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Gabriel Berkman | Montevideo
@|Comienzan los fríos que anuncian la llegada del invierno y el tema de la gente que vive en situación de calle recrudece en la consideración ciudadana.
Y creo que se reducen o estandarizan situaciones muy diversas. Porque aunque todos los humanos tenemos 46 cromosomas que componen cada una de nuestras células, tenemos individualidades propias, irreproducibles. Así no hay dos huellas digitales iguales, 2 iris iguales, etc.
Y de la misma manera, establecer que todas las personas que viven en situación de calle “es porque son consumidores de drogas”, “han delinquido y no saben reinsertarse en un ámbito de trabajo”, etc. me parece que constituyen un reduccionismo injusto.
Quisiera entonces compartir la “historia de Omar”. Lo conocí de manera algo fortuita, hace algo más de un año en mis frecuentes caminatas que tienen como eje los barrios de Punta Gorda y Malvín y lo que voy a narrar es una transcripción que aspira a ser lo más objetiva posible de algo de las charlas que a partir de entonces he tenido con él.
Llamó mi atención que este señor en situación de calle tenga como compañero un gato que, por razones obvias, lo tiene atado (claro que no es lo más recomendable, pero qué se puede pedir). Lo rescató siendo muy pequeño obviamente que de la calle. He visto que muchas personas en su misma condición tienen perros. Más allá del gusto que tengan por su compañía que no está en debate en estas líneas, los canes pueden cumplir y de hecho lo hacen, una función práctica muy importante para estas personas. En las noches de frío transmiten calor. Pero alguien que tiene como compañero a un gato, no está buscando eso.
Es difícil adivinar la edad de Omar. Su tez oscura hace que a veces no podamos ser muy eficientes en estos cálculos. Él me contó su edad, su fecha de nacimiento y estamos hablando entonces de una persona que el 21 de septiembre pasado cumplió 80 años. Hace más de 20 años que vive en situación de calle. Si bien bebe alcohol, nunca lo encontré beodo, ni con mal olor. De hecho se baña con agua fría aún en invierno. Yo, dentro de mis posibilidades y el dolor impotente que me produce su situación, lo ayudo a él (siempre es poco lo que hacemos) con algo de dinero y comida para él y su fiel compañero. No es, lógicamente una persona de grandes discursos. Pero es muy duro vivir tanto tiempo en la calle, conocer los códigos de supervivencia en esas condiciones, preferir la soledad a las malas compañías, cosas que infiero de las charlas que cada un par de semanas tenemos. Es alguien que transmite dignidad. Me ha contado que antes de vivir en situación de calle, lo hizo en cantegriles, trabajó en la construcción hasta aparentemente fines de los 2000. No tiene familia, menos descendencia. Posiblemente la crisis económica le dejó sin trabajo. Eso no lo sé. Pero no lo he escuchando en ninguna de nuestras conversaciones quejarse de su suerte, como posiblemente personas con más recursos lo hacemos con habitualidad.
Por eso creo que las internaciones compulsivas y otras recetas que escuchamos y que tienen fines loables, no consiguen atrapar la variedad de situaciones que llevan a personas de nuestra misma especie a situaciones indignas.
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