Es julio de 2006 y acaba de terminar un homenaje a la escritora y artista plástica Natalia Kohen (Mendoza, 1919 – Buenos Aires, 2022) en el Teatro Maipo. Si bien la mujer ha hecho méritos de sobra para cualquier celebración, con exposiciones, premios y libros publicados a lo largo de sus 88 años, esta tiene el sabor de la revancha, porque el año anterior Kohen había sido internada por sus hijas, supuestamente por insanía. Es julio de 2006 y ella disputa ahora ese diagnóstico en la Justicia, pero, sobre el escenario del Maipo, la actriz China Zorrilla le entrega un ramo de flores y le dice: “Si se filma tu historia, me gustaría hacer de vos”. No llegarían a verlo ni Zorrilla ni Kohen, pero la película está siendo un éxito.
Fotografía realizada durante una entrevista con la artista plastica Natalia Kohen en 2008. Foto: Diego Waldmann.El filme, titulado 27 noches, se estrenó hace un mes en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, con la dirección y actuación de Daniel Hendler y el protagónico de Marilú Marini, en el papel de una anciana que es ingresada en una clínica psiquiátrica por pedido de sus hijas, interpretadas aquí por Paula Grinszpan y Carla Peterson. Aunque es una ficción, los episodios centrales de esa disputa familiar están inspirados en la puja entre Natalia Cohan de Kohen y sus hijas.
En julio de 2006, la propia Kohen lo contaba así en una entrevista: “Mi hija mayor decía que otra gente me quería estafar. Y entonces me enteré de que toda la fortuna estaba a nombre de ella, algo de lo que yo no sabía. Después de eso me empezaron a decir que me encontraban cambiada y querían que viera a algunos médicos. Primero fue un psiquiatra, que me encontró bien. No conformes, buscaron un neurólogo”.
La mujer pretendía por aquellas fechas usar parte de su dinero en un proyecto cultural en el Paseo de la Infanta, del que además participarían el arquitecto Clorindo Testa y el artista plástico Edgardo Giménez. Mientras imaginaba ese desarrollo, aceptaba las entrevistas que sus hijas le agendaban con psicólogos y con un nuevo neurólogo.
El especialista era el médico y político Facundo Manes, que lleva años cargando con las consecuencias del diagnóstico que firmó sobre Kohen y que permitió su hospitalización. Aunque la Justicia penal desestimó en dos instancias las acusaciones contra Manes y el especialista fue sobreseído, el candidato a senador nacional por la Ciudad de Buenos Aires ve regresar las sospechas en cada campaña electoral, más en esta, cuando la historia de Kohen se expande de la mano del cine.
“A pesar de las divergencias en torno al estado de salud mental de la paciente, (…) para la época de la emisión de los certificados padecía un trastorno de conducta y costumbres que (…) dio margen a la necesidad de protegerla”, dijo la Cámara sobre el certificado que firmó Manes tras la denuncia de la paciente por haber sido mal diagnosticada e internada sin su consentimiento en el centro Ineba, con prohibición de visitas.
La artista y escritora fue retenida durante casi un mes retenida en ese centro de salud mental. Y no la pasó bien: “Era una vida bastante reglamentada, con horarios para levantarse, desayunar… Me medicaron como si estuviera enferma, pero yo estaba sana, de manera que me estaban idiotizando. Y uno convive con gente enferma. Había una muchacha de unos 35 años y una mentalidad de ocho que se pasaba llorando y pidiendo por la mamá, gente que gritaba de noche, una que se quería cortar las venas…”, contó entonces.
Como recrea la película, fue la intervención de sus amistades lo que permitió que fuera externada. Con el tiempo, además, se reconciliaría con sus hijas. Pero en julio de 2006, en el Maipo, todavía esperaba que la Justicia le diera la razón: “Aprovecho para decir que, a esta altura de mi vida, necesito que se haga justicia. Y que, si llega cuando ya no estoy, ustedes me recuerden en este momento, en que soy muy feliz”.
