La relación entre un padre y un hijo puede expresarse de formas inesperadas. Para Fernando García, esa conexión estuvo marcada por los autos: desde el sonido del motor hasta las preguntas sobre «la máquina», una metáfora que sintetizaba la esencia de sus conversaciones. En su libro Estoy enamorado de mi auto (Planeta), el autor no solo rinde homenaje a la figura paterna, sino que también traza un mapa emocional y cultural de la historia argentina a través de los vehículos que marcaron generaciones. Desde el Ford Falcon, símbolo de status y tragedia, hasta el Torino, sueño deportivo hecho en Argentina, las cuatro ruedas funcionan como testigos silenciosos de una sociedad en constante cambio.
García recorre con maestría los vínculos entre el automóvil, el cine y la vida cotidiana, explorando cómo los autos no solo transportan personas, sino también aspiraciones, contradicciones y memorias. Con un enfoque íntimo pero universal, la obra conecta las experiencias personales con los hitos de la industria automotriz argentina, mostrando cómo los autos pueden ser algo más que máquinas: son protagonistas de historias familiares, testigos de épocas y reflejos de quienes los conducen.
En esta charla con Clarín, su autor repasa la historia del país alrededor de la producción de autos, el cine nacional y la relación con su padre signada por las cuatro ruedas.
–¿Se puede entender la historia del país siguiendo la producción de autos?
–Sí, si bien no es el objetivo de este libro, la trama íntima es una consecuencia de una historia argentina del automóvil o de la historia social de los argentinos a partir de los autos. No puedo responder como historiador o sociólogo porque no hice ese trabajo (recomiendo las Historias del Automóvil de Gustavo Feder para eso) pero sí como crítico cultural y eso puede verse de forma muy rápida en un modelo como el Ford Falcon. No solo resulta el auto más vendido de los años 60 (que es la década en la que el acceso a los coches se hace masivo) sino que presta su nombre a la primera telecomedia inspirada en una familia (La Familia Falcon de Hugo Moser) que sigue un modelo del radioteatro (Los Pérez García) y proyecta una saga interminable de familias estereotipadas con mayor o menor gracia. Es símbolo de status y entretenimiento en los 60 y en los 70 quedará marcado a fuego (atenti: no es un chivo de Renault) como el vehículo de la represión ilegal desde los días de la siniestra Triple A. Pensemos que la telenovela más vista de la historia sigue siendo Rolando Rivas cuyo protagonista manejaba un taxi y, sobre todo, que ese auto era un Siam Di Tella, un modelo desarrollado en Argentina por la nave nodriza de la burguesía industrial que de la metalmecánica pasó a metabolizar la neo vanguardia y contracultura de los 60 en el Instituto Di Tella. Hoy mismo, un Siam Di Tella, que quizás hasta arranque, recibe a los estudiantes de una de las universidades privadas más prestigiosas de Latinoamérica. Un taxi, el mismo que usaba Rolando Rivas (Claudio García Satur) exhibido como un tótem inadvertido que, sin embargo, simboliza una aspiración imposible: hacer de Argentina un lugar aparte en el desarrollo de los automóviles. Y ese es el lugar mítico del Torino de IKA-Renault que aparece solarizado en la tapa del libro. Fue el sueño del coche deportivo made in Argentina. Ese sueño duró lo que un suspiro y con cada giro en la planificación económica aparecieron nuevos protagonistas. Los de la tablita cambiaria de Martínez de Hoz llevaron nombres japoneses cuando el sushi era un secreto de familias tintoreras así como el desarrollo del Rastrojero en el peronismo devino en un laberinto burocrático digno de la mejor ficción. El Falcon de los 70 se replicó en el Fiesta made in Brazil de la apertura menemista con menor penetración en el mercado pero la misma capacidad simbólica: él y la Fiesta menemista. La idea de ilustrar el libro con publicidades gráficas y de hacer un trabajo de arqueología en YouTube también sirve para responder esta pregunta. Me cuesta creer que haya otro país donde un auto se haya vendido con este slogan “¿Llevó su auto al psicoanalista?” (Renault Gordini).
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–¿Cómo era la relación de tu papa con los autos? ¿Y con vos a través de ellos?
–Mi papá vivía para sus autos. No sólo se formó como técnico mecánico en el Ejército sino que trabajó hasta los 88 años como vendedor de usados en Serra Lima, la primera concesionaria de Ford en la Argentina que cerró poco después de su muerte. Toda mi vida familiar está marcada por las concesionarias, la reventa de usados en los días más difíciles y todos los rituales asociados a mantener un automóvil de forma obsesiva. Desde el lavado en la vereda al armado del portaequipajes y todos los cuidados que fueran necesarios. No soy un periodista acunado por una biblioteca familiar porque la mayoría de los libros que había eran manuales y garantías y eso no es ni bueno ni malo. De manera casi absurda la literatura no se ha ocupado de los automóviles sino de manera lateral y ni siquiera pretendo que esto que escribí sea considerado como tal pero sí que puede escribirse no ficción con temas que parecen menores y son centrales. Por qué deberíamos pensar que “Alma de diamante” de Spinetta es algo más sensible y elevado que “No detenga su motor” de Pappo (al margen de que Luis era un excelente dibujante de autos). Esas metáforas de Pappo son acaso lo mejor que se escribió en Argentina sobre autos por fuera de los textos dedicados al funcionamiento de los autos. Es un mundo además difícil de reivindicar hoy. Un mundo de una masculinidad exagerada en el que yo tampoco encajaba como adolescente. Para un chico “pistero” el stereo era lo que tenía que funcionar para usar el casette de lentos (grabado por alguien más) en una salida con una chica. Un accesorio (también lo era la chica). Para mí, en cambio, el stereo era lo único que me importaba de los autos. Que lo tuvieran y que funcionaran, eso era todo.Escuchar música en un auto me sigue pareciendo uno de los inventos más geniales de la cultura del siglo XX. Mi relación con los autos empezó con una réplica del Aston Martin de James Bond y un Matchbox (el autito de colección importado inaccesible para mis padres) robado en un cumpleaños de siete. Y terminó con el Ford Fiesta que mi papá dejó a mi cuidado. Esta memoria es la forma en que preservo la relación que tuve con mi papá: hablar del auto; contarle sus problemas (no los míos); volverlo una lingua franca capaz de romper la barrera entre los dos. Lo que no me hizo en absoluto un “tuerca” pero sí capaz de nombrar modelos y marcas como si fuera uno de esos prodigios nerd de los concursos de preguntas y respuestas.
