La emisión del programa Bestial (TV3) los domingos (ya veremos hasta cuando) ha actuado como catalizador de un malestar transversal. Un malestar compuesto por varias corrientes de insatisfacción. La evidencia, sin embargo, prevalece: no han gustado las formas, el contenido y el estilo de presentación de este supuesto show disruptivo, que se interpreta como la gota que colma el vaso de una alarmante crisis de identidad. Cuidado con este concepto: con la coartada de la identidad, hay quien solo defiende el inmovilismo, los privilegios transformados en derechos adquiridos y un estatus que quizá tuviera sentido en el siglo XX, pero que hoy obliga a una revisión valiente del ámbito de actuación de la televisión pública catalana. En el fragor del debate, conviene distinguir los rencores e imposturas personales de la indignación colectiva. La sumisión provinciana a los títulos en inglés, la apuesta por la estridencia y la histeria como supuestos factores de complicidad, la endogamia exasperante en la selección de invitados y la insistencia en fragmentar los formatos hasta la náusea no son una alternativa a la pataleta de los boomers decrépitos sino los síntomas de una enfermedad que conviene diagnosticar y corregir cuanto antes.
En la serie, el problema de la viviendo es uno de los motores de un argumento que acierta al no sermonearnos
NEORREALISMO DE PROXIMIDAD. Segunda temporada de Poquita fe (Movistar+), que amplía los recursos de una comicidad espléndida, muy equilibrada, entre el costumbrismo, la autopsia matrimonial, la parodia de documental a través de entrevistas y testimonios de aludidos y un argumento en el que el retrato de las dificultades para encontrar vivienda sirve de pretexto para acumular grandes ideas de humor absurdo o negro.

Berta y José Ramón están en crisis en ‘Poquita fé’ .
Jau Fornés
Los protagonistas -Esperanza Pedreño y Raúl Cimas– asumen el peso de casi todas las tramas. Pero esta temporada los secundarios –amigos, padres, colegas, hermanas– también participan de un tipo de ironía en la que la dosis de absurdo se mezcla con brotes de lirismo paródico, grandes diálogos y momentos de ternura. Ejemplo: la escena final homenajea el romanticismo desesperado de la mejor nouvelle vague y del neorrealismo italiano, todo rebozado con un toque de casticismo de barrio popular.
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Paradoja: que en un mundo audiovisual en el que la ficción tiende a abusar de las buenas intenciones sociales disfrazadas de sermón y énfasis dramático maquillado de denuncia, una comedia como Poquita fe acabe siendo el retrato más aproximado, a través de la ficción, de la realidad y la condición humana.