La vitivinicultura patagónica atraviesa una crisis estructural. Las provincias de Neuquén y Río Negro lideran la pérdida de viñedos en todo el país durante 2024, según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV) y el último informe sectorial.
Ambas jurisdicciones representan menos del 1% del total nacional cultivado. Sin embargo, cumplen un rol clave en la identidad productiva regional, con una cadena de valor consolidada y un porcentaje creciente de exportaciones.
En Río Negro, la superficie cultivada cayó un 14,2% en un solo año. Se perdieron 213,2 hectáreas respecto de 2023. Desde 2015, la retracción fue del 32%, con 389,2 hectáreas menos.
En Neuquén, la caída de superficie fue aún mayor. El INV estimó una reducción del 16,3% en 2024, con casi 300 hectáreas menos que el año anterior, lo que pone en jaque la sustentabilidad del sector.
La crisis no es exclusiva de la Patagonia. Mendoza, San Juan y otras provincias productoras también registraron mermas, aunque no tan severas como las del sur.
Los especialistas apuntan a factores múltiples. Entre ellos se destacan el cambio climático, la baja rentabilidad, los altos costos y la falta de incentivos específicos para pequeños y medianos productores.
La vendimia 2025 confirmó las señales de alarma. Según las estimaciones acumuladas al 18 de mayo, Neuquén cosechó 7.131.618 kg, frente a los 7.837.700 kg del año anterior. El retroceso fue del 9%.
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En Río Negro, la merma fue mayor. La producción acumulada alcanzó los 4.048.480 kg, una baja del 12% en comparación con los 4.607.900 kg cosechados en 2024.
El INV anticipó la peor cosecha de los últimos 50 años. Atribuyó el fenómeno a heladas tardías, sequías prolongadas, granizo y temperaturas extremas. El cambio climático se volvió una amenaza permanente.
La vendimia se adelantó varias semanas. Las plantas respondieron de forma atípica a las condiciones climáticas, lo que alteró los ciclos de maduración de la uva y forzó decisiones urgentes en las bodegas.
En Neuquén, el Malbec lidera la superficie cultivada. Representa el 37,5% del total, seguido por Pinot Noir con el 15,4% y Cabernet Sauvignon con el 14,5%.
Río Negro muestra un perfil varietal distinto. El Malbec ocupa el 26,6%, el Merlot el 12,7% y el Pinot Noir el 8,9%, con presencia también de uvas blancas y criollas.
El 94% de la superficie en Río Negro es apta para elaboración. Esto indica un alto grado de tecnificación y orientación comercial en la producción.
La producción de vinos viene en descenso desde 2010. Neuquén registró una baja del 40,3% entre 2014 y 2023, tanto en volumen como en superficie activa.
En Río Negro, la caída es dispar entre departamentos. Algunas zonas mantienen niveles estables o en alza, pero otras muestran un retroceso sostenido, especialmente en regiones históricas.
En 2023, Neuquén había logrado una mejora transitoria. Pasó de 6.878.700 kg en 2022 a 7.837.700 kg en 2023, lo que generó cierta expectativa. Sin embargo, la tendencia volvió a invertirse.
Río Negro, en cambio, mostró caída tanto en 2023 como en 2025. El retroceso acumulado compromete la continuidad de proyectos pequeños y medianos.
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El 20% de los vinos patagónicos se exporta. Los mercados más importantes son Estados Unidos, Reino Unido y Brasil. Sin embargo, las mermas internas afectan la capacidad de cumplir contratos.
Las bodegas ajustan estrategias. Reducen stock, diversifican líneas de producto y apuestan a variedades más resistentes al clima y con mayor margen de rentabilidad.
Los productores reclaman apoyo estatal. Piden créditos blandos, subsidios al riego y programas de incentivo para sostener el arraigo rural y evitar el abandono de chacras.
Las cooperativas sufren el impacto directo. Muchas no alcanzan el volumen necesario para cubrir costos fijos y asegurar rentabilidad. La falta de escala complica la supervivencia.
La identidad del vino patagónico está en juego. El prestigio internacional se mantiene, pero las cifras internas reflejan una realidad cada vez más difícil.
El Malbec y el Pinot Noir siguen como emblemas. Ambos sostienen el interés de sommeliers, exportadores y turistas, pero ya no alcanzan para frenar la caída.
La tecnología ayuda, pero no compensa las pérdidas. Los sistemas de riego, las estaciones meteorológicas y los drones permiten prever riesgos, pero no garantizan rendimiento.
El fenómeno afecta al turismo enológico. Menos producción implica menos actividad en las rutas del vino, lo que repercute en hoteles, restaurantes y guías locales.
Las estadísticas nacionales también preocupan. La superficie vitivinícola argentina se achica año tras año, con una estructura cada vez más concentrada.
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La Patagonia exige políticas diferenciales. Sus condiciones climáticas, distancias logísticas y escala productiva requieren herramientas específicas.
El valor agregado patagónico es reconocido globalmente. Pero sin apoyo sostenido, muchas etiquetas podrían desaparecer del mercado.
El año 2025 será clave para revertir la tendencia. Si no hay medidas urgentes, la vitivinicultura patagónica seguirá perdiendo terreno.
El vino sureño necesita más que historia. Necesita inversiones, planificación, previsibilidad y políticas a largo plazo.
