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jueves, agosto 14, 2025

«La infelicidad es un motor de creación», dice Javier Peña, el creador del podcast ‘Grandes infelices’

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Periodista y escritor español, Javier Peña (A Coruña, 1979) fue para cientos de miles de personas antes que nada, una voz. Esa voz que, desde el podcast Grandes infelices, propone cada quince días: «Imaginad una novela con esta trama». La novela no existe o, en todo caso, comenzará a existir en ese momento y durante los 45 minutos en los que él compondrá una narración que dé cuenta de la vida y los tropiezos de un autor (digamos Horacio Quiroga, Lucía Berlín, J. D. Salinger por caso) y de su obra. «Lucho un poco contra esa crítica a la infelicidad», dice ahora, en Buenos Aires.

Peña está desde hace unos días en la Argentina hasta donde vino para presentar su libro Tinta invisible (Blackie Books), que desde la portada confiesa su hermandad con el podcast. Ahí están los mismos colores, ahí están las vidas de autores y autoras que tanto y tan bien sabe narrar. Lo distinto, en todo caso, es que en el texto abre las puertas a su propia vida. El narrador deviene además y por momentos protagonista aunque en el proceso no hay nada de exhibicionismo. Hay otra cosa. Hay, dice desde las primeras páginas, la muerte de su padre.

«El podcast y el libro funcionan casi como dos patas del mismo proyecto –explica en una cafetería palermitana, un rato antes de presentar el libro en la librería Verne–. Y todo surgió en el momento de la muerte de mi padre. Después de cuatro años sin hablarnos por una discusión, voy a verlo al hospital donde ya no había mucho que hacer por su salud, y en lugar de hablar de lo que nos había pasado, mi padre me cuenta historias, me habla de vidas de escritores. Y esa es una particularidad que tenía mi padre. Lectores hay muchos, pero de estos que te hablen de la vida de los escritores no hay tantos. En ese momento, aquello me desorientó y creo que solo lo comprendí cuando escribí este libro, tres años después».

Una base de historias

Lo que comprendió es que ese vínculo con su padre estaba edificado con una materia distinta. Tal vez no hubiera tantos abrazos, pero la naturaleza de esa comunicación se había levantado sobre la base de historias. «En los cuarenta y dos años que compartimos, mi padre y yo apenas hablamos directamente sobre lo que sentíamos. Lo que hacíamos era contarnos historias«, anota en Tinta invisible.

Y más adelante, agrega: «En mi juventud pensaba que las historias aportaban a mi vida únicamente entretenimiento; es decir, algo superfluo. Más tarde, cuando me convertí en escritor, las historias se transformaron en mi modo de vida, se hicieron funcionales y necesarias. Hube de esperar a la muerte de mi padre para percatarme de que son mucho más que eso. Son el torrente que conforma mis ideas, la esencia de lo que soy. No era que mi padre y yo nos relacionásemos con historias: las historias eran nuestra relación».

De manera que esas vidas (decenas y decenas de biografías leídas y destripadas) se volvieron las protagonistas del libro, pero además del podcast. «Este proyecto de examinar las vidas de los escritores me ayuda mucho porque comparar esas existencias con la mía de alguna manera me ofrece un consuelo. A fin de cuentas, tenían los mismos traumas que yo y hacían lo que podían para superarlos«, comparte.

El escritor Javier Peña en Eterna Cadencia. Foto: Maxi Failla.
El escritor Javier Peña en Eterna Cadencia. Foto: Maxi Failla.

Otro aspecto que le interesaba de esas travesías vitales era un denominador común evidente: la infelicidad de sus protagonistas. «Estoy seguro de que esa sensibilidad especial se refleja en la obra que escribieron. Creo que es como motor de creación«, ratifica.

Dice que no quiere saber cuánta audiencia tiene el podcast pero algún dato lanzado por aquí y por allá habla de 300 mil personas, la mitad de ellas de este lado del Atlántico. El número lo sorprende incluso cuando lo comparte con pudor. No tiene nada que ver con lo que él imaginaba al inicio. «Sabía que quería hacer un podcast para mantenerme en contacto con mis lectores entre libro y libro, que salen con una periodicidad de más o menos 3 años», recuerda.

Para ese entonces, Peña había combinado sus labores como periodista y comunicador con la publicación de Infelices, su primera novela, una obra sobre el fracaso y la tiranía de las expectativas que Blackie Books publicó en 2019. La leyeron 12 mil personas. Nada mal para un debut. Luego, publicó Agnes, su segunda obra de ficción. Entre ese libro y Tinta invisible, apareció el 17 de marzo de 2022 el primer episodio de su ciclo, dedicado a Kurt Vonnegut. Habría otros 24 y la nueva temporada ya está en elaboración.

