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viernes, julio 4, 2025

La historia del rescatista y la rescatada: el guante negro que salía de abajo de la nieve y permitió el milagro en Ushuaia

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Alfonso Lavado (45), Facundo Ureta (40) y Mateo Archilla (30), rescatistas amigos de la vida, estaban disfrutando de un apacible día de montaña en el cerro Carbajal, en Ushuaia, haciendo snowboard y splitboard. El cielo azul y soleado, y la nieve en su punto justo, los mantuvo toda la mañana y parte de la tarde del domingo disfrutando del exigente deporte. Cerca de las 16 estaban por realizar su último descenso, pero una nube inoportuna lo postergó unos minutos y hasta hubo tiempo para una nueva ronda de mates. Era la culminación de una jornada que sería inolvidable y épica.

Cuando el descenso era inminente, uno de los rescatistas observó que en la cara norte del Carbajal, la opuesta a donde se encontraban, se había precipitado una avalancha que terminaba unos quinientos metros más abajo, a la altura de Laguna Turquesa. Entendían que había sido reciente, porque dos horas antes no la habían notado. Desde la cumbre se veía un manto blanco absoluto y un depósito de nieve producto de la avalancha.

A los tres se les vino la imagen de dos personas que, horas antes, habían visto ascender por esa ladera y les había llamado la atención esa elección, pero se quedaron tranquilos entiendo que, quizás, eran conocedores del terreno. Débora Anibaldi (49) y Pablo Kunzle (59) habían salido temprano para hacer cumbre en el Carbajal. Habían llevado sus esquíes, que tenían colocados, y soñaban con deslizarse por la ladera. Se trataba de aficionados con el montañismo como ADN.

«Veo una mano, se está moviendo. La vi, se movió, tenemos que ir», gritó uno de ellos. Y los tres, al instante, pensaron en aquellas dos personas que habían perdido de vista. La adrenalina los envolvió. El estrés los sacudió y aquella jornada apacible y de disfrute había llegado a su fin. Empezaba otra historia. «Facundo y Mateo bajaron primero, y yo me comuniqué con la Comisión de Auxilio para pedir ayuda», cuenta a Clarín Alfonso Lavado, que es guía de trekking y está por graduarse de guía de montaña, una escala superior.

Responsables, previsores y siempre cuidadosos, Facundo, Mateo y Alfonso estaban equipados «por cualquier inconveniente que siempre puede surgir». Por más que hayan pensado su domingo para del deporte y la diversión, llevaron sus mochilas y equipos de rescate en caso de que, sorpresivamente, tuvieran que actuar. Y fue lo que sucedió cuando debieron activar el protocolo para el operativo rescate.

Los rescatistas aceleran sus tareas para salvar a una pareja que fue arrastrada por una avalancha en Laguna Turquesa, Ushuaia.
Los rescatistas aceleran sus tareas para salvar a una pareja que fue arrastrada por una avalancha en Laguna Turquesa, Ushuaia.

Débora Anibaldi (49) y su pareja Pablo Kunzle (59) estuvieron una hora inmovilizados bajo la nieve. «El guante negro fue la lleve del milagro. Lo vimos desde cientos de metros y uno de los chicos lo vio moverse -apunta Lavado- Tenemos vistas privilegiadas y sensibles ante el menor movimiento. Pero se dio un cúmulo de coincidencias, como esa nube que se apareció y un descenso que se demoró, sino no los hubiéramos visto… Actuamos en equipo, como verdaderos profesionales y por suerte no nos equivocamos y la podemos contar».

Poseída por la alegría, a veinticuatro horas del rescate, Anibaldi no sabe cuánto más agradecer. «Fue increíble lo que hicieron los rescatistas y todo lo contrario nosotros, que nos confiamos estúpidamente. Pablo y yo hacemos montañismo hace más de treinta años y nunca pensamos que íbamos a estar del lado de la avalancha. Hemos visto varias en nuestras vidas, pero siempre desde la ladera de enfrente. Tenemos una sensación de infinita alegría y un poco de malestar y enojo porque actuamos como novatos. Subestimamos la montaña y nos dio una segunda oportunidad. Fue una lección de vida«, se cuestiona la ushuaiense que trabaja en una agencia de viajes.

