La elección por aclamación del ministro de Relaciones Exteriores de Surinam, Albert Ramdin, como próximo secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) en vez de despejar las principales incógnitas sobre el futuro de esta longeva institución hemisférica no ha hecho más que aumentar la incertidumbre.
En efecto, las dudas en torno a su porvenir son cada vez más insistentes, comenzando por el de su propia existencia y capacidad de supervivencia y terminando por las opciones de Ramdin para apaciguar y ordenar un colectivo caracterizado en los últimos tiempos por su falta de coherencia interna y la imposibilidad de alcanzar consensos de prácticamente ningún tipo.
La candidatura de Ramdin hizo aflorar numerosas suspicacias a partir de su supuesta cercanía a China y de su sesgo favorable a Nicaragua y Venezuela. Incluso se afirmó que con su elección la OEA podría caer bajo la órbita de Pekín. O que su sola presencia provocaría su desintegración.
Sin embargo, tras ser electo se resaltó su carácter pragmático y la posibilidad de que aporte paz y sosiego a una organización bastante convulsa. Los especiales lazos de Surinam con EE.UU permiten explicar por qué Washington no se involucró directamente con la candidatura paraguaya, retirada a último momento, ni planteó opciones alternativas a la caribeña.
Pero, esto no implica un pleno respaldo norteamericano a la OEA. Para comenzar, no está nada claro cuál es el principal objetivo regional de la Administración Trump, comenzando por el presidente, pero siguiendo por su equipo centrado en América Latina: el secretario de Estado Marco Rubio, el subsecretario para Asuntos Hemisféricos Christopher Landau y el enviado especial para América Latina, Mauricio Claver Carone. Los tres son buenos conocedores de la región y hablan perfecto español, lo cual, al mismo tiempo, es bueno y malo. Bueno, porque hay poco que explicarles y malo porque, también hay poco que explicarles, por lo que será bastante complicado engañarlos o confundirlos.
Tras la expulsión de Cuba de la OEA, en 1962, Fidel Castro la definió como el ministerio de las Colonias de EE.UU y desde entonces Cuba, y posteriormente Venezuela, sueñan con su desaparición. Una de las razones del predominio de Washington en la OEA, es que EE.UU aporta el 53,1% de su presupuesto anual, 94 millones de dólares en 2025. Si a esto le sumamos la contribución de Canadá (el 11,3%), los dos países anglohablantes de América del Norte financian un 64,4%, lo que complica el hasta ahora utópico objetivo de construir una OEA sin EE.UU ni Canadá. Hay que considerar que el aporte canadiense solo está por detrás de Brasil, pero supera a México.
La decisión de Donald Trump de recortar la financiación a organizaciones multilaterales puede afectar directamente a la OEA, así como la amenaza de retirarse del Fondo Monetario Internacional (FMI) y del Banco Mundial (BM), e incluso del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Esto podría ser bien visto por Claver Carone, dada su traumática salida de este último.
Si bien, durante su visita a Santo Domingo, Marco Rubio insistió en que la X Cumbre de las Américas, a celebrarse a comienzos de diciembre en República Dominicana, debería ser un éxito, queda la incógnita de lo que pueda hacer Trump, lo que sería muy ilustrativo sobre su interés último en la región y también en la OEA.
Más allá de las constantes descalificaciones de los gobiernos bolivarianos a la organización hemisférica, y a su repetido deseo de construir una OEA sin EE.UU ni Canadá, algunos de sus últimos secretarios generales, cuando fueron elegidos, no eran la primera opción de Washington. Pensemos en el socialista chileno José Miguel Inzulza (2005 – 2015) y en el frenteamplista uruguayo Luis Almagro (2015 – 2025), pese a que luego fue expulsado del Frente por su condena a Venezuela.
Sin embargo, precisamente Venezuela, junto con Cuba y Nicaragua, era la cuestión que terminaba definiendo a la OEA y a la forma en que se comportaba y se encasillaba a su secretario general.
De cara al futuro la cuestión central es si se cree, o no, que la OEA tiene sentido y futuro. Dicho de otra manera, ¿hay que apostar por mantenerla? Hoy por hoy es la única instancia hemisférica que funciona y donde la mayoría de América Latina y el Caribe puede expresarse políticamente y lograr algún acuerdo. Pese a sus grandes inconvenientes, que son muchos, bajo ningún concepto se puede comparar a la inoperante y fraccionada Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) con la OEA.
Si finalmente Trump decide salirse de la OEA o dejar de financiarla habrá cumplido el viejo sueño de Fidel Castro y de Hugo Chávez de enterrar definitivamente a la organización.
Sería paradójico que, en aras de volver a hacer grande a América (MAGA), el gran sueño iliberal y anti-ilustrado del actual presidente de EE.UU, se acabe con una de las instituciones multilaterales de mayor arraigo en el continente y que desde su creación mantuvo una política coherente en materia de derechos humanos.
Carlos Malamud es Catedrático de Historia de América de la UNED, investigador principal para América Latina del Real Instituto Elcano, España