Aunque miro con mucha preocupación la velocidad y la poca regulación con la que Silicon Valley nos lanza productos que casi sin opción adoptamos, más me asusta su producto de exportación menos famoso: ideologías.
El nombre del dueño de la empresa leviatánica de seguridad Palantir no es muy conocido por acá pero debería serlo: Peter Thiel. Si será importante conocerlo, ya que controla este gigante tecnológico de vigilancia e inteligencia artificial que tiene entre sus clientes a la CIA, el FBI, ICE y el IDF. Es el rostro más relevante detrás del capitalismo de vigilancia bajo el que vivimos, el brazo inteligente de las ofensivas militares y policiales del futuro y la amenaza más urticante a nuestra privacidad. Es, también, el inventor (vía financiamiento) del vicepresidente de Estados Unidos, JD Vance. Y es, por supuesto, multimillonario.
Pero no vengo a hablar del Thiel empresario. Me preocupan más su costado intelectual y sus muchas ganas de tener incidencia política. Porque Thiel, no conforme con contar billetes, piensa. Se cree el gran filósofo y habla mucho de metafísica. Intenta hablar en difícil y emular el esoterismo del filósofo Leo Strauss pero con consecuencias reales en la vida de todos. Cree, según dijo en una entrevista al New York Times, que Greta Thunberg podría ser el Anticristo (yo lo calificaría de “proyección”) porque, aparentemente, la ideología “verde” podría ser la ideología totalitaria que tome el mundo.
También repite, en pleno auge de la inteligencia artificial, que estamos en una etapa de “estancamiento” de progreso tecnológico. Para ejemplificarlo, habla de que con las invenciones del auto, tren, cohetes, nos movíamos “cada vez más rápido” y eso se detuvo en los 70. Explica con una desilusión casi infantil que no hay autos voladores ni conquistamos Marte. Lo repite en entrevistas y siente que suena disruptivo. Dice que Woodstock acabó con el progreso porque justo fue después del aterrizaje en la luna. Woodstock y el wokismo que había en América, claro (gobernaba Nixon). Cosas que no le preocupan a Thiel: el hambre, la desigualdad, la salud mental, la privacidad.
A mí no me gusta como Thiel piensa, pero necesito enfatizar que tiene una visión en tiempos donde nadie parece ver dos metros por delante de su nariz. No me gusta como piensa, pero produce un entramado de ideas con objetivos a largo plazo. Marc Andreseen, otro de los reyes del valle de silicona, es el autor del (para mí) nefasto Manifiesto Tecnoptismista: otro documento libertario con el que disiento pero detalla un mapa político y económico que quiere que se lleve a cabo. Curtis Yarvin, filósofo que está muy cerca de Trump y los neorreaccionarios americanos, tiene muy claro que quiere ir a una tecno-monarquía corporativa (que los estados tengan un CEO). Y son solo algunos de los nombres y discursos posnacionales distópicos (o utópicos, si se les pregunta a ellos) que están sonando en el hoy semillero de decisiones que alteran el curso planetario.
Entonces, mientras en estos lares se discute por jerarcas de poca monta que renuncian o dejan de renunciar, ya no en naciones sino en corporaciones del norte se decide el rumbo global. Y cuando el futuro llegue, acá no vamos a estar ni avisados. Porque acá tenemos un afán de pensar que el futuro nos pasa. El futuro como algo inexorable, a lo que hay que reaccionar y no trazar. Mientras, otros tienen bocetos muy pensados de cómo quieren que se vea el futuro. Transhumanismo, aceleracionismo efectivo, altruismo eficaz, y más. Fabrican ideologías a la orden del día los mismos que te tienen atado por el pulgar. ¿No interesa, ni un poco, conocer sus motivaciones? La tecnología no es algo que sucede. La crean, la financian, la desarrollan y la distribuyen personas con intereses. Deberíamos conocerlos más.
Los intelectuales, medios y políticos uruguayos debería(mos) empezar a pensar nuestro lugar en el mundo en clave de las ideologías que están en pugna hoy y de algo que se le parezca al largo plazo. Los incendios para apagar en Uruguay son muchos y urgentes. Pero la falta de visión con este zoom out se me hace notoria en la discusión pública. Las lógicas de la educación, de la comunicación, del trabajo, de las relaciones humanas: todo está mediado por tecnología (extranjera y privada) ¿y no se le dedica casi atención a las personas detrás de las decisiones que nos afectan muchísimo más que la mitad de los ministerios?
Thiel (con un vicepresidente en el bolsillo y quién sabe qué mas) juega a la democracia porque puede malearla, pero ha expresado que no cree en ella y que en realidad conduce a ese “estancamiento” que tanto le molesta. Él preferiría, lo ha dicho, una tecnocracia. Cree que si tenés ideas buenas no podés perder el tiempo en convencer a la gente, tenés que toquetear un poco las elecciones o buscar otras alternativas. Pero no importa que solo lo crea ¡tiene todo para hacerlo!
Es urgente (como siempre fue) estudiar los ideólogos del pasado que nos llevaron a donde estamos hoy, pero no podemos olvidarnos de los de hoy, que nos quieren llevar al futuro. Porque ellos sí saben a dónde quieren ir. ¿Nosotros lo sabemos? ¿Alguien, acá, al menos finge que lo sabe?