Apenas se ingresa en la sala de la Galería Gachi Prieto unas presencias muy potentes introducen al espectador en un sistema que, desde lejos, ya simula ser un conglomerado, una ciudad o estructura arquitectónica similar. Sólo que se presenta quebrada, degradada, con sus líneas rectas corrompidas.
Hay afuera de acá es el título que eligió Andrés Waissman para desarrollar una reflexión que tiene cierta carga expresiva de continuidad con otras series de su producción, pero ahora inducen a una idea nueva de tratamiento específico sobre un material que ya había sido parte de su experimentación.
En el texto de sala, Juan Laxagueborde pone palabras a esta descripción: ‘Waissman esboza maneras en las cuales se puede representar una ciudad. Cómo maquetearla, estilizarla o reducirla a la fragilidad de una estructura, metaforizar su perfil con telgopor y hacerle decir que su espíritu fundamental está muerto, que su humanismo ya no es, que una catástrofe la dejó sin expresión, que la voluntad del arte sólo puede imaginarla callada.’ Esta misma sensación se completa con el lienzo colgado en pared donde también se perciben los restos de una actividad, resaltados por la iluminación que lo vuelve translúcido y aún más desordenado.

El telgopol esta vez es puro rescate de los sistemas que se usan para trasladar objetos frágiles, aunque en 2023 usó el mismo material para desarrollar unas esculturas sin título, que tenían cierto aire de estela conmemorativa o menhir, con su plano carcomido por algunos meandros que provocaban concavidades y convexidades, coloreados por la potencia de un rojo total, un negro sin brillo alguno o un verde promisorio.
Esta vez el sistema es usar sólo aquellos materiales de descarte que pueden autosustentarse. En su taller La Nave de Escobar, con toda la amplitud de ese gran espacio techado, se complace en la tarea de quemarlo con soplete, consiguiendo así que las formas para las cuales tuvo algún uso se tornen complejas y simulen ser edificaciones de diversas alturas.
En ese abigarramiento de formas hay algunos restos incorporados de otras cosas. Son derivados de la misma cultura urbana que va demoliendo: pequeños trozos de vitrales donde aún se perciben las flores en rosetas, con su colorido visible pero ya no atravesado por la luz, algunos restos de viejos letreros donde ya es ilegible el anuncio, salvo por asociación o por encontrarse en la cima de una estructura.

Pero también hay pequeños, minúsculos detalles que incorporan la situación de ciertos ritos religiosos como la copa de oro y el candelabro de siete velas o menorá como se lo conoce en la cultura judía. Ambos han perdido su eficacia simbólica: la copa como símbolo contenedor de la sangre de Cristo en la liturgia cristiana, el candelabro como secuencia de los siete días que simbolizan los días de creación del universo y los ojos de Jahvé velando por el mundo, los dos se encuentran caídos, ahí están, pero sin la eficacia del ritual disipados en la maraña de formas en degradación.
Laxagueborde en su texto introduce otro elemento reflexivo cuando sostiene que «el habitante ideal de la ciudad, de las maquetas, de la rampa mental que la imagina y de la realidad que la condiciona es el topofílico, maníaco y tenaz personaje de la realidad exagerada, que la habita como estudiándola. Es ahí donde se parecen la cuadrícula de sus calles y el arte de ablandarlas hasta encontrar una forma que se acerque a una punta de lo que solapan adrede».
Y el término topofílico, elaborado por el geógrafo chino Yi-Fu Tuan en un libro publicado en los 70 hace referencia al vínculo mental, emocional y cognitivo de una persona con un lugar. En su momento, el filósofo Gaston Bachelar lo había utilizado para referirse en su libro La poética del espacio a un valor positivo, ensalzado por ciertos valores poéticos o simplemente imaginados. La pertinencia de incluir el término en relación a esta instalación, acerca el sentido de lo que Waissman señala como cavilación personal que termina por definirse en la afirmación del título: hay afuera de acá.

En un recorrido rápido por sus series, el artista ha sido siempre un agudo observador de su entorno, haciendo señalamientos a lo masivo. Un enorme grupo de personas, aunque cada quien con su rostro o identidad determinada por algún detalle.
Nueve años de producción
Como en la serie Barahunda que abarca nueve años de su producción, siendo que la palabra que designa, significa: confusión grande, notable desorden, alboroto, escándalo, barullo, tumulto, caos. En tinta sobre papel dibujaba a pincel cientos de personas agrupadas en ese tumulto que embrolla, dejando ver apenas sus rostros.
El mundo contemporáneo reflejado en personas o ciudades, donde han caído ciertos principios del orden y la belleza en la eficacia de un acuerdo organizativo, tienen nuevamente acá sus nuevas formas de abordaje, de aproximación consciente manipulando los restos de ciertos elementos que alejan la posibilidad de aumentar la fragilidad de lo que preservan.
Tal vez, el cambio que significó la mudanza de su vida cotidiana a un espacio abierto como es su taller-casa en Escobar le haya sugerido esta idea de pensar la ciudad como un esquema observado a distancia, con una cuadrícula perpleja ante tanta desintegración y tanto deshecho que se apila en las urbes muy habitadas.

El conjunto instalado en el piso de la sala parece acompañarse de un gran paño que podría leerse como aquello que está arriba e ilumina en cierto modo el conjunto, un soporte blando cargado de múltiples marcas de uso, rayado, anulado el color por la mezcla, sin forma determinada ni legible o asociada, que acompaña el caos que se deja ver impávido en el piso, como metáfora potente de un artista testigo de su tiempo.
Hay afuera de acá, de Andrés Waissman en Galería Gachi Prieto (Uriarte 1373), de lunes a viernes de 14 a 19 y sábados de 15 a 19. Gratis, hasta el 6 de septiembre.