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martes, junio 24, 2025

La tibieza es necesaria en una democracia delegativa que tiraniza al presidente

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El autor hace un análisis profundo de la forma de ejercer el poder en Argentina. «La democracia delegativa se robustece cuando las principales alternativas de llegar el poder son populistas y exaltan liderazgos personalistas», asegura.

Atravesado por dos populismos intensos, cada uno con una mirada excluyente y con un relato mágico como sostén legitimador, nuestro país está en su esplendor de lo que Guillermo O´Odonnell denominó democracia delegativa. El peligro consiste en su posible deriva autoritaria.

“Como toda poliarquía, la democracia delegativa presupone elecciones libres y competitivas, así como la vigencia de un grado razonable de libertades políticas básicas. Lo que distingue al subtipo delegativo de la variante representativa de poliarquía es la ausencia de pesos y contrapesos al interior del Estado y una notoria concentración del poder en el Ejecutivo”, define el padre de la Ciencia Política Argentina.

Al desarrollar el concepto, el mismo autor continúa marcando cuatro elementos centrales de su composición: primero, el considerara las elecciones como el único momento relevante de contacto entre representantes y representados; segundo, el mandato electoral es concebido como un acto de delegación ciega y plena de poder por parte del electorado al Ejecutivo, el cual se erige en el actor representativo por excelencia; tercero, al establecerse que el Ejecutivo es la institución representativa por excelencia se niega representatividad (y por lo tanto legitimidad democrática) al resto de las instituciones representativas, las cuales son vistas no como un componente integral del gobierno representativo sino como obstáculos al accionar del único actor que ‘verdaderamente’ posee legitimidad democrática; cuarto, el ejercicio de la representación democrática se desvincula asimismo de cualquier noción de rendición de cuentas ciudadana. La conjunción de dichos factores da lugar a una forma exacerbada de elitismo en la cual la práctica de la representación deviene un ejercicio solitario e inconsulto por parte del Ejecutivo.

El autor finaliza la idea afirmando que el éxito de la administración está exclusivamente ligado a la creatividad que demuestre la figura presidencial a la hora de lidiar con los problemas que confronta determinada sociedad.

La democracia delegativa se robustece cuando las principales alternativas de llegar el poder son populistas, exaltan liderazgos personalistas, no admiten (y reprimen) cualquier intento de crítica y, fundamentalmente, desprestigian las instituciones.

Y no solo estoy hablando de Milei y sus séquitos libertarios. También hablo de la muchedumbre K, movilizada en torno a la figura de Cristina. En defensa de una causa (bastante discutible por cierto) atacaron, escracharon y bandalizaron periodistas y otras instituciones partidarias, así como se encargaron de denostar a la justicia. Nunca haciéndose cargo de la situación, siempre echando culpa al otro. La otra minoría intensa dispuesta a todo por defender a su Jefa.

Mismo estilo, mismo forma, cambia el relato. A ambos cuentos mágicos y fanáticos los une ser populistas. El de Milei es de extrema derecha (en sintonía con los líderes de los partidos antiestablishment políticos del mundo: Le pen, Orban, Alternativa para Alemana, Vox, Trump).

El del kirchnerismo es nacional y popular con orientación a la izquierda. Con simpatías autoritarias como Nicolás Maduro o Daniel Ortega y otros líderes populistas como Correa, Evo Morales, López Obrador y Lula.

Con este panorama, el escenario nacional da señales. En su último informe del mes de junio, la consultora Pulso Research muestra un dato preocupante: mientras que la principal líder de la oposición es Cristina (33%), el 43 contesta que no hay o no sabe de la existencia de un líder opositor. La opinión pública está polarizada, con dos sectores populistas que, mediante una relación simbiótica (ambos ganan) deciden estar siempre en el ring sin permitir el ascenso de figuras moderadas.

De uno y otro lado se castiga la moderación, el diálogo, la tibieza.

Pues bien, querido lector simplemente quiero advertirle que el camino de la polarización y de los extremos trae violencia, ataca la estabilidad de los valores democráticos. La Ciencia Política nos ha enseñado que la polarización del sistema de partidos multiplica las chances de quiebre de la democracia.

Para el presente argentino, allana el camino para que un líder, con la excusa de la crisis, se tiranice en el poder pisoteando instituciones, mostrándose como la única solución a la crisis.

Querido lector, no se deje mentir. No existe ningún mesías, la democracia necesita del diálogo, del respeto, de la tolerancia. Necesita fortalecer sus instituciones. Y por eso es necesario volver a creer en el diálogo. Ser tibio implica ser moderado. No es malo, es ser contemplativo. Es escucha en tiempos de odio. Es una luz en tiempos de oscuridad.

El autor es analista político y profesor universitario (UBA y UCALP)

Redacción

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