Gobernar “el patio trasero” con la producción de ciencia
Reflexionar sobre el papel que jugaron las ciencias sociales en las prácticas políticas del pasado en América Latina, y repensar el impacto del llamado “miedo rojo” que las clases populares urbanas generaban entre las élites y dentro del equilibrio geopolítico de Estados Unidos durante la segunda mitad del siglo XX: ese es el eje central del último libro de Óscar Calvo Isaza, Urbanización y revolución en América Latina: Santiago de Chile, Buenos Aires y Ciudad de México (1950-1980) (Ciudad de México/Bogotá: El Colegio de México / Universidad Nacional de Colombia, 2023). El autor muestra cómo “el patio trasero” —como lo llamó en su día Henry Kissinger— fue también gobernado y reprimido a través de las ciencias sociales y del saber académico al servicio del planeamiento urbano y de la arquitectura. En otras palabras: para moldear una América Latina dócil y manejable, realmente convertida en ese “patio trasero”, era fundamental disputar lo que Antonio Gramsci denominó la “hegemonía cultural” de la izquierda en el cuadro de la producción de la ciencia. Ese es el trasfondo que Óscar Calvo Isaza explora con rigor y profundidad analítica a lo largo de casi 400 páginas.
El autor nos propone una visión sobre la historia del pensamiento político y las ideas que guiaron a las “ciencias sociales latinoamericanas” en sus inicios y durante sus primeras etapas de desarrollo. Más que detenerse en teorías, metodologías o formas del conocimiento humano propias de estas disciplinas, pone el foco en su aplicación práctica: como herramientas para comprender, gestionar y detener los cambios sociales, especialmente en la vida cotidiana de quienes habitaban las ciudades que crecían a gran velocidad. Ahí se encuentra la clave para entender la conexión entre “urbanización” y “revolución” entre las décadas de 1950 y 1980, a través del análisis de tres casos emblemáticos: Santiago de Chile, Buenos Aires y Ciudad de México. Todo esto tuvo lugar en pleno contexto de la Guerra Fría, marcada por la confrontación entre el “capitalismo” liderado por Estados Unidos y el “socialismo real” de la Unión Soviética, así como por los procesos de descolonización y las luchas por la independencia en muchos países del llamado “Tercer Mundo”. En ese escenario, el crecimiento vertiginoso de las ciudades empezó a interpretarse de otro modo: ya no solo como una consecuencia del desarrollo industrial incontrolado, sino también como un riesgo latente de rebelión. Las clases populares urbanas, empobrecidas y cada vez más numerosas, se percibían como una posible base para la agitación y el cambio revolucionario.
Para moldear una América Latina dócil y manejable, realmente convertida en ese “patio trasero”, era fundamental disputar lo que Antonio Gramsci denominó la “hegemonía cultural” de la izquierda en el cuadro de la producción de la ciencia
En primer lugar, Calvo Isaza introduce a los sociólogos latinoamericanos en el entramado de agentes trasnacionales, con recursos financieros y agendas políticas “de desarrollo” para favorecer la influencia de Estados Unidos. En esos grupos —apoyados por la Fundación Ford, Rockefeller, la CIA y las demás fundaciones de caridad de las iglesias alineadas con la ideología de supremacía de los Estados Unidos— prevalecía un sentido misional, civilizador, que se expresó en lo que el autor denomina una “tecnología pastoral” elaborada en torno al problema central de la gestión de la urbanización. En este contexto, las clases populares latinoamericanas aparecían como poblaciones diferentes a las descritas y analizadas en los modelos occidentales de urbanización e industrialización del mismo siglo XX (pues en Europa eran masas que ya coparticipaban del ciclo de expansión del consumo y del estado social), pero el problema político era el mismo del Barón Georges-Eugène Haussmann en la Francia del siglo XIX o de Le Corbusier al inicio del siglo XX. Es bien sabido que Haussmann transformó de forma radical el centro de París con el propósito de impedir que el pueblo volviera a levantarse y construyera nuevas barricadas, como había ocurrido en 1848. Sin embargo, en cierto modo los parisinos se las ingeniaron para resistir: los tres meses que duró la Comuna de París —según relatan con precisión Henri Lefebvre y Guy Debord— pueden interpretarse como una respuesta de las clases trabajadoras frente al urbanismo capitalista impuesto durante el Segundo Imperio (1852-1870). Menos conocidas, en cambio, son las simpatías fascistas de Le Corbusier y su sueño de convertir la arquitectura en una herramienta contrarrevolucionaria. Muy revelador es el aforismo con el que cierra uno de sus libros más influyentes, publicado en 1923 y claramente marcado por el miedo a que la revolución obrera iniciada por los bolcheviques en Rusia se extendiera por Europa: “Arquitectura o revolución. La revolución puede evitarse”, afirmaba; y lo remataba con otro lema igual de significativo: “No se revoluciona haciendo revoluciones. Se revoluciona aportando soluciones”.
