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miércoles, abril 2, 2025

La memoria que no descansa: un latido en las sombras de América Latina

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Iván Nolazco

Iván Nolazco

En América Latina, la memoria no es un museo. No es un lugar quieto y polvoriento donde los recuerdos se apilan como objetos olvidados. Aquí, la memoria es un latido, un corazón que resuena en las sombras, golpeando las paredes de la impunidad y resonando en las calles vacías donde alguna vez caminaron los desaparecidos. Es un eco que nunca se cansa, que no se rinde, que jamás se deja enterrar.

El Plan Cóndor: un monstruo con alas de hierro

Hubo un tiempo en que los dictadores de América Latina se reunieron en secreto, como buitres en la oscuridad, para tramar el exterminio. Lo llamaron Plan Cóndor, un nombre que evoca libertad y vuelo, pero que en realidad se convirtió en una jaula de hierro para miles de personas. Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay, Chile, Perú y Argentina: países que no solo compartieron fronteras, sino también el horror del terrorismo de Estado.

En Uruguay, los militares secuestraron a hombres y mujeres a plena luz del día, arrancándolos de sus hogares, de sus camas y de sus sueños. En Chile, el Estadio Nacional se transformó en un campo de concentración, donde los gritos de los torturados se entrelazaban con el silencio cómplice de quienes preferían mirar hacia otro lado. En Perú, la violencia se disfrazó de guerra interna, dejando un rastro de muerte que golpeó con especial dureza a los más vulnerables: los pobres, los indígenas, los que se atrevieron a alzar la voz. Por un lado, el Estado aplicó una represión con brutalidad; por el otro, grupos como Sendero Luminoso sembraron el terror, convirtiendo a campesinos en blanco de su fanatismo. En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo salieron a la plaza con pañuelos blancos, buscando a sus hijos en un mar de silencio y complicidad.

El Plan Cóndor fue un monstruo con alas de hierro, pero su sombra sigue planeando sobre nosotros. Porque la impunidad no es solo un vacío, es una presencia. Es el peso de aquellos que no están, pero que continúan exigiendo justicia.

La memoria: un fantasma que camina

La memoria no es un lujo. No es algo que se guarda en un cajón y se saca de vez en cuando para recordar. La memoria es un fantasma que camina, que nos persigue y nos obliga a mirar. Como se ha dicho: “La memoria es la que nos permitirá mantener el recuerdo de quienes físicamente ya no están”, haciéndolos presentes cuando no tenemos una tumba donde rendirles homenaje.

En América Latina, la memoria es una trinchera. Es el lugar desde donde se lucha contra el negacionismo, ese intento cobarde de borrar el pasado, de afirmar que no sucedió, de reducir los números, de relativizar el dolor. Pero la memoria no se deja engañar. Sabe que los desaparecidos no son cifras: son nombres, son rostros, son historias truncadas.

En Argentina, las Madres de Plaza de Mayo continúan marchando con sus pañuelos blancos y su rabia intacta. En Chile, los murales gritan los nombres de los ejecutados, mientras el Museo de la Memoria preserva los restos de un tiempo que nunca debe repetirse. En Uruguay, los familiares de las víctimas han exhumado los secretos de los cuarteles, desenterrando huesos y verdades. Y en Perú, las fosas comunes en Huanta y Huamanga siguen hablando, contando lo que ocurrió, aunque muchos prefieran no escuchar.

La verdad: un espejo roto

La verdad duele. Duele como un espejo roto que nos devuelve una imagen distorsionada de lo que fuimos. Pero no hay otro camino para avanzar. Como se ha dicho: “La verdad es la que nos permite seguir adelante”. Conocer exactamente lo que sucedió es lo que necesita una sociedad para enfrentarse a sí misma, crecer, corregirse y discernir de qué lado está cada uno y cuáles son sus valores.

En América Latina, la verdad ha sido una batalla continua. Una lucha contra el silencio, el miedo y aquellos que desean que olvidemos. Pero la verdad no puede ocultarse. Está en los archivos desclasificados, en los testimonios de los sobrevivientes, en las lágrimas de quienes buscan a sus seres queridos.

En Argentina, los juicios por delitos de lesa humanidad han sido un rayo de luz en la oscuridad. En Perú, el informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación resonó como un grito desgarrador que aún resuena en Huanta (Ayacucho). En Chile, los testimonios de los torturados han revelado la crueldad de un sistema que intentó silenciarlos. Y en Uruguay, la lucha por la verdad sigue viva, aunque muchos prefieran mirar hacia otro lado.

La justicia: una deuda pendiente

La justicia no es venganza. No se trata de ojo por ojo ni diente por diente. La justicia es equilibrio, reparación, es dar a cada uno lo que le corresponde. Como se ha dicho: “La justicia es dar a cada uno lo suyo”. Es castigar conforme a la ley, aquella que no fue utilizada por los genocidas. Es decir no a la venganza, que carcome por dentro y destruye sin permitir sanar.

En América Latina, la justicia ha sido elusiva. Muchos de los responsables de los crímenes del terrorismo de Estado jamás han sido llevados ante los tribunales. Algunos murieron impunes; otros viven en la sombra, protegidos por el silencio y la complicidad. Pero la justicia no se limita al castigo. También implica reparación, memoria y verdad.

En Argentina, las condenas a los represores han sido un paso importante, pero la deuda sigue siendo monumental. En Chile, la lucha por la justicia continúa, aunque muchos prefieran olvidar. En Uruguay, las leyes de amnistía han sido un obstáculo, pero la sociedad no se rinde. Y en Perú, las heridas del conflicto armado siguen abiertas, exigiendo justicia y reparación.

Un latido que no cesa

América Latina es un continente marcado por el dolor, pero también por la resistencia. La memoria, la verdad y la justicia no son solo palabras: son herramientas de lucha, son trincheras desde donde se defiende la dignidad.

Como bien se ha dicho: “La misión de nuestras instituciones es perseguir los mismos valores que la sociedad argentina reivindica el día de hoy. Ese es nuestro ayer, nuestro presente y nuestra razón de ser.”

Y mientras el corazón de la memoria siga latiendo, mientras los fantasmas de los desaparecidos continúen caminando, mientras la verdad y la justicia se erijan como banderas, América Latina no estará perdida. Porque la memoria no descansa. Y mientras ella siga viva, nosotros también.

Redacción

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