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jueves, junio 26, 2025

La política o el arte de quedarse, intendentes que pedirán “igualdad”, la centralidad del balcón y el chocolate Dubai

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En el Senado bonaerense, volvió a decirse en voz alta lo que hace años se murmura en los pasillos: que la política es el arte de quedarse. Y si es por siempre, mejor. Con el voto decisivo de la vicegobernadora Verónica Magario, se aprobó la reelección indefinida para diputados, senadores provinciales, concejales y consejeros escolares. Quedaron afuera –por ahora– los intendentes, a quienes nadie quiere mirar demasiado porque están más atentos al 2027 que al 2025. El poroteo fue quirúrgico: 22 a 22. La abstención de Silvana Ventura (de Juntos pero sin demasiadas ganas) y la ausencia del senador Federico Fagioli (alineado con Grabois) hicieron posible el empate. Y ahí entró ella, Magario, como en un capítulo de “House of Cards” criollo: “A diferencia de lo que pasó hace largos años en la Argentina, mi voto es positivo”, dijo, con sonrisa contenida y mirada dirigida al archivo televisivo.

Hubo de todo: peronistas oficialistas que ya habían pedido tres cafés para la sesión porque sabían que se quedaban hasta que saliera, libertarios dialoguistas (oxímoron que solo la política argentina puede parir), y hasta radicales con el freno de mano roto, como Marcelo Daletto, que hace rato se mueve más cómodo fuera del manual alfonsinista. La oposición formal (PRO, la UCR dura, LLA sin remordimientos y alguna izquierda despeinada) votó en contra. Pero la defensa oficialista era tan cándida como vieja. “Es para que la gente elija libremente”, dijeron mientras miraban al techo, por si se caía algún principio republicano. ¿Qué dice el proyecto? Simple: los legisladores ya no tienen tope de mandatos. Si la lista entra y el partido banca, pueden seguir. Como dijo un viejo operador en los pasillos de la Cámara Alta, “Ahora no solo nos elige el pueblo, también nos bendice la eternidad”. Lo más jugoso es que esto no es reforma constitucional ni cambio de régimen: es una modificación al artículo 3 de la Ley 14.836. Técnica quirúrgica, bisturí de quirófano. “La gente nos va a putear tres días pero después ya nadie se acuerde de esto”, admitía con sinceridad brutal uno de los votantes.

La cosa pasa a Diputados. Hay expectativa, hay presión, y hay llamados de más de un jefe territorial que ya sacó la calculadora y está haciendo cuentas: si el proyecto prospera, la próxima elección interna se parece más a un geriátrico con banderas partidarias que a una renovación generacional. Mientras tanto, los intendentes miran de reojo. Saben que si esto pasa, el reclamo por la reelección indefinida propia vuelve a sonar en todas las mesas chicas del conurbano. En Mar del Plata, varios concejales ya levantaron una ceja. Dicen que Axel Kicillof –el viernes estará en Mar del Plata– siguió la sesión en modo avión, pero con auriculares puestos. No dijo nada, pero tampoco frenó nada. Y eso, en política, también es una forma de votar. El proyecto camina hacia la Cámara Baja, donde el clima está más espeso. Las espadas del oficialismo creen que los votos están. En la oposición cruzan los dedos, pero también los brazos: muchos no están dispuestos a inmolarse en nombre de una república que ya viene toqueteada. Si Diputados le da luz verde, se consagra lo que ya es un secreto a voces: la política bonaerense encontró el modo de institucionalizar el cargo vitalicio por goteo. Basta con saber acomodarse en la lista. No hace falta ni sobresalir ni gestionar. Solo durar.

