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martes, junio 3, 2025

La próxima revolución tecnológica depende de América Latina y el Caribe

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En lugar de imponer nuestras tecnologías sobre la naturaleza, ¿por qué no dejar que ella inspire nuestras innovaciones? Desde las aspas de los aerogeneradores hasta los trenes bala y las células solares, muchas de las tecnologías que usamos hoy se han inspirado en soluciones de la naturaleza, que lleva 3.400 millones de años de I+D por delante de nosotros.

La bioinspiración puede moldear la próxima revolución tecnológica y generar prosperidad en América Latina y el Caribe —la región más biodiversa del mundo—, pero sigue siendo ignorada en las políticas públicas y las finanzas, convirtiéndose en la gran oportunidad perdida del siglo XXI. Para que los países latinoamericanos dejen de ser meros proveedores de materias primas —minerales o muestras genéticas— y comiencen a moldear mercados y tecnologías, se necesita un cambio en las políticas, el financiamiento y la ambición.

Durante décadas, los formuladores de políticas de América Latina y el Caribe (ALC) han estado atrapados en un falso dilema: desarrollo económico o conservación de la biodiversidad. El discurso predominante (global) y las opciones de financiamiento sugieren que la región debe elegir entre proteger su riqueza natural sin igual —hogar del 50% de los anfibios, el 41% de las aves y un tercio de los mamíferos del mundo— o perseguir el empleo y el crecimiento que su población demanda. Pero, ¿y si esta dicotomía es una ilusión peligrosa, como bien señalan las perspectivas indígenas del desarrollo sostenible? ¿Y si la biodiversidad no es un obstáculo para el desarrollo ni un activo que preservar pasivamente, sino la base misma de un modelo económico que podría posicionar a ALC como líder en las industrias del futuro?

La urgencia de este cambio no puede subestimarse. La histórica dependencia de la región de industrias extractivas —petróleo, minería y agricultura de monocultivo— la ha dejado económicamente vulnerable y ecológicamente agotada. El cambio climático y la transición global hacia tecnologías bajas en carbono ahora amplifican estos riesgos, ya que la demanda de minerales críticos amenaza con profundizar el papel de ALC como proveedor de materias primas en lugar de creador de valor. Sin embargo, el recurso más valioso de la región no está enterrado en su suelo: florece en sus bosques, ríos y arrecifes. La pregunta es si ALC puede aprovechar esta riqueza biológica no como un commodity para extraer, sino como un catalizador de innovación, resiliencia y crecimiento inclusivo.

América Latina y el Caribe ya lidera el mundo en conservación, con el 22% de su territorio bajo protección. Pero las cercas por sí solas no pueden salvaguardar la biodiversidad si las comunidades locales carecen de alternativas económicas viables. Del mismo modo, iniciativas bienintencionadas como el ecoturismo y los pagos por servicios ambientales (PSA) han mostrado potencial —los programas de PSA de Costa Rica, por ejemplo, han compensado a agricultores por preservar bosques—, pero no son soluciones mágicas.

El ecoturismo, aunque lucrativo, es vulnerable a crisis como pandemias y desastres climáticos. Los esquemas de PSA a menudo no generan empleo masivo ni sostenibilidad fiscal. Incluso la tan promocionada “bioeconomía” no es una panacea. Países como Brasil y Colombia la han adoptado como ruta hacia el desarrollo sostenible, pero demasiadas veces sus estrategias bioeconómicas caen en el “bioextractivismo” —escalando actividades como la cosecha de açaí sin considerar la deforestación o los derechos indígenas—. El verdadero progreso requiere ir más allá de explotar recursos biológicos para usar la biodiversidad como trampolín de transformación científica e industrial. De hecho, hoy, la mayoría de las innovaciones relacionadas con la biodiversidad en ALC giran en torno a la bioprospección —extracción de compuestos para cosméticos o fármacos—, un modelo que reproduce las dinámicas extractivas que la región debe superar.

Aquí yace la verdadera oportunidad: la innovación bioinspirada (biomímesis). La biodiversidad de ALC no es solo un conjunto de especies; es un laboratorio viviente y un banco de ideas para innovación de vanguardia. A nivel global, industrias tan diversas como la medicina, las energías renovables y la ciencia de materiales buscan soluciones en la naturaleza —desde medicamentos contra el cáncer derivados de plantas selváticas hasta diseños de turbinas eólicas inspirados en las aletas de ballenas jorobadas—. Sin embargo, ALC, pese a su riqueza biológica, sigue siendo espectadora en esta revolución, donde el valor de la innovación se captura fuera de la región, dando lugar a numerosos casos de biopiratería.

Uno de los mayores obstáculos está en el financiamiento. La región invierte un mísero 0,6% del PIB en investigación y desarrollo (I+D), muy por debajo del promedio global. Cerrar esta brecha requeriría aumentar el gasto anual en I+D de 35.000 millones de dólares a al menos 130.000 millones, un salto abrumador, pero necesario.

Sin embargo, el enfoque debe ir más allá del volumen de financiamiento, pues su calidad también importa. Las finanzas para el desarrollo deben alinearse con la transformación a largo plazo, no con ganancias cortoplacistas, mientras que el financiamiento para la biodiversidad —limitado mayormente a actividades de conservación— debe enfocarse en los medios de vida de las personas, no solo en los árboles. Por eso, bancos de desarrollo ambiciosos como CAF tienen un rol clave como inversionistas catalíticos para reconciliar ambas agendas. Este tipo de financiamiento audaz es crucial para resolver obstáculos sistémicos, como la crónica subinversión en laboratorios y bases de datos taxonómicas, políticas fragmentadas y la fuga de cerebros de científicos de ALC hacia el extranjero.

El centro TIDE y CAF también se han aliado para desarrollar metodologías y estrategias que financien el desarrollo productivo vinculado a la biodiversidad, además de plataformas innovadoras que fomenten colaboraciones regionales donde investigadores, emprendedores y comunidades indígenas cocreen soluciones. Los Gobiernos también deben actuar: colocar la biodiversidad en el centro de las políticas industriales y de innovación, integrar la bioinnovación en la educación y aplicar leyes estrictas contra la biopiratería.

Los futuros líderes tecnológicos sostenibles serán aquellos que aprovechen la riqueza biológica para construir sociedades resilientes y basadas en el conocimiento. ALC, con su biodiversidad sin igual y su ingenio sin explotar, podría liderar esta revolución, si se atreve a repensar las reglas. Después de todo, la idea de que las naciones de ALC deberían usar sus recursos naturales para impulsar la próxima revolución tecnológica es lo que la renombrada académica de la innovación Carlota Pérez ha defendido durante décadas.

Los viejos paradigmas y dilemas han terminado; debe comenzar la era del nexo entre biodiversidad y desarrollo. Es hora del vuelo del colibrí.

Redacción

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