La insólita cumbre en la Casa Blanca de hace una semana causó perplejidad por las formas y dejó un regusto amargo en los europeos. Bastaba ver el semblante muy serio de Emmanuel Macron y Friedrich Merz. No fue la grosera emboscada que había sufrido Volodímir Zelenski el 28 de febrero. Donald Trump ejerció esta vez de anfitrión cordial, hasta simpático, pero en el fondo se trató de otra nueva emboscada, aunque dulce. La UE constató su debilidad e imploró que su voz fuera escuchada en una coyuntura geopolítica cuyo desenlace puede decidir el futuro del Viejo Continente durante decenios.
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