“Se enteró de que habían metido al abogado en un saco con dos gatos y que mojaban y sumergían el saco en el agua, los gatos se ponían fuera de sí, arañaban, mordían, y no se dejaba de oír al abogado recirando el Codex Iusinianus. Cuando salió del saco se había quedado sin nariz y sin orejas, el rostro era una masa sangrienta y tenía el cuerpo entero desgarrado como un campo que acababan de arar. Nunca llegó a firmar”.
El de arriba es un extracto de “Una paz cruel”, una novela de 2024 de Theodor Kallifatides editada en español este año. Uno de sus capítulos, “Makronissos”, está dedicado enteramente a ese campo de detención, tortura y reeducación que funcionó como tal en Grecia desde el final de la década de los cuarenta hasta el comienzo de la de los sesenta.
Para muchos, el libro abre un oscuro portal. ¿Qué es Makronissos? ¿Qué pasó allí? ¿Por qué no se suele oír hablar de esa isla?
“Una paz cruel” narra las aventuras de un niño durante la posguerra civil griega. Kallifatides mezcla comedia y crueldad a partes iguales, y de ese modo convierte a su novela en una pieza artística que genera en el lector constantes desconciertos.
Makronissos: la isla infernal
Makronissos nace como cárcel en tiempos de guerra civil (1946-1949). El Ejército nacional-monárquico enviaba a la isla a todos los sospechosos de simpatizar con los comunistas. No los creían aptos para luchar contra el Ejército Democrático.

Pero desde el final de la guerra, y sobre todo en la época posterior, la isla fue sede de los Centros de Rehabilitación de Makronissos, la nomenclatura oficial y más elegante de los infames campos de detención destinados a “reeducar” comunistas que dependía del Ministerio de Defensa griego, pero bajo la supervisión de otros tres ministerios: Educación, Orden Público e Interior.
“El plan tenía dos objetivos: el declarado de reintegrar a los prisioneros al ‘cuerpo nacional sano’ y un segundo, no declarado, de aplastarlos, imposibilitándoles así su acción política tras su regreso a casa”, se lee hoy en el sitio web oficial de Makronissos. Oficialmente se hablaba de “rehabilitación” en centros de tortura disfrazados de “escuelas especiales para civiles”.
Los personajes de «Una paz cruel» describen la isla como “pedregosa” y el día a día de los prisioneros, “monótono”. Se acostumbraban a las torturas. Estos eran, en su mayoría, exiliados y soldados. “Siempre pasaba algo. Apaleaban a uno, otro caía enfermo, otro se desplomaba, pero a la larga también estos acontecimientos iban perdiendo su dramatismo”.
La liberación estaba en una firma. El Ejército nacional, vencedor en la guerra civil, a exigía a cambio de la libertad que los prisioneros firmaran una declaración de arrepentimiento y escribieran una nota que demostrara su convicción nacional. Aún así, conseguir firmas era difícil. Esto dice el narrador de la novela:
“En sus manos descansaba la misión de convertir los cerdos comunistas que habían llevado allí, de convertirlos en ‘buenos nacionalistas’ (…) No era fácil conseguir cien firmas, no era fácil conseguir firmas en general. Los putos comunistas eran unos animales”.

Tortura brutal y propaganda
Los métodos empleados por los policías militares y arrepentidos para conseguir las firmas de los detenidos eran dos: la tortura sistematica y la propaganda.
Sobre el segundo aspecto, los prisioneros eran obligados a asistir a clases de nacionalismo y a realizar gestos “patrióticos” de manera cotidiana.
Los métodos de tortura más comunes eran la falanga (golpes en las plantas de los pies), el aeroplanaki (mantenerse en pie con una sola pierna con los brazos extendidos), el pelargos (variante del anterior sin los brazos extendidos), arrojar prisioneros vestidos al mar impidiéndoles salir, y el strappado (colgar a los prisioneros de postes con las manos atadas a la espalda y los dedos de los pies apenas rozando el suelo).
Para más sufrimiento había sitios de aislamiento, redadas inesperadas, control de comida, interrupción del descanso e implementación de tareas ficticias.
Estas brutales torturas muchas veces derivaban en violaciones y terminaban muertes.
El silencio sobre Makronissos
Durante mucho tiempo, estas vejaciones fueron tema tabú. El pueblo griego no habló del tema durante años.
Como ocurre muchas veces, el arte fue el que empezó a quitarle el velo a Makronissos. Happy Day, una película de 1976 de Pandelis Voulgaris, fue una de las primeras obras que dio a conocer lo ocurrido en la isla.
Durante los 80s el tema cobró mayor protagonismo. En 1989, el Ministerio de Cultura declaró a Makronissos como sitio histórico y a todos los edificios del campamento militar como monumentos históricos protegidos.
La versión oficial es que a la isla fueron a parar cerca de 40.000 griegos discriminados por el Estado anticomunista, pero los mismos prisioneros sugieren que en realidad fueron cerca de 100.000. Se estima que 120 soldados y civiles murieron detenidos.

En palabras de Kallifatides: “No hay atrocidad en la historia de Grecia que no se sustente en otra atrocidad anterior, es una de las consecuencias de ser una vieja nación cultural”.
Toda la información de este artículo está al alcance de cualquiera en el sitio web oficial del campo.