Vida de película
La vida de Natalia Kohen podría resumirse en las presencias que la acompañaron en aquel homenaje. Allí estaban la entonces secretaria de Cultura del Gobierno porteño, Silvia Fajre; el director Hugo Urquijo; el actor Jorge Luz; el poeta Fernando Noy y el neurólogo Ramón Leiguarda, director de Fleni.
Otros no pudieron estar, pero mandaron amorosos saludos: Sandro, los conductores Eduardo Bergara Leumann y Pinky, y el diputado Norberto La Porta, entre muchos más. Con todos ellos, en algún momento, colaboró o apadrinó como mecenas y gestora cultural desde la Fundación Argentia de Ciencia y Cultura. Porque es cierto que Kohen fue una mujer rica. Muy rica.
Argentia también fue el nombre de la farmacéutica que fundó junto a su marido, Mauricio Kohen. Por entonces, él era un visitador médico y ella una profesora de Literatura. Con la empresa llegó el dinero. Con el dinero, los viajes y los museos. Y con ellos, la pasión por las artes plásticas.
Primero, se formó con la grabadora Aída Carballo y luego se apuntó en la Sir John Cass School of Art y en el Gabinete de Dibujo y Grabado del British Museum, en Londres. Desde 1974, Natalia Kohen fue objeto de una veintena de exposiciones individuales en galerías y museos de la Argentina y Uruguay; y recibió, en 1973, el Premio de Dibujo en el Salón Municipal de Artes Plásticas Manuel Belgrano; en 1983, el Premio Salón Nacional de Poemas Ilustrados, Casa del Poeta; en 2009, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires la nombró Personalidad Destacada de la Cultura, entre otros muchos reconocimientos.
Además, escribió varios libros, entre los que se cuentan Socialismo sin estatuas, El color de la nostalgia y El hombre de la corbata roja, un cuento que inspiró una obra homónima del bailarín Julio Bocca.
Imagen de un momento durante el ensayo de ‘El hombre de la corbata roja’, que el bailarn Julio Bocca estrenó en 2005 en el Teatro de la Zarzuela en Madrid, basado en un cuento de Natalia Kohen. EFE_Gustavo Cuevas Con esta mujer singular se cruzó la psicóloga y escritora Natalia Zito, y la confluencia de esas dos disciplinas la hizo ver la riqueza narrativa de una vida excepcional. La autora de Vos y de Rara entrevistó a Kohen y también habló con miembros de su familia, entre otras cincuenta personas a las que recurrió para escribir Veintisiete noches (Galerna), libro sobre el que se basa la película y que plasmó por primera vez la trama de complejidades y tensiones que atraviesan esta historia. En ese momento, además, la autora se comunicó con Manes, que declinó cualquier reunión que refiriera a este caso.
Ahora, con la película en Netflix y la campaña electoral ingresando en la zona de veda, aquella investigación incorpora nuevas lecturas, y Natalia Zito dice esto a Clarín:
—¿Cómo llegaste a la historia de Natalia Kohen y qué fue lo que viste en aquellos hechos tanto desde tu mirada de escritora como de psicóloga?
—Podría decir que llegué como se llega a los secretos familiares, por casualidad. En este caso no es que alguien estuviera deliberadamente ocultándolo; bastaba navegar en internet para enterarse o para recordarlo, pero, al parecer, nadie quería meterse con narrar esta historia. Y esa, justamente, es mi especialidad: meterme con lo que nadie quiere. Probablemente, resultado de la alquimia entre escritora y psicoanalista que hay en mí. De ahí, tal vez, mi fascinación por la historia; las circunstancias de la internación tenían la capacidad de representar una vida familiar entera. Es decir, a la luz de un hecho se podía pensar y mostrar la espesa complejidad que existe en el vínculo entre madre e hijas. ¿Cómo es que se llega a esa situación? ¿Qué ocurrió antes? ¿Por qué llegó un punto en el que no hubo conversación posible y, sobre todo, por qué radicalizaron sus posiciones hasta extremos tan costosos?
—Tu libro fue escrito y publicado en vida de ella. ¿Cómo te relacionaste con Kohen y sus hijas y cómo escribir sobre ellas sabiendo que te iban a leer?
