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miércoles, septiembre 17, 2025

‘La joven artista’: la novela que muestra la fragilidad, la búsqueda y los clichés del arte contemporáneo

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En el libro La joven artista, recién publicado en español por la editorial Periférica, la autora francesa Valérie Mréjen, una de las escritoras fundamentales de su generación y destacada artista visual, traza una novela autobiográfica sobre sus años como estudiante en una prestigiosa escuela de Bellas Artes en las afueras de París, mientras hilvana una radiografía audaz y sensible de sus compañeros de clases, los profesores, las primeras exposiciones en galerías y los personajes típicos que acuden a las inauguraciones de arte y que conforman la escena artística.

La joven artista, de Valérie Mréjen (Periférica).La joven artista, de Valérie Mréjen (Periférica).

En clave de ficción, Mrejen (París, 1969) recorre en estas páginas aquella época de su vida en la que deberá superar las pruebas de ingreso entre una multitud de aspirantes, lidiar con la resistencia del entorno familiar –que prefiere que estudie algo con “salida laboral”–, aprender a convivir con otros artistas, apañárselas para participar en algunas exposiciones y no caer en el desánimo cuando las cosas no salen, mientras debe lidiar con las frivolidades y los lugares comunes del mundillo del arte.

Autora de libros como Mi abuelo, Selva Negra y El agrio, además de directora de cortos y documentales, Mréjen –quien ha realizado numerosas exposiciones– se corre de la primera persona del singular para dar cuenta en estas páginas de los años incipientes de cualquier estudiante, poniendo la lupa en una época fascinante en la carrera de un artista, donde existe un deseo, una búsqueda por definir una identidad y donde el acercamiento a diferentes maestros van moldeando la sensibilidad de cada uno.

Me inspiré en mis recuerdos y en mi experiencia. Es algo que he vivido desde adentro, desde que era estudiante y cada día desde entonces, porque tuve la suerte de poder seguir desarrollando un trabajo artístico y seguir mostrándolo. Diría que parte del trabajo durante la escritura del libro consistió en cerrar los ojos para reconstruir rostros, siluetas y describir con precisión esas escenas”, cuenta la autora a Clarín.

–El libro comienza con una escena muy cinematográfica: ese viaje en tren rumbo al examen de ingreso a la escuela de arte. ¿Cuánto hay en La joven artista de memoria real y cuánto de ficción? ¿Qué tan lejos estaba esa joven de la artista que sos ahora?

–Estudié en la Escuela Nacional Superior de Artes de Cergy, una ciudad nueva a unos treinta kilómetros de París, y el trayecto para llegar era parte de la rutina diaria. Ida y vuelta, veía pasar esos paisajes que terminaban por volverse familiares, aunque seguían siendo lejanos, porque me limitaba a atravesarlos en tren. Para mí, esos viajes formaban parte del aprendizaje de la escuela: el hecho de desplazarse, de alejarse de París para encontrarse en una ciudad recién construida, un lugar sin pasado, un terreno virgen. Una vez allí, era imposible pasear, ir a un café o visitar galerías, ir al cine. No había nada, solo un hipermercado. Una vez en el lugar, había que trabajar y aprovechar la escuela: no había otra cosa que hacer. Así que sí, está inspirado en mi experiencia. En cuanto a la distancia entre la estudiante de entonces y la de hoy, diría que ya estaban ahí ciertas pistas, ciertos deseos, atracciones estéticas, una energía y que el paso por la escuela me permitió encontrar cómo usar esas herramientas, dar forma a esas ideas y también experimentar con distintos medios. El hecho de ser multidisciplinar me lo permitió la escuela, ya que me atraían muchas cosas diferentes.

Valérie Mréjen es autora de La joven artista (Periférica). Foto: Stephanie Solinas, gentileza.Valérie Mréjen es autora de La joven artista (Periférica). Foto: Stephanie Solinas, gentileza.

–Es inevitable reconocer en esos personajes de los openings que enumerás –el hombre del sombrerito, la rubia alta y elegantísima, la curadora ojerosa por salir de noche, el coleccionista excéntrico, el financista bronceado– figuras que podrían encontrarse en cualquier ciudad del mundo. ¿Creés que hay algo universal en los estereotipos del medio artístico?