Esta fe casi mística en la tecnología se presenta como un instrumento para contener la emancipación social y frenar posibles levantamientos de unas masas populares que, en los primeros años del siglo XX, empezaban a irrumpir en la vida política. Algo muy parecido ocurrió en América Latina, sobre todo a partir de los años cuarenta. Calvo Isaza habla de cómo la “tecnopastoral” del proceso de urbanización fue el campo disputado por los grupos de los “modernizadores” y de los “católicos”, muchas veces en buena sintonía, por oponerse a la galaxia de los marxismos. El autor introduce el término “tecnopastoral”, una palabra compuesta sin guion, precisamente para destacar la fusión inseparable de sus dos dimensiones: por un lado, las tecnologías sociales; por otro, el carácter misional o pastoral, orientado a evangelizar a un pueblo considerado “neopagano”. Este neologismo de la Iglesia romana de entonces también sugiere que muchos habitantes de las ciudades vivían al margen de la iglesia institucional.
El crecimiento vertiginoso de las ciudades empezó a interpretarse de otro modo: ya no solo como una consecuencia del desarrollo industrial incontrolado, sino también como un riesgo latente de rebelión
El autor nos permite reflexionar sobre la delimitación del barrio, entendido, por una parte, como un “espacio geopolítico” en el que se juega el antagonismo global de la Guerra fría, y por otra, como un territorio de misión tecnopastoral elegido por la Iglesia, que lo considera un espacio hostil, en el que resulta necesario intervenir para contrarrestar la atracción del comunismo. Esta disputa pone de relieve el desafío político que representaban las masas urbanas, el carácter rebelde de las prácticas de los pobladores y el papel central que tuvieron las luchas populares urbanas en la construcción de las tres ciudades estudiadas por el autor. Si las organizaciones de izquierda estaban bien establecidas por el trabajo político que realizaban, la Iglesia católica debía hacer lo mismo; por eso, compartir la vida cotidiana de miseria de la población oprimida no era un principio exclusivo de una parte de la Iglesia de base considerada demasiado marxista y revolucionaria por la curia vaticana.
La narración del autor es clara y muy precisa, cada argumento es apoyado en investigaciones históricas de archivo sin dejar lugar a posibles interpretaciones conspirativas. Desde la perspectiva católica, los únicos actores que emergen con un papel verdaderamente digno son los curas del movimiento tercermundista, la teología de la liberación y una figura muy singular como Iván Illich, un (ex)sacerdote e intelectual que, desde México, abogaba por formar a sacerdotes y misioneros comprometidos con una evangelización no colonialista.
Compartir la vida cotidiana de miseria de la población oprimida no era un principio exclusivo de una parte de la Iglesia de base considerada demasiado marxista y revolucionaria por la curia vaticana.
Geopolítica de las ciencias sociales
En segundo lugar, el autor nos muestra cómo Estados Unidos buscaba frenar el riesgo de una revolución en América Latina, pero sin permitir que la región adoptara planes de desarrollo ni un proyecto de “estado social” similares a los que se promovieron en Europa tras la Segunda guerra mundial. América Latina debía mantenerse “dependiente” y subordinada, tal como señalaron con acierto Ruy Mauro Marini y otros pensadores marxistas de la teoría de la dependencia. Cualquier forma de “modernidad” o “desarrollo” debía ajustarse estrictamente a los intereses de la economía estadounidense. Evidentemente, estos objetivos de clase no podían presentarse de forma abierta, por lo que la geopolítica estadounidense recurrió a planes de desarrollo, fundaciones benéficas, organizaciones no gubernamentales y a la financiación de universidades —tanto públicas como privadas— que no producían necesariamente pensamiento conservador, sino una sociología progresista, anticomunista y reformista, capaz de frenar o desviar el impulso revolucionario.
