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lunes, abril 21, 2025

La diplomacia silenciosa del papa Francisco en América Latina

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Argentina y otros varios países de América Latina —Cuba, Colombia y Venezuela, en particular— extrañarán al papa Francisco mucho más de lo que jamás sabrán. Refrenó o evitó derrapes personales e institucionales, liberó prisioneros políticos, acercó posiciones que parecían irreconciliables y tantísimo más que nunca saldrá a la luz. Y esto es una pequeñísima porción de lo que ha hecho, me consta.

Jesuita hasta las tripas, Jorge Bergoglio fue un lector fervoroso de Estrategia de la aproximación indirecta, un libro del teórico militar británico Basil Henry Liddell Hart que durante años mantuvo en su mesita de luz. Es decir, un pequeño tratado que desgrana los beneficios del abordaje indirecto de los problemas y desafíos, debilitando la resistencia del oponente en vez de impulsar un enfrentamiento frontal. Y así actuó el papa Francisco. Me consta, también.

Llamadas y correos electrónicos eran parte de su vida diaria. Pero cuando quería enviar un mensaje sensible, en ocasiones recurría a enviados especiales. En otras, a una carta. La dinámica solía repetirse: su enviado abordaba al destinatario, le entregaba un discreto sobre cerrado, le daba unos minutos para que leyera y absorbiera el mensaje, y en más de una ocasión, le exigía luego al destinatario que le devolviera la carta. Me consta.

Así, en estos tiempos convulsos, en los que tantos supuestos líderes pequeños o globales se hablan encima o postean bobadas en redes sociales, acrecentando las diferencias y problemas, el Papa se abocó a resolver muchísimos entuertos por debajo de los radares públicos. Protegió a mucha gente. Me consta.

Hoy, sin embargo, las reacciones que cosecha Francisco son mixtas. Abarca desde la tristeza por su muerte hasta la desazón o bronca porque pudo o debió hacer más dentro de la Iglesia y en varios países y regiones. Y en Argentina se agudiza el fastidio porque jamás volvió vestido de blanco. Pero cabe una pregunta a sus críticos: en sus años de roja escarlata en Buenos Aires, ¿lo escuchaban? Y aclaro: me incluyo entre los que no le prestaron suficiente atención.

Que no haya viajado a Argentina, además, no significa que no haya estado muy presente. O, incluso, que haya concluido que la mejor opción era la que menos quería. Es decir, quedarse en Roma o viajar a otras naciones, como Brasil, Chile y Perú. ¿Por qué? Porque concluyó que visitar el país que tanto amó aumentaría las divisiones que nos separan desde hace ya demasiados años.

Críticas similares afrontó en otros países del hemisferio. Muchos le reprocharon, por ejemplo, que no recibiera y se fotografiara con disidentes al régimen de Cuba o con sus familiares. Pero su intermediación secreta llevó, por ejemplo, a la liberación de José Daniel Ferrer, Félix Navarro y otros 551 presos políticos, y al restablecimiento de relaciones diplomáticas con Estados Unidos tras más de medio siglo de ruptura. ¿Qué fue, pues, mejor? ¿Sacarse una foto o sacar a cientos de las cárceles?

En Venezuela, también maniobró por debajo de los radares. Fue en 2016 y en aquella ocasión, sí, sus esfuerzos no terminaron bien, algo que vivió con pesar. Pero se sabe ahora que intervino a pedido del régimen de Nicolás Maduro y de la Mesa de la Unidad Democrática o MUD, que agrupaba a los principales partidos de la oposición.

Los ejemplos se acumulan. En Colombia también buscó acercar a las partes y apoyó las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y los líderes de las FARC, como reconocería tiempo después el por entonces presidente de aquel país, Juan Manuel Santos, quien recibiría el Nobel de la Paz por el acuerdo sellado en 2016.

También en Gaza, en Nicaragua y en la guerra entre Rusia y Ucrania, aquel fervoroso lector del estratega Liddel Hart buscó evitar los baños de sangre o detenerlos, aunque no siempre lo logró. Del mismo modo que tampoco terminó con varios flagelos que carcomen a la Iglesia desde hace ya demasiado tiempo, desde los abusos de menores al Banco del Vaticano, entre otros. Quedarán, pues, como tareas para quien lo suceda en la silla de Pedro.

Pero pragmático hasta indignar a los propios, Francisco le tendió una mano incluso a quienes lo espiaron o destrataron en pos de un objetivo mayor y, en su visión, mejor. También sobran los ejemplos. Así fue que recibió con una sonrisa a la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner en Roma, a pesar de todo lo que ella, su difunto marido —que lo definía con “el jefe de la oposición”— y sus acólitos hicieron y dijeron contra él. Y así le abrió las puertas de Santa Marta al actual mandatario, Javier Milei, que le había endilgado ser “el representante del maligno en la Tierra”, para ya como presidente retractarse. Hoy, Milei decretó siete días de luto en la Argentina, y destacó “su bondad y sabiduría”.

Así, mientras le decimos adiós a Francisco, el primer Papa latinoamericano, y recordamos su afición por Estrategia de la aproximación indirecta como un insumo válido para comprenderlo, otro libro breve acaso nos permita vislumbrar sus preocupaciones y temores. Se titula Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, y ya en 2020, por ejemplo, se lo recomendó al jefe de Gobierno español, Pedro Sánchez.

Redacción

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