–¿Por qué se puede comparar con El Gran Pez?
–El Gran Pez es una película que adoro y, sobre todo, esa última escena donde el padre se encuentra con todas los personajes de su imaginación. Todos deberíamos tener nuestro momento final Gran Pez (¿Grand Prix?) entonces. Así lo imaginé después de un sueño en el que vi a mi padre frente a un garage con todos los autos (reales e imaginarios) que había conducido. El protagonista de El Gran Pez es también un periodista y mi padre eran tan exagerado en algunas de sus historias como solo los hijos de andaluces pueden serlo y como lo era el padre en el filme de Tim Burton (quizás fuera irlandés).
–También hablas de la relación entre los autos y el cine, ¿podrías contarnos más?
–A partir de la escritura de este libro ya no puedo ver películas sin pensar en los autos que usan los protagonistas. Es casi lo mismo que con el soundtrack. Destaco una escena de Quién ama a Gilbert Grape porque el personaje memorable de Johnny Depp deja ahí, en un fotograma, lo que en el futuro podría ser como una huella de Carbono 14. El no va más expresado en cruzar la cabeza contra el volante al detenerse. Quien nunca haya manejado un automóvil no entenderá de qué estoy escribiendo. El automóvil trajo también una gestualidad en su interacción con el humano. Toda la historia del cine podría volver a ser contada a partir de los autos que se eligieron usar, del mismo modo que el rock and roll y la poesía beat son formas culturales dependientes del desarrollo del automóvil (¿En qué ruta hubiera desertado Kerouac?). Mi educación sentimental y literaria dependen entonces de lo mismo que hizo posible una economía familiar de clase media-media. Es curioso porque, al mismo tiempo, es lo que sentía que me distinguía. Ahora entonces puedo ver que escuchar “Machine Head” (Deep Purple) para escapar de los mandatos familiares era volver a ellos porque la estrella de ese álbum (“Estrella del camino”) es también un auto.
–Es una historia personal pero en la que todos podemos identificarnos, ¿cómo logras eso?
–No creo que tenga una historia sobresaliente entre manos ni mucho menos que haya sacrificado en el altar de la industria editorial un secreto familiar inconfesable que es lo que se lleva. Es una historia tan cotidiana que hace falta extrañarse para tomar perspectiva y vivirla como tal. Qué hicimos con los autos, qué hicieron los autos con nuestros seres queridos, a dónde nos llevaron, por qué los olvidamos o por qué no podemos dejar de encenderlos. Solo creí que cualquiera cuya infancia y adolescencia estuviera atravesada por el auto como un miembro mecánico de la familia podría verse reflejado. Mi caso quizás sea extremo en su cotidianeidad pero sé que no soy el único. Imagino, bah. Si hay algo que extraño desde que papá murió en 2019 es escucharlo preguntarme con entusiasmo por “la máquina”. Así empezaban todas muestras conversaciones de mi vida adulta. Si el auto estaba bien todo lo demás podía esperar o al menos se resolvería. Lo importante era no detener el motor. Nunca.
Fernando García básico
- Nació y vive en Buenos Aires. Escribe sobre arte y cultura pop en los diarios La Nación (Buenos Aires) y El País (Montevideo) y la revista L’Officielle (edición argentina).
- Es magister en Historia del Arte Argentino y Latinoamericano por IDAES-UNSAM y, desde 2022, curador de Programas Públicos del Museo de Arte Moderno de Buenos Aires.
- En 2005 publicó Los ojos: vida y pasión de Antonio Berni, reeditado en 2009 y 2021. Como investigador de arte argentino ha escrito además un libro de conversaciones con León Ferrari (2008) y ha rescatado el diario hippie de Marta Minujín en Los años psicodélicos (2015).
- Su ensayo Crimen y vanguardia: el caso Schoklender y el surgimiento del underground en Buenos Aires ganó el premio José Hernández otorgado por el Senado de la Nación en 2014 y fue publicado por Paidós en 2017.
- La antología de conversaciones Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento fue publicada en México y España en 2016. En 2021 publicó El Di Tella (Paidós), una investigación sobre el mítico espacio de vanguardia y su impacto en la cultura argentina.
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Estoy enamorado de mi auto, un padre, un hijo, cuatro ruedas, de Fernando García (Planeta).