Sonrisa para la selfie minutos antes de la avalancha. Débora Anibaldi y, detrás, su pareja Pablo Kunzle.Sonrisa para la selfie minutos antes de la avalancha. Débora Anibaldi y, detrás, su pareja Pablo Kunzle.

En menos de un minuto, Facundo y Mateo estaban paleando para sacar a Débora y a Pablo, que habían decidido ascender con sus esquíes por la ladera norte del Carbajal. «Tres minutos después y luego de pedir auxilio y pasar las coordenadas a la Comisión de Rescate, me sumé a palear. Estando allí, escuchamos desesperados pedidos de auxilio y les dijimos que los íbamos a sacar, que no gastaran energías. Estaban totalmente tapados por la nieve. No se podían mover. La nieve en polvo es como una pared de concreto, no te permite movimiento alguno».

Pablo, que es de Bariloche, y guardaparques retirado, prefiere no hablar. «Estamos felices de estar vivos -repite con efervescencia- y de salir de una situación que todavía no me parece real. Que te liberen de una prisión de nieve después de más de una hora es una sensación indescriptible, más para personas que están acostumbradas a moverse libremente», grafica Débora.

Primero liberaron a Débora y los rescatistas ya salvaron a Pablo. Ambos estuvieron enterrados en la nieve durante una hora.Primero liberaron a Débora y los rescatistas ya salvaron a Pablo. Ambos estuvieron enterrados en la nieve durante una hora.

Facundo, Mateo y Alfonso estaban cansados, porque habían hecho todo el día snowboard y splitboard, «pero la situación de emergencia nos dio energía y en menos de treinta minutos pudimos desenterrarlos. Fue todo increíble como se dio, porque llegamos pasaditas las cuatro de la tarde a donde estaban ellos, primero les liberamos las vías respiratorias y cuatro y media los sacamos. A las cinco llegó el helicóptero y antes de las seis estaban en el Hospital Regional, donde los revisaron, los tuvieron en observación, hasta que los mandaron a la casa y les dieron cinco días de reposo.

Pese a sus experiencias, los tres rescatistas no podían creer el estado de salud de Débora y Pablo. «Salvo un rasponcito que tenía él en la nariz, estaban intactos, de hecho durante el rescate, para calmar los ánimos, fuimos charlando de todo un poco, para que ellos pudieron distraerse y pensar en otra cosa. Pero nosotros no podíamos entender cómo habiendo estado una hora bajo la nieve se encontraran tan bien. Les dimos ropa seca y mantas térmicas. Hubo gritos de descarga, llantos de emoción y abrazos de agradecimiento eterno», describe el cuadro Lavado.

Gritos y llantos de alegría. Débora y Pablo se abrazan después de haber sido rescatados sanos y salvos. Gritos y llantos de alegría. Débora y Pablo se abrazan después de haber sido rescatados sanos y salvos. «La alegría es infinita y el agradecimiento, eterno», dijo ella.

«Nosotros tampoco podemos creer cómo salimos prácticamente intactos de ese lugar -recalca Débora-. La caída fue tan rápida como eterna. Hicimos unos 500 metros en tres segundos. Los rescatistas calculan que fuimos a una velocidad de 100 kilómetros pero dentro de la avalancha. Yo estuve siempre consciente y mi descenso fue tipo trineo, acostada, primero boca abajo y luego boca arriba… y así quedé. Por suerte tenía la mochila en mi espalda, que me permitió que no me empapara la parte de atrás y un buen pantalón que me protegió bastante».

Con años de experiencia en la montaña y a bajas temperaturas, Alfonso siente que «lo que sucedió son de esos milagros que se dan muy cada tanto. Ellos viven en Ushuaia y saben que la van a poder contar porque tuvieron un Dios aparte. Acá hay estadísticas, y cuando estás 10 minutos bajo la nieve, las posibilidades de supervivencia son del cincuenta por ciento. Y ante cada minuto que pasa, las esperanzas se acortan drásticamente. Ellos estuvieron sesenta minutos, te diría que es casi imposible que hoy estén caminando. Apenas tuvieron un principio de hipotermia».

La mano que salia de abajo de la nieve. Es la mano de Pablo Kunzle (59), que tenía puesto un guante negro que fue clave para ser observado desde cientos de metros.La mano que salia de abajo de la nieve. Es la mano de Pablo Kunzle (59), que tenía puesto un guante negro que fue clave para ser observado desde cientos de metros.

