América Latina nunca progresa de verdad, de una forma prolongada, sostenida y consistente. Entre revoluciones infantiles y élites extractivas, su trayectoria dibuja una especie de montaña rusa con cortas etapas de crecimiento y desarrollo, en las que la esperanza de un pueblo emocional e ilusionado cree que, por fin, la historia le transportará al lugar del progreso, y largos periodos de estancamiento o recesión en los que la crueldad del infradesarrollo y de la enorme desigualdad social le coloca ante el espejo de su realidad de miseria y atraso. Muchos intelectuales se han preguntado el porqué de este círculo vicioso. No estoy seguro de que hallan encontrado una respuesta más allá que la incapacidad de unas élites para construir sistemas democráticos, con instituciones fuertes y un sentido del bien común. Desde los levantamientos de Bolívar, los países de la región han estado regidos por gobiernos autocráticos, dictaduras militares y revoluciones inmaduras. El resultado de todo eso, a la vista está. El progreso aguarda a la vuelta de una esquina que nunca llega. Y la repetida sensación de década perdida sobrevuela la sociología latinoamericana.
Quien esto escribe, vaya por delante, se ganó la vida un buen puñado de años recorriendo América Latina de arriba abajo. Amo esa tierra y adoro a sus gentes, me siento uno más entre ellos. Por tanto, me duelen estas conclusiones. Pero no se puede cerrar los ojos a la realidad.
Y ese pueblo sufrido ahora se enfrenta al hecho de que al otro lado del Río Bravo manda un amo que encarna lo peor del imperialismo moderno. Muro en la frontera y aranceles como receta. El vaticinio no puede ser peor.
Hoy en día, en América Latina conviven tres tipos de economías. Encontramos, el libre mercado en países como México, Chile, Colombia o Perú. El proteccionismo, en la Argentina preMilei, Brasil, Paraguay o Costa Rica. Y cerradas o marxistas, en Cuba, Venezuela o Nicaragua. Agricultura, ganadería, minería, combustibles y turismo, sin olvidar las remesas, representan las grandes riquezas de la región.
La pandemia dejó debilitada a América Latina. ¿Cómo fue su recuperación? El último informe del Banco Mundial concluye que “ha logrado un avance lento pero consistente para superar los desbalances producidos por la pandemia”. Inflación y deuda han dominado estos años. El Banco prevé para 2024 un modesto crecimiento del 1,9%, bajo para una zona de economía en desarrollo. La pobreza se mueve en torno al 25% de la población, con una desigualdad del 50%. Y hablar de pobreza en América Latina, es hablar de pobreza en toda su magnitud. El empleo ha recuperado las cifras de 2019, con salarios estancados o por debajo de la prepandemia, pero con altos niveles de informalidad.
La crisis migratoria también azota la región. Junto a los tradicionales flujos de México y Centroamérica hacia los Estados Unidos, ahora más de 8 millones de venezolanos han abandonado su país. El cambio climático también sacude la región. Se calcula que para 2050 unos 17 millones de personas se verán obligados a abandonar sus casas por fenómenos atmosféricos.
La Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) ha lanzado recientemente su report del 2024. Proyecta una tasa de crecimiento para el 2024 del 2,2%, que amplia al 2,4% en el 2025. El crecimiento promedio de la década fue del 1%, “lo que implica un estancamiento del PIB per cápita”. CEPAL estima que para superar ese bajo crecimiento se necesita una política de movilización de recursos financieros y de mejora de la producción que fomente la creación de empleo y las políticas de desarrollo. Todo un brindis al sol. Las palabras aguantan todo. Otra cosa son los hechos de la política. Y de estos, desgraciadamente, América Latina anda algo huérfana.
Las previsiones de la OCDE son aún más lúgubres. Concede un crecimiento del 1,7% en 2024, un 2,2% en 2025 y un 2,1% para el 2026. “América Latina se enfrenta a un crecimiento moderado que, aunque resiliente, no es suficiente para mejorar significativamente los niveles de vida y la convergencia en PIB per cápita a países más avanzados”. Lo de siempre, la historia se repite. En otro informe de la propia OCDE, se asegura que el déficit financiero de la región se eleva a casi 100.000 millones anuales. Esta situación requiere reformas ambiciosas para salir de una muy baja productividad del 33% y una tasa de pobreza que alcanza al 27% de los latinoamericanos. Apunta una panoplia de medidas que incluyen el aumento de los ingresos fiscales, eficiencia en el gasto, mejor gestión de una abultada deuda, atraer la inversión internacional, una apuesta de parte de los bancos de desarrollo, la cooperación internacional de las grandes potencias y bonos relacionados con la sostenibilidad y el desarrollo. No me atrevo a enumerar la de veces que he oído estas o similares medidas en los últimos 30 años. Pero todo sigue igual mientras la región sigue perdiendo décadas y décadas.
Y ahora, un Donald Trump desatado amenaza con levantar un muro en la frontera, con aplicar aranceles y más aranceles y con recuperar como sea el control de canal de Panamá. Todo tiene un tufo a la política de “patio trasero” que dominó las relaciones de Estados Unidos con América Latina desde la independencia. Trump no está satisfecho con la balanza comercial y despotrica del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Esto afecta a México, que concentra el 80% de sus exportaciones en el gigante americano.
En el otro lado, se encuentra el tratado que Mercosur está ultimando con la Unión Europea tras veinte años de conversaciones, que permitirá intercambios libres de aranceles. Suena a un viejo mundo liberal y cooperador.
Abordando esta triste realidad de América Latina no puedo menos que pensar en las teorías de Acemoglu y Robinson, los últimos premios Nobel de Economía. Sus análisis concluyen que un Estado fuerte, regido por imperio del derecho, que ha desarrollado instituciones inclusivas, que ha respetado la libertad de iniciativa, de empresa y de expresión, que ha fomentado el pluralismo político, que ha perseguido el interés común y que ha actuado con responsabilidad democrática, ha demostrado su capacidad para generar prosperidad y reducir la pobreza.