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En la carrera por emprender, hombres y mujeres suelen empezar con las mismas intenciones: ambos muestran interés similar por desarrollar ideas de negocios. Sin embargo, según diversos estudios, las trabas sociales y financieras a las que son sometidas las mujeres son desproporcionadas y suelen vencerlas a mitad del camino. Por ejemplo, solo un 7% del capital que se mueve en Latinoamérica va dirigido a negocios liderados por ellas: una cifra minúscula que revela los sesgos en las decisiones de los inversionistas.
En este espacio, la asociación sin fines de lucro Pro Mujer, se dedica a canalizar recursos y conocimientos desde fondos privados, empresas e incluso familias, negocios que son medulares para la economía. Su CEO, Carmen Correa —uruguaya de nacimiento y con un profundo conocimiento de las realidades que enfrentan estas emprendedoras— destaca que, a pesar de que las estadísticas indican que las mujeres son mejores pagadoras de sus deudas, aún tienen un 15% menos de probabilidad de acceder a financiamiento.
“Tenemos que invertir no solo en más emprendimientos liderados por mujeres, sino también en aquellos que promuevan la igualdad de género, faciliten la incorporación de la mujer en las cadenas de valor y, obviamente, en los que están desarrollando productos o servicios que mejoren la calidad de vida de la mujer”, destaca en una entrevista en Ciudad de México.
Este “pensar fuera de la caja”, dice, tiene el potencial de ser un catalizador para las comunidades y, en general, los países, especialmente en un contexto económico afectado por la desigualdad y en un entorno de incertidumbre que se filtra desde Estados Unidos hacia el continente. “Hay muchísimos estudios que respaldan que cuando se invierte en mujeres, las empresas tienen mejores resultados: generamos más oportunidades y la economía se beneficia. América Latina, siendo tan diversa, es la región con mayor número de mujeres líderes de emprendimientos, pero también es donde el mayor número de estos se ven forzados a cerrar sus operaciones. ¿Por qué? Porque no están logrando acceder al capital que necesitan”, resume.
Y esto tiene consecuencias: se está menoscabando el potencial productivo de las mujeres. Según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la brecha de género en la participación laboral persiste con una tasa de 51,8% para las mujeres y 74,4% para los hombres. La diferencia es aún mayor en estratos con niveles bajos de educación, pues mientras la brecha a favor de los hombres con nivel universitario es de 11 puntos porcentuales, en los niveles bajos de instrucción esta alcanza 32 puntos porcentuales. Este desequilibrio se relaciona con que las mujeres invierten muchas más horas en labores de cuidado no remuneradas.
Esto, a su vez, conlleva nuevos desafíos: las mujeres siguen siendo menos independientes económicamente y, por ende, están más expuestas a la violencia, los abusos y la pobreza. Casi un 40% de la población mundial todavía cree que los hombres son mejores ejecutivos empresariales, de acuerdo con la ONU. También, las hace más vulnerables ante los efectos nocivos del cambio climático, porque dependen más de las labores relacionadas con la naturaleza y, en momentos de emergencia o desastres, son las últimas en buscar socorro, ya que están cumpliendo labores de cuidado. Incluso, Pro Mujer está estudiando la relación desproporcionada del uso de leña para cocinar en la incidencia de enfermedades respiratorias en las comunidades del sur de México.
“Buscamos tener un acercamiento holístico hacia la mujer. No es solo darle financiamiento, sino también educación que acompañe ese financiamiento. Cuando vamos a esas poblaciones más vulnerables, lo primero que hacemos es entender muy bien cuáles son las necesidades de esa comunidad. Digamos, si se dedican a la agricultura, nos enfocamos en desarrollar productos y servicios que realmente atiendan esa necesidad”, describe la entrevistada.
En tres décadas de funcionamiento, Pro Mujer ha desembolsado unos 4.400 millones de dólares en créditos para micro, pequeñas y medianas empresas, como parte de su oferta de servicios financieros, que también incluye seguros. Además, su plataforma digital Emprende Pro Mujer proporciona recursos gratuitos —digitales y presenciales— para la gestión diaria de los negocios, incluyendo herramientas de marketing, contabilidad y desarrollo de habilidades blandas como comunicación y liderazgo. Pero quizás lo más valioso es que genera una red de apoyo que combina tecnología y asesorías, lo que puede representar un punto de inflexión en la vida de un negocio incipiente.
“La mayoría de los programas de apoyo a emprendedores están pensados para un fundador que tiene un potencial de crecimiento exponencial. En nuestro caso, están pensados para quienes emprenden por necesidad, que no necesariamente cuentan con acceso a incubadoras, aceleradoras y que muchas veces no tienen más que una educación primaria o secundaria”, agrega Correa.
La próxima generación de emprendedoras
Correa, quien ingresó este año a la lista 50 over 50 de la Revista Forbes, dice que hoy está concentrada en construir la próxima generación de empresarias. Para ello, su organización ha convocado del 10 al 12 de junio el GLI Forum en Ciudad de México, donde juntarán a emprendedoras con líderes de organismos multilaterales, regionales, inversionistas y corporaciones.
También, está invirtiendo en tecnología, como inteligencia artificial (IA), para mejorar sus interacciones con comunidades de 23 países de la región. Si bien hay grandes expectativas sobre el potencial de la IA para cerrar la brecha de género en las finanzas, Correa dice que será necesario antes depurar los algoritmos de la discriminación heredada.
La teoría indica que el uso de minería de datos puede ser una herramienta poderosa para la inclusión financiera de las mujeres. Por ejemplo, puede permitirles acceder a mejores condiciones crediticias, ya que prestamistas como bancos o fintechs podrían utilizar información digital para construir perfiles más precisos, sin aplicarles percepciones de riesgo adicionales. En otras palabras, las máquinas no deberían identificar si una persona solicitante de crédito es hombre o mujer, ni agregar parámetros basados en esa condición.
“Le vemos mucho valor a la IA, pero también somos muy conscientes de que tenemos que cuidar el cómo nutrimos la IA”, advierte. “Nos preocupa cómo las barreras existentes podrían verse exacerbadas e incluso ampliadas. Debemos tener mucho cuidado, porque quienes están alimentando la inteligencia artificial, en su gran mayoría, son hombres”.