Aunque el proyecto aprobado no los incluye, los intendentes están mirando como quien ve pasar el mozo con la bandeja ajena pero el pedido propio. Hay llamados cruzados, reuniones fuera de agenda y, sobre todo, un mensaje que empieza a repetirse entre las líneas del peronismo del conurbano: “¿Por qué ellos sí y nosotros no?”. Si hay quienes saben de eternidad en el poder, son los barones del Gran Buenos Aires. Muchos de ellos ya están transitando su tercer mandato gracias al vericueto reglamentario que permitió pedir licencia o cambiar de piel entre Ejecutivo y Legislativo local. Con esta nueva jugada, lo que antes era picardía podría pasar a ser ley. Algunos hablan incluso de una próxima embestida para “armonizar el régimen electoral”: en criollo, hacerle lugar a la reelección indefinida también para los intendentes, con el argumento de “no discriminar”. Los más inquietos son los que tienen mandato hasta 2027 y estaban obligados a soltar la silla. Ahora siento que hay margen para rediscutir todo. Más de uno ya pidió a sus equipos que “revisen los pliegos” o que armen informes de gestión con olor a campaña. En definitiva, como dijo un operador de peso en La Plata: “Esto no se trata de democracia o no. Se trata de que el que llega no se va”. La Legislatura bonaerense no legisló una idea. Legisló un instinto. Y ahora los intendentes, con ese olfato tan fino para detectar oportunidades, ya se están preparando para dar la próxima batalla.

En la semana que pasó, como bien lo señalaba el consultor político Carlos Fara en uno de los asados del fin de semana largo en Mar del Plata, el gran debate político se centró en un balcón. Sí, un balcón. “Algo casi absurdo si pensamos en los temas urgentes que tiene Argentina, pero así está el clima: la figura de Cristina Kirchner atrae toda la atención”, acotaba el dueño de casa (caserón en realidad, en barrio privado del sur). La marcha del miércoles fue el evento político de la semana. Fue numerosa, permitió a Cristina calibrar el apoyo real de su base y generó esa épica y energía indispensables para que su militancia encare las próximas elecciones con fuerza. Sin mística, un ejército no gana, y en eso la expresidenta sabe jugar muy bien. Pero el gran interrogante es cuánto podrá mantener ese fuego encendido hasta octubre, fecha clave del calendario electoral. El cronograma ayuda: el 9 de julio se inscriben frentes electorales, el 7 de septiembre será la elección y en agosto se terminarán de definir las candidaturas. Escenarios para fuegos artificiales no van a faltar, relataba Fara en mesa en la que acaparaba la atención.

Se consideraba también que la disputa política se reflejó en las críticas de los cristinistas a Axel Kicillof –estará el viernes en Mar del Plata–, a quien acusan de apresurar la decisión de la Corte con el desdoblamiento electoral. Sin embargo, si la Corte ya tenía su fallo listo, cambiar el mes de votación probablemente no hubiera alterado el resultado. Mientras en otro sector del quincho se recomendaban series televisivas y se intercambiaban experiencias sobre compras a China a través de aplicaciones que siguen creciendo en la Argentina –en lo que va del año aumentó un 300 % el volumen de bultos que llega a Ezeiza–, el consultor político hablaba y escuchaba los comentarios de sus amigos marplatenses. Se escuchó decir allí que desde el oficialismo querían a Cristina como candidata para evitar fracturas internas pero que la “centralidad Cristina” les ha tapado otros temas importantes, como la deflación mayorista en mayo y la posibilidad de que la inflación esté bajando y los precios también. Sin embargo, se indicaba, la realidad económica no es sencilla: el consumo creció apenas un 0,6 % en lo que va del año, las exportaciones bajaron, el superávit comercial se desplomó, los salarios vienen cayendo y hay temor sobre la capacidad de pago de muchas empresas. Además, el índice de confianza del consumidor se mantiene estancado, con una percepción mixta: la gente se siente relativamente bien hoy, pero es pesimista sobre el futuro. No obstante, la armada libertaria mantiene el viento a favor para obtener crédito electoral, aunque ya comienzan a surgir señales que podrían aprovechar otros actores políticos, sobre todo en Buenos Aires. “La combinación de agresividad política y una economía que no termina de despertar pone a toda la política en alerta”, refería Carlos Fara, con la claridad y el pulso que lo caracterizan, describiendo un escenario político y económico complejo, con una protagonista central que marca la agenda y un país que aún busca cómo atravesar este invierno que tiene por delante.

