Quiso la providencia que el Ayuntamiento de Barcelona anunciara el futuro de las paradas de flores de la Rambla el pasado lunes, el mismo día en que la ciudad despedía eternamente a Joan de Sagarra, que ya no volverá a las Carolinas a comprar violetas. Los todavía resistentes ocho puestos de flores, plantas y semillas se trasladarán, después de Navidad, a la plaza de Catalunya, a continuación de la terraza del Zurich, donde el crítico y periodista gustaba de tomarse un whisky irlandés con hielo y un poco de agua, servido “como Dios manda.”

Los puestos de flores son el emblema más icónico y reconocible de la Rambla
Jordi de Rueda
La nueva ubicación será una prueba de esfuerzo para un colectivo que en los últimos años ha sufrido un exceso de olvido por parte de la administración municipal. Desde la transformación de las paradas de 1992, sufragada por las propias floristas y por La Vanguardia , todo lo que se ha hecho no ha sido más que un muy mínimo mantenimiento. Eso, y un estudio del Institut Municipal de Mercats del año 2020 que venía a decir que solo había negocio para seis puestos de flores. Es una lástima que el mismo Institut, que ha conseguido rejuvenecer la demanda local en muchos mercados municipales de Barcelona y convertirlos en una referencia mundial, haya tenido que esperar a la reforma de la Rambla para decidir invertir en el que fue el primer mercado de la flor de la ciudad.
La única actividad tradicional que da nombre a un tramo de la Rambla debe ser mimada
La remodelación ha de significar, por una parte, una mejora para las floristas a quienes han cantado Peret o Joan Manuel Serrat, nietas de aquellas “ mujeres de risa franca y manos mojadas” para las que Lorca cerró el teatro Principal en 1935, el año en que el padre de Joan de Sagarra, Josep Maria, estrenó en el Poliorama el impecable retrato social La Rambla de les Floristes .
La única actividad tradicional que da nombre a un tramo de la Rambla debe ser mimada con detalles tan simples como tener reservada una zona de carga y descarga. Al mismo tiempo, hay exigir que las nuevas paradas sean cuidadas también por las propias floristas, y que luzcan de noche anticipando el deseo de volver a la mañana siguiente a por el arte efímero de una flor.
También será, para todos, una oportunidad de poder estrenar y, en la mejor tradición barcelonesa, criticar lo nuevo con la cansina nostalgia que optimiza la juventud perdida. Con ese fin, es indispensable bajar hoy mismo a la Rambla a por un ramo de pictóricas peonias, que ahora es época, y sorprenderse al encontrar alguna pareja surcoreana con los vestidos de boda haciéndose fotos inolvidables. Después, hay que hablar y aprender de las floristas, seguir haciéndolo cuando estén en la plaza de Catalunya y proseguir cuando vuelvan a sus renovadas paradas en la renovada Rambla.
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Es evidente que hay más floristerías en Barcelona, también con sus difíciles retos diarios pero, llevando la imaginación al extremo, y ya que todo empezó aquí, igual que es impensable una Barcelona sin la Rambla también debe serlo una Rambla sin floristas.