—Bueno, yo siempre digo que escribir no es obediente. Es decir, si al escribir uno está cuidándose de lo que va a pensar tal o cual persona, no podría escribir. O, mejor dicho, a lo único que el autor le debe obediencia es al propio texto: hay que escribir lo que el texto necesite y nada más y nada menos. Incluso, ahora que lo pienso, yo no escribo pensando en el lector. Es decir, escribo deseando lectores, pero en el momento de escribir pienso en traducir con la mayor precisión y belleza posible lo que tengo en mente, lo que quiero transmitir. El lector vendrá después y está fuera de mi alcance. Entonces, te diría que escribí así, con esa distancia necesaria, sabiendo muy bien que la verdad de los hechos está siempre perdida y que, como digo al comienzo del libro, de los hechos reales queda la ficción. Quizá con la esperanza de que, no solo Natalia Kohen y sus hijas, sino las muchas personas que entrevisté y que puedan tener relación con esta historia, lo entiendan también de ese modo.
Natalia Zito es escritora y psicóloga. Foto Juano Tesone.—Tu libro construye una zona de encuentro entre la ficción y la realidad muy sutil: se cuenta lo que pasó, pero también hay espacio para los procedimientos de la ficción. ¿Cómo manejaste esa convivencia entre lo real y lo literario?
—Intento que cada libro que escribo sea diferente del anterior. O, mejor dicho, no sé cómo podría ser de otra manera. Es decir, cada historia obliga a que uno encuentre la forma de narrarla y, cuando la encuentra, resulta que la forma es la historia. Yo venía de escribir Rara, mi primera novela, basada en material autobiográfico, en la que —ahí sí— ficcionalicé a mis anchas. En Veintisiete noches quería hacer otra cosa, explorar esa tensión —incluso física— que me generaba estar escribiendo y llegar al borde de ciertas escenas y pensar: ¿a quién puedo entrevistar para que me cuente? Es una vuelta del oficio diferente para quien viene de inventar a sus anchas, cosa que, por supuesto, se impregna en la forma de escritura y, dado que el libro está basado en una historia real, me pareció apropiado porque representaba bien que es la ficción lo que queda de los hechos reales. Si me alejaba mucho de la realidad, esa idea perdía sentido.
—El libro narra con mucho cuidado el desencuentro entre lo que la protagonista quiere para su vida, lo que sus hijas ven y el rol normalizador del sistema de salud. De hecho, no resuelve nada en ese sentido. ¿Por qué te interesó bucear en esa raja?
—Me gusta mucho una frase de Carlos Fuentes que, si la memoria no me falla, está en Geografía de la novela. Él dice que una novela tiene la capacidad de decir lo que no puede ser dicho de ninguna otra forma. Es decir, hay en la novela un gran espacio para la complejidad, para mostrar que las coyunturas familiares nunca son ingenuas y nunca comenzaron ahí donde se hacen visibles. Los vínculos familiares siempre son más complejos de lo que se supone. Eso es lo que me interesa escribir: la complejidad. Ofrecer una experiencia de lectura que permita pensar, que se resista a cerrar sentidos antagónicos, que explore esa zona —para mí más interesante, también como lectora— en donde cada personaje tiene algo de razón. Entonces, luego de leer, ver una película o una obra sobre eso, te vas a comer algo y debatir, y la lectura deviene una larga charla. Esa es mi fantasía: que mis libros provoquen largas conversaciones.
—La película establece un lazo entre el caso, tu libro y la Ley de Salud Mental. ¿De qué manera se sucedió esa conexión?
—Inicialmente no estaban conectados. Es decir, hubo muchas razones para la nueva ley, entre ellas, casos como el de Natalia Kohen, pero no el de ella en particular. Lo que ocurre es que, cuando salió la novela Veintisiete noches, y dado que no hay tantos libros que aborden este tema con este nivel de detalle, resultó un instrumento útil para los ámbitos en los que se sigue debatiendo esta ley, tanto celebrándola como pensando en sus posibles mejoras.





