la ONU). Un rato después, según informó la Casa Blanca, el presidente Donald Trump mantuvo una comunicación con su par ruso, Vladimir Putin, donde abordaron las cuestiones relatadas precedentemente. Posteriormente, el Kremlin expresó su beneplácito con esta iniciativa y su intención de iniciar negociaciones de inmediato para terminar la guerra.
A fines de febrero de 2022 se produjo la agresión militar de la Federación de Rusia a Ucrania iniciando un largo, sangriento y peligroso conflicto bélico. Pocos días después, en el marco de la Organización de las Naciones Unidas, nuestro país junto a otras 140 naciones condenó la agresión antes señalada.
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Sin embargo, hasta la asunción de la administración de Javier Milei, quienes tuvimos responsabilidades en el Ministerio de Defensa dejamos en claro a nuestros colegas de los Estados Unidos de América, la Federación de Rusia, Ucrania, la Unión Europea, entre otros, que nos oponíamos a una resolución violenta del conflicto y que no apoyábamos a ninguna de las partes en conflicto. Y, además, que estábamos disponibles para apoyar, desde donde se pudiera, una solución política y diplomática del mismo.
Específicamente, imaginando y deseando ese escenario, pusimos a disposición la experiencia y profesionalidad de las FFAA argentinas en misiones de mantenimiento de la paz bajo mandato de las Naciones Unidas en Europa (ex Yugoslavia, Chipre) y otras partes del mundo. Esto lo hacíamos por vocación de terminar con una guerra con potencial en escalar a un conflicto nuclear, pero fundamentalmente en atención de los intereses concretos de la República Argentina, país que es víctima de la ocupación militar por parte de una potencia europea y que dramáticamente entendió que el camino de las armas no era la vía para recuperar el ejercicio de soberanía en las Islas Malvinas e Islas del Atlántico Sur.
Francisco Cafiero y Juan López Chorne
Con relación al conflicto bélico entre Rusia y Ucrania, en tan solo un año el presidente Javier Milei y su ministro de Defensa, Luis Petri, han generado un gran perjuicio a la política exterior de la Nación, impugnado nuestra histórica tradición por una solución pacífica y política de los conflictos en el marco de un encuadre multilateral. Y, en paralelo a ello, dañando la reputación respecto a una de las políticas de Estado que teníamos, como es la participación en las Operaciones de Paz de la ONU.
A nadie informado en geopolítica le sorprendió la decisión del gobierno de Trump sobre la guerra de Rusia y Ucrania; al fin y al cabo, es la materialización de una de sus principales promesas de campaña. Al parecer, a casi nadie, excepto a los decisores del Gobierno de La Libertad Avanza (LLA) que evidencian no haber visto que esto podría ocurrir.
En abril de 2024, en la sede de la OTAN en Bruselas, el Ministerio de Defensa inició la solicitud formal para que Argentina se integrase como socio global de dicha organización. En tanto, en junio de 2024 el Gobierno nacional informaba la incorporación de nuestro país al mencionado “Grupo de Ramstein” que, como señala el propio Gobierno, se trata de “una coalición internacional de 54 países que coordina la ayuda humanitaria y militar a Ucrania”.
De esta forma la Argentina resolvía apoyar activa y explícitamente a una de las partes en conflicto. Asimismo, en noviembre de 2024 se decidió el retiro unilateral e intempestivo de los observadores argentinos desplegados en la misión UNIFIL (Líbano) incumpliendo los convenios firmados con España para formar parte de su contingente de “cascos azules”, y de un oficial desplegado en Israel en la misión UNTSO (Medio Oriente), no respetando los plazos ni las formas acordados con la propia ONU.
Este caso es una muestra cabal de la desorientación estratégica del Gobierno de Javier Milei. Por un lado, se afecta la política exterior de la Nación al involucrarnos extemporáneamente en una guerra en Europa, en vez de promover una salida pacífica. Por otro, perjudica la trayectoria y prestigio de Argentina en las Operaciones de Mantenimiento de la Paz, instrumento cada vez más necesario para resolver conflictos y disputas.
Por una razón práctica, hace décadas atrás Juan Perón sostuvo que “todo es política internacional, que se juega dentro o fuera de los países, influenciando la vida de las naciones y de los pueblos en forma decisiva”. Llama poderosamente la atención que LLA no haya percibido hacia dónde se dirigía el Gobierno de Trump respecto al conflicto en Ucrania, y resulta muy preocupante que la Política Exterior y de Defensa de la República sean manejadas de forma amateur e improvisada.
(*) Exsecretario de Asuntos Internacionales para la Defensa
(**) Ex director nacional de Cooperación para el Mantenimiento de la Paz