Barcelona tiene muchas, muchísimas palomas. Más de cien mil según cálculos municipales. Y también tiene, como mínimo, 236 vecinos que las alimentan regularmente, generando unos problemas de convivencia y, en ciertos casos, incluso de salud. Para la mayoría, esta ave es más un incordio que una alegría, pero está claro que no para todos. Muchas personas que se dedican a echar comida a los pájaros en verdad están intercambiando alpiste por unos minutos de compañía. Quizá ni siquiera tengan el afecto de un perro o de un gato que viva con ellos, por lo que el simple hecho de llegar a una plaza y ver cómo se acercan unos seres vivos ya les debe recompensar. La soledad indeseada no es quizá una enfermedad pero es una carencia que rodea a más población de la que imaginamos. Aunque no son los únicos a quien afecta, son las personas de más edad quienes más la sufren. La gente de ciudad cree que es una lacra de la modernidad urbana, pero en el mundo rural pasa lo mismo y, a menudo, con menos oportunidades de engañar al silencio, que, como cantaban Simon y Garfunkel, crece como un cáncer.

Un hombre dando de comer a una multitud de palomas en la plaza Catalunya de Barcelona
Getty
Contamos desde hace años, aunque no en todas partes, del fantástico servicio de teleasistencia o, como sabiamente resumen sus usuarios, “la medallita”. Sería interesante saber cuántas llamadas reciben sus profesionales por parte de otros humanos que, además de querer oír una voz, se reconfortan sabiendo que hay alguien que se preocupa por ellos, aunque no le puedan poner cara. Pasa algo similar en los comedores sociales, a los que acuden muchos usuarios no solo porque el menú sea asequible, sino, de nuevo, para hablar con alguien durante un rato.
La soledad indeseada es una carencia que rodea a más población de la que imaginamos
La sanidad pública, siempre al límite, tiene muy buenos protocolos para el tratamiento de enfermedades muy graves, de igual forma que ofrece una atención de curas paliativas para dignificar el final cuando se demuestra inevitable. Para las personas que aún no tienen previsto morirse pero se han ido quedando sin entorno familiar, o no disfrutan de un círculo social cercano, hay entidades del tercer sector que ayudan a corregir esta situación, aunque no abarquen tanto como quisieran. Se merecen al menos la misma admiración y el mismo apoyo económico que las organizaciones que prestan su cooperación en destinos más lejanos.
En condiciones normales, la idea de la mayoría de los humanos es vivir muchos años. Eso significaría, a mucha honra, llegar a viejos. Lo podemos disimular con cirugía plástica o podemos soñar a aplazarlo como autócratas de órganos trasplantables. Si alguien pide la vida eterna, que consulte la mitología clásica para no repetir el error de no pedir también la juventud eterna y acabar siendo polvo en vida. Mientras tanto, quizá sería más realista buscar la manera para que quien quiera sentirse acompañado tenga más opciones que imitar a aquel personaje del humorista Eugenio que se hizo amigo del pichón Amadeu.