En Argentina, y en buena parte del mundo hispanohablante, hace años se volvió habitual saludar a un amigo de una forma entre curiosa y redundante: “Hola, amigo”, “Amiga, ¿cómo estás?”, “Te banco, amigo”.
No sólo cada 20 de julio, Día del amigo. Todos los días. Lo que deja una duda no menor para esa fecha: ¿cómo saludar a quienes ya llamamos “amigo” todo el tiempo? ¿Cómo dirigirnos a esa especie de familia sin categoría, sin sangre ni título, pero con afecto fraternal?
Las mejores formas de nombrar eso —la amistad— no siempre aparecen en un mensaje de WhatsApp. A veces, están en las películas. Desde “Este es el comienzo de una bella amistad”, de Casablanca, hasta el estribillo de Toy Story que promete que siempre vas a tener un amigo, el cine también supo encontrar una forma de decirlo.
Pero es Cuenta conmigo —dirigida por Rob Reiner y basada en un cuento de Stephen King— la que guarda una de escenas y frases que se siente abrazo fraternal.
Como si alguien dijera, sin decir, acá estoy.

Just as long as you stand by me.
(Mientras estés a mi lado)
La amistad, un camino antes que los mensajes y emojis
En los últimos años, la palabra “amigo” se volvió parte de ese saludo automático. En la calle, en mensajes, incluso con desconocidos. No siempre refleja un vínculo real.
Cuenta conmigo propone otra forma de amistad. Una que, por supuesto no se escribe con emojis. Sino con con miedos, la búsqueda de algo desconocido, morboso y fatal: el cuerpo de un chico que tiene la misma edad que los protagonistas.
Y sin embargo, Cuenta conmigo —película de aventuras, sobre crecer, perder un hermano en el doble sentido de la palabra sobre el afecto familiar que no siempre llega— no encuentra su centro en el ese final, sino en el camino. En ese viaje iniciático que hacen los cuatro, antes de que empiece el secundario.
El trayecto junto a las vías del tren, con «Lollipop» y otros clásicos de los 50 sonando de fondo, es mucho más importante que el destino.
La película que entendió la amistad como nadie
Cuatro chicos salen a buscar un cuerpo en el bosque. Pero lo que encuentran —sin decirlo, sin saberlo— es otra cosa. No es una historia de aventuras cualquiera.
Una forma de la amistad ni drama ni fábula moral. Masculina, sí, pero también tierna y desprolija. No hay madres. No hay novias. No hay deseo aún por «las chicas». Varones entre varones, sin testigos ni modelos. Insultarse es una forma de cariño. Salvar a un amigo que está por arrojarse al tren también.
Juntan monedas para comprar hamburguesas. Discuten, casi filosóficamente, en sus bolsas de dormir y junto al fuego, si Goofy es un perro o qué.

— Goofy es un perro, ¿no?
— Claro que es un perro.
— ¿Entonces por qué Pluto no habla?
La amistad, ese puente
Una de las escenas más tensas es la del puente ferroviario. Lo cruzan a pie. Si llega el tren… no hay forma de escapar. Sin música que acompañe solo el crujido de las maderas de los durmientes. Un heroísmo infantil y muy adulto.
Pero lo que cruzan no es solo el puente. Lo que atraviesan —sin barandas— es una forma de confianza. Una idea de lealtad que está a punto de romperse con la llegada de la adolescencia, aunque ellos todavía no lo sepan. Pero queda claro que ninguno va a dejar al otro atrás.
El cuerpo del chico, cuando lo encuentran, no es el final. Lo miran en silencio. Y entonces toman una decisión de cuatro mosqueteros: ni usarlo ni convertirlo en medalla. Lo dejan donde está, como si supieran que la amistad no se demuestra con gestos públicos ni con grandes declaraciones.
Borges lo escribió mejor: la amistad no necesita frecuencia. Puede prescindir incluso de la frecuentación.
I won’t be afraid
(No voy a tener miedo)
“¿Acaso alguien sí?”, la mejor frase del Día del Amigo no se escribe: se recuerda
Cuenta conmigo no termina con el cadáver ni con el viaje de un día. Termina después. Cuando Gordie, ya adulto, escribe frente a la pantalla de su computadora. La ventana abierta. La luz de la mañana. Su hijo, más o menos de la misma edad que él tenía entonces, juega afuera con amigos. El pasado y el futuro contenidos en un solo cuadro.
Ese plano final evita que todo se hunda en la nostalgia. No hay melancolía sino una forma de continuidad. La amistad, parece decir la película, no desaparece: cambia de forma, cambia de tiempo, sigue pasando aunque ya no nos toque a nosotros.
Y entonces, el personaje escribe, piensa, recuerda. Dice la frase que cierra la historia, pero también la abre:
“Nunca más volví a tener amigos como los que tuve a los doce años. ¿Por Dios, acaso alguien sí?”
I won’t cry, I won’t cry, just as long as you stand by me
(No voy a llorar, no voy a llorar, mientras estés a mi lado)