Pero antes de eso, en la sala del hospital en la que su padre, luego de cuatro años de silencio, lo que quería saber de él era qué libro estaba leyendo, dio comienzo un camino de conocimiento y de autoconocimiento que rebotaría entre el fallecimiento de Fernando Peña y el episodio dedicado a Vonnegut. «Durante ese proceso, los seis o siete primeros meses leí muchas biografías y me fui dando cuenta de que hay muchos puntos en común entre todos los escritores, aunque sean de distintos siglos y de distintas partes del mundo».

Son esas coincidencias las vigas que estructuran los capítulos de Tinta invisible: el ego, la envidia, la importancia de la suerte, el sufrimiento, la imaginación… Con esas ideas, comenzó a escribir. Pero las cosas se torcieron un poco: «Empiezo escribiendo y aparece mi padre y aparece esa despedida del hospital y ahí me doy cuenta de que mi padre tiene que vertebrar el libro».

Ese descubrimiento, que en la entrevista se menciona así, sin mayor detalle, está reconstruido en el libro en una narración que corta la respiración y conmueve al lector más distante. De ese shock de un hombre que, frente a la Costa da Morte no puede parar de llorar, nacen, entonces, un libro y un podcast que ponen la lupa sobre la tristeza, sobre el padecimiento. No hay idea menos «instagrameable» y fuera de registro para un presente que exige felicidad todo el tiempo, sin pausa.

El escritor Javier Peña en Eterna Cadencia. Foto: Maxi Failla.El escritor Javier Peña en Eterna Cadencia. Foto: Maxi Failla.

«La tiranía de la felicidad me interesaba mucho porque yo soy muy infeliz –dice mirando a los ojos–. Soy una persona que sufre mucho, que se tortura, que se castiga, que tiene una neurosis. Y realmente no hay elementos en mi vida que lo justifiquen. Por fortuna, hay infelicidades que vienen dadas de la enfermedad o de la guerra y yo no tengo nada de eso. De hecho, me dedico a lo que me gusta, no tengo problemas económicos, no tengo problemas de salud, no tengo problemas de pareja. Y, sin embargo, soy tremendamente infeliz. Entonces, me interesaba mirar en los autores a los que admiro, saber cómo afrontaban ellos eso y, de alguna forma, también me gustaba ver que teníamos una hermandad de infelicidad».

Para Javier Peña de ese dolor nace algo, una energía creadora, una necesidad. Por eso, cuando le cuestionan que ese título, Grandes infelices, tiene un tufillo despectivo, toma impulso y dice: «Pero qué problema hay con que hayan sido infelices. Si de los 24 autores sobre los que tengo monográficos, ocho se han suicidado, ¿crees que no eran infelices? Para mí, eso no tiene nada de peyorativo. No. Para mí, es al revés, es hay que quererlo más porque mira cómo sufrió y así y todo fue capaz de crear«.

Tiranía de la felicidad

La tiranía de la felicidad lo agobia. Incluso, el tono revela que lo enoja: «Yo no sé cómo lo vives tú, pero yo a la gente que conozco cada vez le veo mayor infelicidad. Tenemos de todo y más que nunca y, pese a eso, veo unos problemas de salud mental y problemas psicológicos brutales. Entonces, ¿por qué coño tenemos que fingir que somos felices? ¿Porque nos reclama la sociedad? Pues tal vez es uno de los problemas que tenemos, que se espera que vivamos como en Instagram todo el día. Pero Instagram es la mayor falsedad que existe. La gente se la pasa poniendo fotos de viajes en los que la está pasando fatal; o de sus salidas por la noche, y lo cierto es que no lo pasó muy bien. Esa idea de las redes sociales de que tenemos que vender que nuestra vida es la mejor, me parece que es una esclavitud y que agrava los problemas y la infelicidad».

De un tirón y casi sin respirar. Casi una apología del derecho a no estar bien. «¿Por qué no reconocerlo? Yo, desde que asumí que soy infeliz y que voy a serlo siempre, estoy más tranquilo«, remata.

Grandes infelices tiene un nuevo programa especial y está dedicado a los escritores y sus ciudades: ahí están la Grecia arcaica de Safo; la Baja Edad Media de Dante; el imperio mongol de Marco Polo y la Troya homérica de la mano de Heinrich Schliemann. En los últimos minutos, Javier Peña promete un ciclo dedicado íntegramente a ese tópico que comenzará en septiembre.

Y anticipa que habrá en la lista de protagonistas un argentino: Jorge Luis Borges y la ciudad de Buenos Aires. «También estarán Kafka y Praga; Dostoievski y San Petersburgo. Y hay dos autoras», anticipa. Pero para descubrirlas, como en el cierre de cada episodio, habrá que adivinar un poco y esperar otro poco.

Tinta invisible, de Javier Peña (Blackie Books)

Redacción

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