En tercer lugar, es muy interesante entender la geopolítica de las ciencias sociales y los intereses que había detrás de instituciones como el Instituto Latinoamericano de Planificación Económica y Social (ILPES) fundado por Medina Echavarría en 1962, la Comisión Económica para la América Latina (CEPAL) en Santiago de Chile, fundada en el mismo periodo, pasando por el concepto que propuso Oscar Lewis de “la cultura de la pobreza” o la idea de “marginalidad” del jesuita belga Roger Vekemans, hasta un diagnóstico de distintas organizaciones transnacionales que desempeñan diversos papeles, como el Centro Interamericano de Vivienda y Planeamiento (CINVA), la Organización de Estados Americanos, los programas de financiamiento del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), o los del Punto Cuarto y luego la Alianza para el Progreso de Estados Unidos, el Centro de Sociología Comparada en el Instituto Torcuato Di Tella (ITDT), que dirige Gino Germani en Buenos Aires y otras instituciones especializadas como la Fundación Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), o asociaciones internacionales como la Comisión Latinoamericana de Ciencias Sociales (CLACSO). Detrás de estas instituciones se libraba una batalla hegemónica por el control de las ideas y de las interpretaciones sobre la realidad latinoamericana, con el objetivo de silenciar las aspiraciones de emancipación y autodeterminación de las masas urbanas. En muchos casos, sin embargo, este despliegue de fuerzas intelectuales no fue efectivo: algunos proyectos de investigación acabaron radicalizándose, o bien los propios investigadores evolucionaron hasta tomar distancia respecto a ciertas manipulaciones.
Detrás de estas instituciones se libraba una batalla hegemónica por el control de las ideas y de las interpretaciones sobre la realidad latinoamericana, con el objetivo de silenciar las aspiraciones de emancipación y autodeterminación de las masas urbanas
Finalmente, en cuarto lugar, el lector encontrará especialmente enriquecedora la lectura de los tres capítulos finales, centrados en Santiago de Chile, Buenos Aires y Ciudad de México. No es posible reflejar en una reseña toda la riqueza del trabajo de archivo realizado por Calvo Isaza ni su notable esfuerzo por generar teoría social y ofrecer un análisis interpretativo sólido a partir de su investigación histórica.
Resulta especialmente interesante analizar el papel clave de determinados intelectuales católicos, como Roger Vekemans en Chile. Su sociología se apoyó de forma más o menos explícita en la financiación estadounidense, utilizada estratégicamente con fines anticomunistas. Además, Vekemans estuvo muy vinculado al ámbito social y político en defensa de los intereses de la democracia cristiana chilena, un partido que, con el inicio de la experiencia del gobierno de Allende, se fue desplazando progresivamente hacia la derecha hasta facilitar el golpe de Estado de Pinochet. La figura de Vekemans resulta incómoda precisamente por el uso instrumental de su trabajo sociológico, una postura que quedó en evidencia frente a autores mucho más lúcidos como Manuel Castells y su equipo, quienes supieron trasladar a América Latina las herramientas críticas de la sociología urbana francesa. Castells postula, por el contrario, la heterogeneidad social de los pobres urbanos, su origen no siempre rural y su participación en la política local. En pocas palabras, una caracterización antagónica de la pasividad, homogeneidad y origen rural de los pobladores urbanos postuladas por Vekemans y por interpretaciones que manipulaban la obra de Oscar Lewis y la sociología de la academia de Estados Unidos. No siempre funcionó apelar a la rigidez escolástica de algunas lecturas marxistas, porque en gran medida estaba vivo un marxismo crítico y muy eficaz.
Historia de América Latina y perspectiva urbana
Para concluir, me gustaría subrayar dos aspectos fundamentales: por un lado, la utilidad de este trabajo para la perspectiva antiimperialista; por otro, la relevancia de la cuestión urbana como clave para comprender distintas dimensiones del cambio social y del desarrollo desde la Guerra fría. Hoy se habla con frecuencia sobre la necesidad de hacer crítica social desde el sur global. En este libro, el autor plantea con gran claridad una metodología que parte precisamente desde la periferia de las dinámicas imperialistas, mostrando cómo América Latina fue convertida en “carne de cañón” al servicio de múltiples intereses occidentales, ya fueran los de la Iglesia católica o los de Estados Unidos. Calvo Isaza recompone las piezas del mosaico de la opresión no solo a través del análisis de la propaganda ideológica, sino también del uso instrumental y perverso de la educación y la cultura. Si Paulo Freire hablaba de una “pedagogía del oprimido”, aquí podríamos hablar, sin duda, de una historia de las ciencias sociales que promovieron una pedagogía al servicio de la opresión. Asimismo, el trabajo de Calvo Isaza se inscribe en la línea de reinterpretar la historia de América Latina desde una perspectiva espacial y urbana. Nos permite comprender cómo la historia de la urbanización en la región es también una microhistoria global de contrarrevolución, profundamente entrelazada con la geopolítica del siglo XX.