Torneo de truco para ellos y de burako para ellas por la tarde, para cerrar la noche con una paella lisa y llanamente inolvidable. Fue el domingo, en quinta de la zona de Sierra de los Padres con la excusa de la celebración de las bodas de plata del aniversario de casamiento del empresario del sector tecnológico y su esposa, licenciada en Filosofía y docente universitaria. Él, exrugbier, recibió a los visitantes luciendo buzo de Los Pumas, exultante por el triunfo histórico del seleccionado argentino en Dublín ante el mítico combinado de British & Irish Lions por 28-24. Hubo chicana para el periodista. “A ver si le dan más bola al rugby y menos a la pelotita de fútbol, che”, disparó el dueño de casa, mientras iban llegando los invitados, entre ellos, reconocido empresario gastronómico que entre envidos y trucos tiró al pasar que Havanna se apresta a lanzar al mercado un alfajor de chocolate Dubai relleno de pistacho que será una bomba. Párrafo aparte para el chocolate Dubai, que se convirtió en furor incluso para la firma Lucciano’s con una demanda en los helados que no deja de sorprender, reconocía esa misma tarde Christian Otero, en la otra punta de Mar del Plata, concretamente en el Newbery Athletic, en el sur, donde entrenaba el plantel de Platense, el último campeón del fútbol argentino. “Se viene la tableta de chocolate Dubai”, admitía el joven empresario.

Pero volviendo al encuentro de Sierra de los Padres, se habló allí de los dólares del colchón y los esfuerzos del gobierno para que los “verdes” vean la luz. En este contexto, se hacía referencia al último informe de Zuban Córdoba, titulado con elocuente franqueza “Tus dólares, tu decisión”, que ofrece mucho más que un relevamiento estadístico. Es, en verdad, un espejo incómodo que muestra cuánto malestar se esconde detrás del “sálvese quien pueda” económico y del desánimo democrático que hoy atraviesa una buena parte del país. El dato que lo resume todo: apenas un 19,9 % de los argentinos dice tener dólares ahorrados. Y de ese grupo reducido, solo el 12,2 % estaría dispuesto a blanquearlos bajo el nuevo régimen fiscal que impulsa el gobierno libertario. La gran mayoría, más del 55 %, rechaza de plano usar sus billetes verdes “solo porque lo pide Milei”. No es rebeldía fiscal, es instinto de supervivencia, dijo uno de los comensales ante su plato de paella humeante.

En realidad, la consigna que emerge es directa, individualista, emocional: “Mis dólares, mi decisión”. Ni el mercado, ni el Estado, ni la patria parecen tener injerencia en lo que cada ciudadano hace con lo que logró guardar. Y aunque esa consigna no figura en ningún cartel oficial, funciona como un reflejo del clima de época: el dinero es privado, pero también es político. Lo inquietante para el gobierno no es que falten dólares, sino que sobran desconfianzas. Y eso, para un plan económico que depende más del “inversor climático” que de las políticas distributivas, es dinamita. El presidente puede repetir que la inflación baja y que la economía se está “ordenando”, pero el ahorrista promedio, ese que guarda los verdes en la caja de zapatos, no está dispuesto a financiar la épica libertaria con su propio colchón. A lo sumo, algunos usarán parte para las vacaciones. Otros, para llegar a fin de mes. Pero el gesto que el oficialismo espera –que el ciudadano común ponga su reserva en la góndola del mercado o en la ventanilla del banco– simplemente no se traducía de algunos de los comentarios escuchados.

