Los escribas medievales llenaban volúmenes llamados bestiarios con ilustraciones y descripciones de criaturas fantásticas. Los manuscritos que contenían representaciones de estos animales también dependían de una colección de fieras: las cubiertas de estos y otros volúmenes se confeccionaban con cuero de terneros, cabras, ovejas, ciervos, cerdos y, en algunos casos macabros, con piel humana.

A la mayoría de esas pieles se les retiraba el pelo antes de que se convirtieran en encuadernaciones. Pero un conjunto de manuscritos medievales del noreste de Francia tiene un acabado peculiar: sus tapas, desgastadas por el tiempo, están cubiertas de pelo.
“Estos libros son demasiado ásperos y peludos para ser cuero de becerro”, dijo Matthew Collins, bioarqueólogo de la Universidad de Copenhague y la Universidad de Cambridge y autor del nuevo estudio. Pero identificar el origen de la piel peluda no fue fácil.
Aunque estos volúmenes peludos parecerían propios de la biblioteca de Hogwarts, se fabricaron originalmente en el scriptorium de la abadía de Claraval, centro neurálgico de una orden de monjes católicos, los cistercienses. La abadía, fundada en 1115 en la región francesa de Champaña-Ardenas, albergaba una de las mayores bibliotecas monásticas de la Europa medieval.
Frágiles encuadernaciones originales
Del extenso corpus de la abadía han sobrevivido unos 1.450 volúmenes. Aproximadamente la mitad de estos manuscritos se conservan en sus frágiles encuadernaciones originales. Muchos fueron encuadernados durante los siglos XII y XIII al estilo románico, que colocaba el pergamino entre tablas de madera sujetas con hilos y cuerdas.
En la abadía de Claraval, estos libros románicos a menudo se colocaban dentro de una cubierta secundaria de pieles con pelo. Tradicionalmente, se creía que este cuero no pelado procedía de jabalíes o ciervos. Sin embargo, los folículos pilosos de algunos de los manuscritos no coinciden con el pelaje de ninguno de estos dos mamíferos.
Collins y sus colegas analizaron las cubiertas peludas de 16 manuscritos que se conservaban en la abadía de Claraval. Los investigadores frotaron el cuero del lado de la carne con gomas de borrar para extraer cuidadosamente muestras del tamaño de migas. A continuación, utilizaron diversas técnicas para analizar secuencias de proteínas y fragmentos de ADN antiguo del cuero.
Sus hallazgos, publicados en la revista Royal Society Open Science, revelan que los libros no están encuadernados con pieles de mamíferos terrestres locales, sino con piel de foca.
Varios de los libros estaban encuadernados con piel de foca común y al menos uno procedía de una foca pía. La comparación con el ADN contemporáneo sugiere que el origen de las focas era Escandinavia y Escocia o potencialmente lugares tan lejanos como Islandia o Groenlandia.
Estas zonas tan dispares en un tiempo estuvieron conectadas por una compleja red comercial medieval. En la Edad Media, los comerciantes nórdicos recolectaban marfil y pieles de morsa en Groenlandia y los enviaban a Europa continental. Aunque Claraval y sus monjes estaban lejos de los centros costeros, la abadía se hallaba cerca de una ruta comercial muy transitada.
Según Mary Wellesley, investigadora del Instituto de Investigación Histórica de Londres especializada en manuscritos medievales y que no participó en el nuevo trabajo, estos hallazgos revelan aspectos de la sociedad medieval.
“Los pequeños detalles de los manuscritos pueden decir mucho sobre el mundo que los creó”, dijo Wellesley. “Es una suposición popular que la gente no se movía, pero estas instituciones monásticas forman parte de esta increíble red de bienes, libros e ideas”.

Valiosas focas
Las focas eran una mercancía valiosa por su carne, su grasa y su piel impermeable, que se podía convertir en botas y guantes. Algunos documentos incluso dicen que la piel de foca se utilizaba para pagar los impuestos eclesiásticos.
Las comunidades costeras de Escandinavia e Irlanda utilizaban la piel de foca para encuadernar libros, pero esta práctica era mucho menos frecuente en la Europa continental.
Los monjes cistercienses, sin embargo, parecen haber tenido predilección por los libros de piel de foca. Se han encontrado ejemplos de estos manuscritos forrados en piel en otras abadías descendientes de Claraval.
Estos monjes incluso utilizaban el material para encuadernar sus documentos más importantes, como la información histórica sobre San Bernardo, una importante figura cisterciense.
Según Collins, el color de la piel de foca puede explicar la afición de los monjes por utilizar el cuero de estos animales. Mientras que las cubiertas de los manuscritos son ahora de color gris amarillento o marrón manchado, en otro tiempo estaban recubiertas de la piel blanca de las crías de foca. Ese tono hacía juego con las vestimentas sin teñir de los monjes.
“En la Europa medieval no hay nada que sea blanco puro”, explicó Collins. “Esa piel debía de ser algo mágico”.
A los monjes las focas probablemente les parecieran semejantes a seres mágicos: en los bestiarios medievales, a las focas se la llamaba “becerros de mar” y se parecen más a perros con cola de pez que a pinnípedos regordetes.
© The New York Times / Traducción: Elisa Carnelli