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jueves, marzo 6, 2025

La plaza

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Las calles más cansadas por las que he transitado son las que conducen a la plaza de San Pedro, en el Vaticano. Ese cansancio urbano se siente en la noche, cuando han desa­parecido los turistas, los peregrinos y han cerrado ciertos establecimientos donde se ofrecen espantosos recuerdos de plástico o feroces pizzas turísticas. A mí me gusta pasear esa plaza las noches de luna llena. Quizá sea la presencia del obelisco egipcio la que invita a fantasear. El sol romano le sienta bien al obelisco, pero es en las noches con luna llena cuando el mismo parece adquirir unas dimensiones insospechadas. Otro enclave para disfrutar la plaza es la azotea de la residencia religiosa Maria Bambina.

En la plaza de San Pedro he vivido situaciones muy pintorescas. Por ejemplo, el encuentro inesperado con el cardenal valenciano Antonio Cañizares, menudo y asustadizo, que un buen día nos sorprendió vestido con una kilométrica y voluminosa capa magna roja que parecía evocar los tiempos de los Borgia. Fue, pues, en la plaza de San Pedro donde vi a Cañizares. Fui a estrecharle la mano y al decirle que era periodista salió disparado y por unos instantes temí que su muy breve humanidad acabara en el suelo, sobre los adoquines. Fue como si hubiese visto al diablo. En otra ocasión se me acercó un mendigo, que olía a vino barato y que iba cargado de cruces y me dijo que evitara pisar determinado adoquín, un sampietrini que tiene forma de corazón y del que cuenta la leyenda que es el corazón de Nerón. Cuando agonizaba Juan Pablo II me acerqué durante la noche a la plaza y en ella conocí a un abogado que también daba vueltas por la misma. Me dijo que no era creyente, pero que estaba allí para despedir a quien consideraba que había sido un buen vecino. Recién elegido Bergoglio como nuevo Papa, paseando por la plaza con un sacerdote que trabajaba en la curia me dijo: “Tiene fama de indómito, pero ya lo domesticarán.” Y fue en la plaza de San Pedro donde el ahora rector de la basílica romana de Sant’Eugenio, Miquel Delgado, le entregó a Francisco una camiseta del Barça firmada por Messi. Pensé que le haría ilusión tenerla y no me equivoqué. Esa camiseta se la pedí a Sandro Rosell.

Aseguran que Francisco no ha tenido un hombre de confianza, ha sido un gran desconfiado

Estos días, pensando en el papa Francisco, he recordado lo que cuenta en su libro de memorias Creure i mirar d’entendre el historiador de la filosofía y la teología Josep-Ignasi Saranyana. Invitado a cenar por Maria Ratzinger, la hermana de Benedicto XVI, entonces aún cardenal, su secretario preguntó al catalán qué opinión le merecían los jesuitas. Saranyana respondió que habían dado mucha gloria a Dios, aludiendo al acrónimo Ad maiorem Dei gloriam , que es la divisa de los jesuitas. Luego añadió: “Los hay de todos los colores”. Quienes saben aseguran que Francisco, ingresado en el Gemelli mientras escribo esto, no ha tenido un hombre de confianza. Ha sido un gran desconfiado. Quizá, pues, la edad y los achaques físicos, y no la curia, son los que han acabado domesticándolo solo un poco.

Redacción

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