Roly Serrano (70) se encuentra sentado en su cocina con muchas más certezas. Entre ellas, proyectos que lo llenan de vida: a menos de un año de recibir el alta, y después de pasar nueve meses internado, el actor volvió al teatro (está haciendo Yepeto, que en noviembre cambia de sala) y apostando a una nueva relación. “Cuando me di cuenta de lo que me pasó sentí que tenía cosas pendientes, como volver a enamorarme”, confiesa a Revista GENTE.
Lo dice sonrojado y mirando para abajo. No habla de una persona del medio y prefiere evitar dar más detalles, pero asegura que es la primera vez que lo dice en voz alta a un medio y que se trata de una relación que ya lleva algunos meses. También cuenta que se imagina yendo con ella al casamiento de su amigo y hermano de la vida, Coco Sily, en diciembre.
Se emociona al hablar de su madre, de la infancia que pasó en la calle y de cómo, a pesar de todo, logró construir una vida distinta. “A ese chico que fui le diría que hizo las cosas bien”, dice con los ojos brillosos. “Que aprendió a transformar el dolor y que se convirtió en un buen hombre.” Luego, en voz más baja, reflexiona: “Podría haber terminado muy mal, podría haber sido cualquiera de esos pibes que no tuvieron oportunidad. Pero tuve una, y la aproveché. Por eso me siento agradecido todos los días.”
En marzo del año pasado, Roly quedó cara a cara con la muerte. Sufrió un accidente en la ruta y poco después se descompemsó. «Lo que me pasó no tuvo nada que ver con el accidente, sino con males que tenía de antes», cuenta. Estuvo nueve meses internado, tres de ellos en coma, conectado a un respirador. Los médicos no sabían si iba a despertar, pero lo hizo. “Fue como volver a nacer”, dice.
A lo largo de su vida tuvo que reinventar su historia varias veces y atravesar duelos difíciles como el de su mujer, Claudia, a quien amaba profundamente y murió en 2004. Esa mezcla de golpes y supervivencia lo moldeó. Aprendió a resistir y empezar otra vez. Ahora, con andador y algunas escaras, volvió a caminar, a respirar solo y a subirse de nuevo a un escenario.
-¿Qué fue lo primero que hiciste cuando regresaste a tu casa?
-Respirar. Olía todo distinto, como si mi casa fuera otra. Estuve nueve meses internado, y volver a dormir en mi cama fue tan extraño como hermoso. Me senté en la cocina, toqué las cosas, abrí las ventanas y lloré. Al principio me costó mucho volver a caminar, recuperar la fuerza, pero lo hice. Cada paso que daba era una fiesta. Y lo sigo viviendo así: como una segunda oportunidad que no pienso desaprovechar.
–¿Cómo fue esa adaptación al día a día?
-Lenta. La gente piensa que uno sale de la clínica y ya está bien, pero no. Volver a vivir en tu casa después de tanto tiempo es fuerte. Todo te parece enorme, ajeno. Yo me tropezaba, me cansaba, tenía miedo de quedarme solo. Mis hermanas me acompañaron durante todo el proceso. Un día, cuando me animé a quedarme solo, me di cuenta de que no podía con todo. Ese día aprendí a pedir ayuda, algo que me costó toda la vida.
La vuelta a los escenarios

Retornar al teatro fue su mayor desafío. Durante meses dudó si iba a poder recordar los textos o sostener el ritmo de los ensayos. “Tenía miedo, sí, pero también una necesidad enorme de volver a sentir esa energía”, cuenta. Yepeto no era una obra más: era un sueño postergado. “La tenía en la cabeza desde hace años. Esperé el momento en el que me sintiera maduro, preparado. Y llegó justo ahora, cuando la vida me dio otra oportunidad.”
En escena es dirigido por Nicolás Cabré. Cada función es un recordatorio de que sigue acá. “Cuando subo pienso en todo lo que pasé, y me emociono. Hace poco no podía ni caminar y y ahora estoy actuando. Me devuelvo a mí mismo lo que creí perdido.”
-¿Qué te pasa cuando termina una función y ves al público aplaudiendo?
-Siento agradecimiento. Antes salía corriendo a cambiarme o a saludar. Ahora me quedo quieto un segundo, respiro y pienso: “Estoy vivo”. Y me emociono. La gente me dice cosas muy lindas. Me hablan de esperanza, de superación. A veces me cuentan que lloran con la obra. Es un intercambio muy fuerte.
-¿Qué significa Yepeto para vos?
-Es el teatro en su estado más puro. Es palabra, emoción, pensamiento. No tiene efectos, no tiene artificios. Es una historia que habla de amor, de vínculos, de generaciones. Yo lo vivo como un diálogo con la vida misma. Es una obra que me representa.
-¿Tuviste miedo de no poder memorizar después del accidente?
-Mucho. La memoria se me había borrado un poco, sobre todo al principio. Pero me lo tomé como una terapia. Leía todos los días, repetía, grababa las escenas, escuchaba mi voz. Hasta que un día todo volvió. El cuerpo tiene memoria, la mente también. Cuando logré decir un monólogo entero sin trabarme, lloré. Sentí que había vuelto.
-¿Qué aprendiste con esta vuelta?
-Que el arte también cura. Que te devuelve identidad. Yo había perdido la confianza en mí mismo. El teatro me la devolvió. Me recordó quién soy.
El accidente y los días de internación

