A mediados del siglo XX, en un país donde las mujeres aún no eran consideradas ciudadanas plenas, Eva Perón rompió con todos los moldes. No sólo fue una figura central en la vida política argentina como primera dama, sino que construyó poder, desafió estructuras tradicionales y encabezó una de las transformaciones más profundas de la historia nacional: el ingreso masivo de las mujeres a la vida política. Lo hizo en un contexto en el que ni siquiera podían votar.
En 1945, Argentina había firmado el Acta de Chapultepec, que instaba a suscribir principios democráticos, entre ellos el derecho al sufragio femenino. Sin embargo, la voluntad institucional aún no se traducía en hechos. Las décadas previas habían estado marcadas por el activismo de pioneras del feminismo y partidos como el Socialista y el Comunista, que reclamaban una ciudadanía igualitaria. Pero el sistema político seguía cerrado. No fue hasta la llegada de Eva Duarte al poder, como esposa de Juan Domingo Perón, que el tablero político comenzó a cambiar radicalmente.
Eva impulsó con decisión la Ley Nº 13.010, que otorgó a las mujeres el derecho a votar y a ser elegidas. La ley fue sancionada en septiembre de 1947 y significó una conquista histórica, más allá de la coyuntura peronista. Sin embargo, su visión fue mucho más allá del voto. En 1949, fundó el Partido Peronista Femenino (PPF), una herramienta inédita en la política argentina: una estructura propia, autónoma, con capacidad de movilización, organización y penetración territorial que rivalizaba con cualquier otra fuerza del momento.
El PPF se expandió rápidamente por todo el país. Con una estructura vertical conducida por «Evita», se designaron 24 delegadas provinciales que respondían directamente a su figura y, a su vez, organizaban subdelegadas que llegaron a ser más de 3.600. No sólo se trataba de un movimiento electoral: las mujeres del PPF empadronaban, capacitaban, organizaban actos, visitaban barrios y pueblos, y llevaban adelante tareas sociales. Eva entendió que el derecho político debía ir acompañado de una práctica política concreta y transformadora.
Gracias a este impulso, en las elecciones nacionales de 1951 -las primeras con sufragio femenino efectivo- no solo las mujeres votaron por primera vez: también fueron elegidas.
A partir de entonces, más de cien mujeres ocuparon bancas en el Congreso Nacional y legislaturas provinciales. Por primera vez en la historia argentina, hombres y mujeres discutían leyes en igualdad de condiciones. Este hecho, que hoy puede parecer un paso lógico, fue una revolución para la época. Eva Perón no sólo garantizó el ingreso de las mujeres al padrón electoral: las llevó al Poder Legislativo.
Es importante destacar que esa masividad fue un fenómeno estrictamente peronista. Ni la UCR ni otros partidos con poder de convocatoria incluyeron mujeres en sus listas legislativas. Solo fuerzas más pequeñas, como el Partido Comunista, impulsaron candidatas como Alcira de la Peña, pero sin éxito electoral. El fenómeno Eva fue, además de político, cultural y simbólico: una mujer que, antes de que su género fuese considerado sujeto pleno de derecho, ya disputaba el poder con los hombres en los mismos niveles.
Evita también tuvo una faceta social determinante. Desde la Fundación «Eva Perón» articuló programas que alcanzaron a los sectores más vulnerables del país: hospitales, hogares de tránsito, escuelas, proveedurías y la célebre Escuela de Enfermeras. Desde allí, no sólo se brindaba asistencia: se promovía una nueva identidad para la mujer de clase trabajadora. Una mujer que podía estudiar, votar, militar y ocupar espacios públicos sin pedir permiso.
En este contexto, Eva también impulsó la reforma constitucional de 1949, promovida por el peronismo, que incorporó por primera vez los derechos sociales y políticos de las mujeres en la carta magna, incluyendo la igualdad jurídica de los cónyuges y la patria potestad compartida. A pesar de que esa Constitución fue derogada tras el golpe militar de 1955, sus huellas quedaron impregnadas en la historia de los derechos civiles.
Sin embargo, la figura de «Evita» no escapó a la polarización. Mientras para miles era la «abanderada de los humildes» o «la madre de los descamisados», otros sectores -especialmente los antiperonistas- la tildaban de autoritaria, manipuladora y populista.
Como símbolo de un movimiento que provocaba amor y odio por igual, su vida política fue intensa y breve. Murió en 1952, a los 33 años, pero su legado permanece. Su tumba en La Recoleta aún recibe flores y cartas, y su imagen inspira desde murales hasta series y películas, aunque no siempre con una mirada amable.
En comparación internacional, el rol de «Evita» es aún más llamativo. Mientras que en países vecinos como Chile, las leyes de sufragio fueron contemporáneas a la argentina, sus efectos fueron mucho más modestos: hacia 1957, solo cuatro mujeres habían pasado por el Congreso chileno. En cambio, en Argentina, la cifra del 30% de representación femenina se alcanzó sin ley de cupo, solo por el impulso de Eva Perón y su organización. Recién en los años 90 se volvería a ese número gracias a la Ley de Cupo Femenino.
Eva no solo militó por el derecho al voto: construyó un poder real, con voz propia, en una época donde eso parecía imposible para una mujer. Su paso por la política nacional no fue testimonial, sino decisivo. Si bien el sufragio femenino fue la puerta de entrada, su mayor logro fue hacer que miles de mujeres la cruzaran.