–Quizás. Al menos en las instituciones y en las galerías. Esos looks elaborados, excéntricos, reconocibles, que pueden ser muy graciosos, fascinantes o insoportables cuando no muestran más que una forma de arrogancia y de atención exagerada hacia uno mismo, aparecen de manera bastante recurrente, como arquetipos. Al igual que en las escuelas de arte, se podría decir que hay ciertos arquetipos entre los estudiantes. Justamente acabo de rodar un documental en Cergy (parece que me cuesta un poco cortar el cordón umbilical, ¡ja!) y, por supuesto, la escuela y los tiempos han cambiado, pero tengo la impresión de encontrar figuras bastante cercanas a las que conocí en aquel entonces. Es un poco como los parecidos familiares que se transmiten de una generación a otra; en cierto modo, me parece algo bastante hermoso.

–A lo largo del libro mencionas a artistas como Meret Oppenheim, Jenny Holzer, Georgia O’Keeffe o Martha Rosler. ¿Qué lugar ocuparon estas figuras en tu formación y en la construcción de tu imaginario como artista?

–Son figuras que me inspiraron mucho, tanto por su obra como, por supuesto, por ser mujeres artistas, con la idea de que habían recorrido un camino y construido su propio universo en este mundo. En esa época solo había dos profesoras mujeres en la escuela, así que todas esas artistas eran modelos a seguir. Pero miraba muchas otras cosas, por supuesto, no solo artistas mujeres. Simplemente me parecían más fuertes y más cercanas a lo que yo quería ser. También ahí hay una forma de afinidad que puede evocar a la familia: es como sentir simpatía intuitiva por una tía lejana, un poco excéntrica, a la que se ve rara vez, de quien tal vez los demás se burlan un poco a medias, pero cuya mera existencia ya es un apoyo.

–La escuela, la residencia, las exposiciones colectivas: pareciera haber un camino más o menos prediseñado para el artista joven. ¿Cómo viviste esa ruta? ¿Y qué pensás hoy de esa lógica, tantos años después?

–Fui formada por todos esos circuitos que, en efecto, son casi obligatorios para una o un joven artista, y también por esa carrera un poco salvaje por hacerse un lugar, presentándose a concursos, armando carpetas, haciendo contactos. Hoy me doy cuenta de que se trata de encontrar un equilibrio entre una exigencia esencial –para ser fiel a la experimentación y al tiempo que eso requiere– y una parte orientada hacia los demás: el aspecto social, relacional. En cierto momento me gustó y me divirtió salir mucho. En el fondo, la energía que ponía en el deseo de continuar y hacer cosas en este campo pasaba tanto por asistir a los vernissages como por contactar, por ejemplo, a actores profesionales para mis primeros videos, aunque me intimidara mucho y no tuviera presupuesto. Pero igual lo hacía. Es un equilibrio delicado entre hacerse presente y aislarse. El camino nunca está todo definido y suelo decirles a los estudiantes que conozco que hay que estar preparado para esos altibajos, para las respuestas negativas, para recibir muchos “no” antes de que un proyecto se concrete, porque es un medio competitivo. Pero también pienso que hay que evitar volverse demasiado profesional, con un discurso demasiado armado, casi como un storytelling. Las becas y los circuitos de residencias incentivan naturalmente el desarrollo de este aspecto comunicativo. Son, en gran parte, historias de suerte y de encuentros.

Valérie Mréjen básico

  • Nació en París en 1969. Es escritora y una de las artistas visuales más destacadas.
  • Es autora de novelas breves de una rara perfección: Mi abuelo (1999; Periférica, 2007), El Agrio (2001; Prix du Deuxième Roman, Periférica, 2009), Eau sauvage (2004; Periférica, 2011), Selva Negra (2012; Periférica, 2015) y Tercera persona (2017; Periférica, 2021), emocionante reflexión en torno a la maternidad. La joven artista es su última novela publicada en Francia.

La joven artista, de Valérie Mréjen (Periférica).


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