El 6 de marzo de 2024, Roly Serrano bajó de su camioneta y se descompensó. No fue un accidente de tránsito, fue su cuerpo el que colapsó. “Había fumado toda mi vida, comía mal, dormía poco. Me bajé del auto, saludé, y al minuto se apagó todo. Desperté tres meses después”, recuerda.
Pasó nueve meses internado, tres en coma y los otros en recuperación. “No podía moverme ni hablar. Tenía una traqueotomía. Pero entendía todo. Escuchaba las voces, los ruidos, la gente que entraba y salía. Sabía que estaba vivo, y eso me daba fuerzas.”
–¿Qué te acordás de esos meses?
-De la impotencia. De necesitar que me ayuden en todo. De la paciencia infinita de los enfermeros y de los médicos. Aprendí a valorar lo que hacen. Salvan vidas todos los días sin que nadie se los reconozca. Y te enseñan algo muy profundo: la humildad.
-¿Pensaste que no ibas a salir?
-Varias veces. Estuve cuatro veces al borde, literalmente. Pero había algo que me sostenía. No sé si era fe, amor o simplemente las ganas de seguir. En un momento, cuando ya estaba mejor, me prometí que si salía de esa, iba a vivir distinto. Y lo estoy cumpliendo.
–¿Cómo fue volver a pararte después de tanto tiempo?
-Durísimo. Tenía las piernas flacas, no me respondían. Pero cada paso era una victoria. Cuando logré caminar sin ayuda, lloré. Me abracé con los médicos, con mis hermanas. Fue como volver a nacer.
–¿Y volver a tu casa?
-Un impacto. Soñaba con ese momento, pero fue raro. La casa estaba igual, pero yo era otro. Me costaba dormir, me costaba respirar. Caminaba despacio, observando todo. Hasta que de a poco la casa me fue abrazando. Hoy es mi refugio. El lugar donde volví a ser.
Roly entre una nueva oportunidad y el perdón

Su historia empezó mucho antes de los escenarios. Roly creció en la calle, en condiciones duras, y a los diez años ya dormía solo. “Fui un chico sin rumbo. Me inventé una familia para poder sobrevivir”, cuenta. Esa infancia marcada por la violencia lo acompañó toda la vida, hasta que logró transformarla. “No se lo deseo a nadie, pero me formó. La calle te enseña a sobrevivir o te destruye.”
Con los años, pudo reconstruir su vínculo con su madre. “La perdoné. Le dije que no tenía nada que reprocharle. Ella también había sufrido. Pude decirle que la amaba antes de que se fuera, y eso me liberó. Fue un cierre que me dio paz”, recuerda. Y habla de aquella etapa con ternura, sin rencor. “Ese chico que fui lo hizo bien. Aprendió a transformar el dolor en algo útil. A no lastimar, a no repetir lo que vivió.”
–¿Qué te quedó de esa etapa?
-La resistencia. Y una sensibilidad distinta. Cuando conocés el dolor, aprendés a mirar con compasión. Yo no quiero que nadie viva lo que viví. Por eso trato de ayudar, de acompañar. La calle te endurece, pero también te enseña a valorar la vida.
–¿Qué te permitió salir de ahí?
-El deseo. Querer algo distinto. Soñaba actuar, estudiar teatro, vivir de eso. El arte me salvó. Fue mi refugio, mi escape, mi forma de entender el mundo.
–¿Pudiste cerrar esa herida?
-Sí, con el perdón. Durante años cargué con enojo, con tristeza. Pero cuando lográs perdonar, te liberás. Pude hablar con mi madre, abrazarla, despedirme. Y entendí que el amor también es eso: entender al otro, incluso cuando te dolió.
-Tenés un hijo del corazón que vive en Europa. ¿Cómo es ese vínculo?
-Maravilloso. Lo crié desde que tenía cinco años, y es mi orgullo. Este 2025 vino a visitarme y fue muy fuerte. Me vio débil, después fuerte. Compartimos charlas, risas, recuerdos. Me di cuenta de que los lazos verdaderos no tienen que ver con la sangre: son los que uno elige.
–¿Y el amor?
-El amor me volvió a pasar. Después de muchos años. No lo esperaba, pero llegó. Me trajo calma, ternura, ganas. Me enseñó que todavía tengo cosas por sentir. No me podía morir sin volver a enamorarme.