Sonríe de los nervios Débora, como que todavía no cayó en la cuenta de la situación extrema padecida. «Fue clave el guante negro de Pablo y que él lo moviera para que nos vinieran a rescatar. Yo estaba cerquita suyo, pero detrás y no se me veía, pero también tenía parte del brazo afuera, que me salvó la vida, porque yo me estaba muriendo ahogada. No podía respirar, tenía la boca llena de nieve y las narinas también. Pero el haber podido liberar un brazo me permitió destapar una narina y empecé a respirar aliviada. Pero ya me estaba desvaneciendo, estaba lúcida y sentía que me estaba muriendo».

Fue una hora interminable bajo una alfombra blanca helada. La cabeza no se detenía ni un instante. «La desesperación me ayudó a actuar como sea y creo que esa desesperación me dio fuerzas para mover un brazo primero, y una pierna después. No dejaba de pensar en mi familia y entonces primero estaba a los gritos, le preguntaba a Pablo cómo estaba y también a los gritos me respondía que estaba entero. Y después no paraba de rezar y de rogar que alguien viniera. Pasaba el tiempo y como no sabía dónde habíamos caído, pensaba que nadie nos iba a encontrar ni a escuchar. Pero nos salvaron las personas más idóneas, hasta en eso tuvimos suerte».

Misión cumplida. El helicóptero de auxilio ya se llevó a la pareja rescatada y Mateo, Facundo y Alfonso lloraron y celebraron solos en medio de la inmensidad.Misión cumplida. El helicóptero de auxilio ya se llevó a la pareja rescatada y Mateo, Facundo y Alfonso lloraron y celebraron solos en medio de la inmensidad.

Dice Lavado, el rescatista, que ni él ni su grupo de amigos y colegas se sienten héroes, pero que «la alegría y el orgullo por lo realizado los llevan a flor de piel. Te cuento que estoy intentando estudiar porque tengo un final de la materia Medicina en la altura, y me cuesta concentrarme. Uno tiene un montón de sensaciones, la mayoría agradables, pero también de las otras, porque experimentamos miedos, dudas, ya que podía suceder otra avalancha y nos llevaba puestos también a nosotros».

Sin exteriorizarlo, Alfonso mastica un poco de bronca porque «hay mucho descontrol en la montaña, la gente se larga sin el menor conocimiento y preparación nula. Como que no es consciente y eso no sólo lo pagan las personas que se mueven así, sino que arrastran a otra gente responsable. Débora y Pablo hicieron todo mal. Subieron por una ladera que era peligrosa y se había advertido de ese peligro por posibles avalanchas. Después ascendieron con los esquíes puestos y se los sacaron cuando escucharon algunos ruidos (nieve fracturada). Y después se mantuvieron siempre juntos, cuando es importante estar separados en caso de tener que auxiliar al otro», enumera el rescatista.

Débora acepta los errores cometidos. «Es así, hicimos todo mal. Cuando escuchamos esa fractura de la nieve, que es algo así como cuando se pisa un espejo con zapatos y se resquebraja todo, ahí, cuando sentimos ese crack teníamos que haber pegado la vuelta, si sabíamos que el terreno estaba inestable. Pero estábamos a sólo 20 metros de llegar a la parte plano, era nada, pero en la montaña es mucho. Fuimos omnipotentes, no leímos el mensaje de la montaña, actuamos de manera soberbia y esto es una lección para que otros no repitan los errores que cometimos. Les pedimos perdón a los rescatistas y a todo el operativo de salvamento».

Alfonso Lavado piensa en el movimiento del guante negro de Pablo y el haberlo detectado a tanta distancia fue increíble. «Es parte de toda esta magia. Una locura», se ríe con lágrimas en el rostro Alfonso. «Cuando el helicóptero se llevó a Pablo y a Débora, nos quedamos los tres solos, cerquita de Laguna Turquesa. Nos abrazamos y lloramos. Había pasado una hora y parecía otro mundo, otra vida. De estar haciendo snowboard y tomando mate, a rescatar a una pareja que si no los veíamos, hoy la estaríamos despidiendo».

SC

Redacción

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