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viernes, junio 6, 2025

La enseñanza en América Latina: una práctica aún desconectada de la ciencia del aprendizaje

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Si alguien del siglo XIX nos visitara hoy, probablemente lo que más reconocería sería una escuela y la forma en que enseñamos. La ciencia cognitiva nació en 1885 con el trabajo del psicólogo alemán Hermann Ebbinghaus, quien explicó por qué olvidamos gran parte de lo que se nos enseña en la escuela y cómo contrarrestar esta “curva del olvido”.

A lo largo del último siglo, esta disciplina ha florecido (en academia), logrando avances significativos en la comprensión científica de cómo aprenden los seres humanos y generando un sólido cuerpo de evidencia sobre cómo optimizar la enseñanza y el aprendizaje. El aprendizaje es, ante todo, un proceso cognitivo. Sin embargo, los expertos en ciencias cognitivas siguen operando al margen del sistema educativo —incluyendo la formación docente, el liderazgo escolar y los procesos de transformación educativa. Lamentablemente, los sistemas educativos —incluidos los de América Latina— continúan enseñando como si este conocimiento no existiera. Esta desconexión entre la ciencia del aprendizaje y las prácticas en el aula constituye uno de los obstáculos más graves para mejorar la calidad educativa y promover el desarrollo socioeconómico en la región.

Los educadores siguen aplicando enfoques guiados más por la intuición o la tradición que por la evidencia científica. Se privilegian las clases magistrales, las prácticas mecánicas, las tareas descontextualizadas y las evaluaciones memorísticas, aun cuando las investigaciones demuestran que el aprendizaje profundo requiere motivación intrínseca, conexión emocional, práctica deliberada, metacognición, funciones ejecutivas, codificación dual, práctica de recuperación y retroalimentación oportuna, entre otros elementos.

Según el informe PISA 2022, el 75% de los jóvenes de 15 años en América Latina no alcanza el nivel mínimo de competencia en matemáticas, y más de la mitad no logra dicho nivel en lectura y ciencias. En países como República Dominicana, Panamá, Paraguay y Guatemala, más del 70% de los alumnos se ubican por debajo del nivel básico. Esto sugiere que, más allá de factores estructurales como la pobreza o la infraestructura, las prácticas pedagógicas actuales no están generando aprendizaje significativo.

Estas cifras son alarmantes, pero aún más preocupante es que los estudiantes más vulnerables son quienes más sufren las consecuencias. La brecha de rendimiento entre estudiantes de distintos niveles socioeconómicos persiste e incluso se amplía: el 88% de los alumnos de bajo nivel socioeconómico no alcanza la suficiencia en matemáticas, frente a un 55% entre sus pares más privilegiados. La región enfrenta no solo un reto de calidad educativa, sino también un desafío estructural de equidad.

En América Latina, los sistemas educativos atraviesan una doble crisis: bajos niveles de aprendizaje que no desarrollan las habilidades necesarias para acceder a empleos dignos en una economía moderna, y un profesorado sin las herramientas para provocar aprendizaje, lo que los deja frustrados y sobrecargados. Naturalmente, tanto el estudiante como el docente resienten un sistema que inhibe el éxito de sus esfuerzos.

Esta crisis es el reflejo de una causa raíz frecuentemente ignorada: prácticas de enseñanza basadas en intuiciones, más que en investigaciones científicas sobre el aprendizaje humano. Según el informe de la OCDE (Unlocking High-Quality Teaching, 2025), los docentes dependen de mitos o creencias anecdóticas sobre cómo aprenden los estudiantes. Al mantener la enseñanza desligada del aprendizaje, se fomenta de manera indirecta la inequidad extrema y el subdesarrollo socioeconómico, ya que pocos estudiantes logran desarrollar su potencial académico y profesional.

La brecha entre cómo se enseña y cómo se aprende ha sido ampliamente documentada por investigadores destacados en ciencia cognitiva durante décadas. Como afirma Sanjay Sarma, profesor del MIT y autor de GRASP: “No solo podemos poner en práctica los descubrimientos de la ciencia cognitiva, estamos éticamente obligados a hacerlo; los beneficios [de alinear la enseñanza con la ciencia del aprendizaje] son tan profundos que la inacción en este punto equivaldría a una mala praxis”. A pesar de ello, una alineación significativa sigue siendo esquiva.

Una investigación realizada por COGx entre el 2023 y 2024 reveló que más del 93% de los docentes tienen conceptos erróneos o creen en mitos sobre cómo aprenden los estudiantes, mientras que menos del 2% puede explicar las habilidades cognitivas que sus alumnos necesitan para aprender. Esta desconexión no solo impide la inclusión con personalización efectiva, pero también fomenta la inatención, desmotivación y desinterés por aprender de los estudiantes. Rara vez los educadores reciben formación en la ciencia del aprendizaje o en prácticas pedagógicas basadas en evidencia.

De forma similar, el informe 2024 de la Academia Nacional de Educación de EE UU (Reimagining Balanced Assessment Systems) advierte que la enseñanza y la evaluación guiadas por la intuición conducen a objetivos mal alineados y a resultados desiguales. Plantea la necesidad de marcos de evaluación coherentes y equilibrados, basados en evidencia sobre la motivación y el aprendizaje, en lugar de depender de medidas superficiales del rendimiento académico. Los docentes necesitan herramientas no solo para evaluar, sino para comprender si su enseñanza se alinea con principios comprobados de la ciencia cognitiva y el desarrollo emocional.

Un análisis reciente de ERIC (Education Resources Information Center) y recomendaciones de la OCDE coinciden en las siguientes prioridades urgentes para los países de la región: reconocer la importancia de la ciencia cognitiva en la educación, que hasta ahora ha permanecido al margen de las políticas educativas; transitar hacia una docencia basada en evidencia: capacitar a los docentes en principios de la ciencia del aprendizaje y asegurar que los planes de estudio, metodologías y evaluaciones estén alineados con lo que se sabe sobre cómo aprenden las personas; transformar la formación docente inicial y continua: garantizar que universidades y centros de formación preparen a los futuros maestros para aplicar prácticas pedagógicas basadas en evidencia científica y que cuenten con oportunidades constantes de actualización; y fomentar comunidades profesionales de aprendizaje: crear espacios donde los docentes puedan reflexionar, observarse mutuamente, compartir prácticas y construir una cultura colaborativa de mejora continua.

Incorporar estas ideas exige replantear cómo se prepara, apoya y retiene a los docentes. Los distritos escolares deben invertir en desarrollo profesional que integre modelos de aprendizaje holísticos, que consideren el papel de la cognición, el comportamiento y las emociones en el aprendizaje (basados en evidencia) y que promuevan una alfabetización evaluativa sólida. Equipar a los maestros con estrategias fundamentadas en la investigación puede ayudar a provocar el aprendizaje y asegurar que todos los estudiantes, sin importar su origen, reciban una educación eficaz y transformadora.

En lugar de seguir preguntándonos por qué los estudiantes no aprenden, deberíamos preguntarnos por qué seguimos enseñando de maneras que no funcionan. Es hora que los expertos en educación inviten a los expertos en ciencias cognitivas a diseñar y transformar los sistemas educacionales.

Redacción

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