En tanto, el segundo módulo de la encuesta –a la que el periodista tuvo acceso de manos de funcionario municipal alejado por un rato de la rosca política– pone el foco en la salud democrática. Y no trae buenas noticias: crece la desafección política, especialmente entre los más jóvenes. El 43 % dice que solo iría a votar si sintiera que su voto puede generar un cambio. A la inversa, la falta de confianza en los partidos (25 %), la desconfianza en el sistema electoral (17,7 %) y la sensación de que votar no sirve para nada (17,5 %) son los principales desmotivadores. El dato se agrava cuando se pone la lupa sobre quienes votan a Milei. Para ellos, el cansancio por tantas elecciones ya se ubica como segundo motivo de desinterés. Un reflejo de una ciudadanía hastiada, que creyó en el cambio y ahora empieza a descreer de todo.

En Mar del Plata, también se palpa este desgaste. En los barrios, los punteros de siempre ya no consiguen ni juntar mesas para fiscalizar. El funcionario municipal, hombre de consulta en tiempos electorales, estimaba que, con suerte, en las próximas elecciones votará no más del 55 % del padrón de General Pueyrredon. El voto sigue siendo obligatorio, pero la voluntad política, no tanto. Paradójicamente, el 65 % de los encuestados quiere que el voto siga siendo obligatorio. Un gesto de adhesión formal a la democracia que convive con un descreimiento de fondo hacia sus mecanismos. Como si muchos aceptaran que el sistema debe mantenerse, pero dudaran de que pueda mejorarles la vida. En este contexto, no es extraño que la política esté buscando nuevas formas de empatía: desde la narrativa de la motosierra hasta los intentos opositores de resucitar la “sensación de futuro”. Pero lo que muestra esta encuesta es más crudo: los argentinos no están esperando un salvador, están tratando de sobrevivir. Y si de algo no quieren desprenderse, es de lo poco que lograron guardar. En tiempos en los cuales la política se juega entre billeteras, Zuban Córdoba lo resume sin rodeos: “El órgano más sensible de los argentinos sigue siendo el bolsillo”. El resto, incluso la democracia, empieza a parecer secundario.

Como en cualquier reunión, en algún momento irrumpió el tema de la inseguridad, una sombra que parece extenderse sin pausa sobre la vida cotidiana de los argentinos. Se conocía justamente este fin de semana un estudio reciente de Mega Smart Research Solutions que revela que el 77 % de la población está muy preocupada por la delincuencia. Pero no es solo un miedo abstracto: el 46 % asegura haber sufrido o conocer a alguien que fue víctima de un delito en la vía pública en el primer semestre de 2024. Un dato que es alarmante, porque confirma que la inseguridad no es solo una sensación, sino una realidad palpable que golpea a miles todos los días. No sorprende entonces que la búsqueda de soluciones para protegerse haya crecido del 66 % al 74 % en apenas seis meses.

Entre las medidas más habituales están las rejas en puertas y ventanas, los perros guardianes y las cámaras de seguridad. Pero aquí aparece una paradoja: las alarmas monitoreadas, que son consideradas por muchos como una de las opciones más efectivas para enfrentar la delincuencia, todavía no terminan de despegar. ¿La razón? El costo y la falta de información. O sea, la inseguridad se vive con miedo, pero también con un bolsillo apretado y muchas dudas sobre qué hacer realmente. Mientras tanto, la gente sigue modificando su rutina para intentar esquivar el problema: evitar zonas conflictivas, salir en grupo, limitar el uso del celular en la calle. Son soluciones de emergencia, no de fondo. Tener seguridad sigue siendo más un lujo que un derecho. La brecha entre el miedo y la acción es enorme, y mientras eso no cambie, la sensación de vulnerabilidad va a seguir marcando la vida de muchos. En definitiva, la inseguridad no es solo un tema de estadísticas o titulares. Es un problema que pide, con urgencia, dejar de hablar y empezar a actuar. “Porque vivir con miedo no es vivir: es sobrevivir”, subrayó con firmeza uno de los jóvenes invitados al festejo por el aniversario de casamiento que se cerró con una mesa de tortas que mereció hasta fotos.

Redacción

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