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domingo, mayo 25, 2025

La uruguayez no tiene cara de mujer: Inés de Torres y cómo sobrevivir haciendo ciencia en Uruguay

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por Gera Ferreira
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María Inés de Torres (Montevideo, 1962) es profesora titular de la Facultad de Información y Comunicación, doctora en Literatura y Cultura Latinoamericanas, y magíster en Estudios Culturales por la Universidad de Pittsburgh. Actualmente dirige el proyecto Prensa de mujeres, con apoyo del Fondo Clemente Estable (ANII).

—En Uruguay ser investigador independiente es muy dificultoso, por no decir épico. ¿Cómo funciona en otros países?
Es un lugar difícil en todos lados, pero en Uruguay donde todo es más difícil es complicado porque te piden una afiliación institucional. Yo entiendo la lógica, pero deja afuera a mucha gente valiosa, porque quienes hacemos esto no tenemos tantas instancias de inserción laboral.

—¿En qué proyectos estás involucrada actualmente?
Estoy en la Facultad de Información y Comunicación, en el Departamento de Ciencias Humanas y Sociales. Ahí trabajo con antropólogos, sociólogos, economistas. Quise armar un grupo amplio para congregar a personas que trabajaran la cultura en vinculación con las Humanidades. La idea era juntarnos para intercambiar ideas y, de pronto, presentar proyectos. Invito a gente de mi departamento, pero también de otras universidades e investigadores independientes. Mi idea es resaltar la centralidad de la UdelaR, pero yo no soy egresada de la UdelaR sino de la Universidad de Pittsburgh, y sé lo que es estar en la intemperie.

—¿Cómo surgió el GIEC, Grupo Interdisciplinario de Estudios sobre Cultura, que coordinás?
El GIEC lleva ya siete años, con sus altibajos. Se dinamizó bastante gracias al Fondo Clemente Estable, que está apoyando una investigación sobre la prensa de mujeres en Uruguay. Ahí invité a otras personas a participar, como Helvecia Pérez, escritora y socióloga. He tratado de abrir ese espacio fomentando la interdisciplinariedad y la colaboración interinstitucional.

Lectura amena.
—Contame sobre la investigación Prensa de mujeres.
El proyecto tiene dos productos finales, uno está en el espacio Anáforas, y se llama justamente “Prensa de Mujeres”. Ahí tenés, desde prensa anarquista y el Eco de la Liga de las Damas Católicas, hasta Nosotras, el órgano de prensa de las mujeres comunistas, o sea, hay muchas revistas de mujeres en Uruguay. El criterio que tomé fue órganos de prensa que hubieran sido creados o fundados por mujeres en Uruguay, en el siglo XX llegamos hasta el 89, para tematizar la problemática de los derechos de las mujeres.

—¿Y el otro?
El libro. Somos unas catorce mujeres en el proyecto, pero no son catorce capítulos. Será uno sobre prensa católica, sobre el Consejo Nacional de Mujeres de Paulina Luisi, sobre prensa de las mujeres obstetras, sobre prensa de las estudiantes mujeres. Y tomamos tres órganos importantes: Cotidiano Mujer, La Cacerola, que fue el primero de todos, y La República de las Mujeres, que quería que fuera abordado, porque para mí este es el momento en que el feminismo se abre a un público masivo.

—¿Tenés el título?
Tengo. Tribunas de papel: prensa y publicaciones periódicas de mujeres en Uruguay del 900 a la transición democrática. Sé que es largo, pero el proyecto se llama “Prensa de mujeres, política y feminismo en Uruguay, 1887-1889”. La idea era hacer algo de lectura amena.

—¿Quiénes participan?
Habrá trabajos de Inés Cuadro, Carolina Greising, Marisa Ruiz. Va a estar Marisa Silva Schultze, Trinidad Iralde, Natalia Magnone y Silvana Harriett, entre otras.
—¿Varones?
No. Pero te voy a decir una cosa, yo trabajo sobre acción femenina: nombrame varones que estén o que hayan trabajado sobre la prensa desde una perspectiva de género.

—No se me ocurre, pero no me animo a decir que no hay nadie…
No, yo tampoco. El único varón que encontré que tomó como objeto un órgano de prensa de mujeres fue Gerardo Leibner, que es uruguayo, vive en Israel y que ha trabajado sobre la historia del comunismo.

Preguntas provocadoras.
—“Territorios en disputa”, “La guerra de las palabras”, “¿La nación tiene cara de mujer?” Son frases y preguntas provocadoras, te muestran revulsiva desde los títulos.
Sin embargo, viste que soy tranqui.
—Sí. Son temáticas que te obsesionan aunque (señalo sus cuatro libros) podría ser un único gran proyecto.
O sea, en realidad, si te fijás, tengo dos grandes líneas: una es la de políticas culturales o de relaciones entre intelectuales, Estado y política, que culmina ahora en El Estado y las musas; y después la otra, que tiene que ver con género, y la línea de Prensa de mujeres.

—A propósito de la función literaria y los estudios culturales, en 2022 escuché una charla de Annick Louis (UBAFilo): “¿Qué es investigar literatura hoy?”. Ella discutía la evolución del objeto literatura y la necesidad de separarlo de lo literario, revisando las terminologías.
Mirá, yo no digo hay que hacer esto o hay que hacer lo otro. Cada uno tiene su propia aproximación, por formación, por modo de ser.

—Ella busca emancipar la disciplina de la tradición decimonónica.
Sí, eso se ha venido haciendo. La cuestión es que el concepto de literatura mismo ha cambiado. Yo me siento de pronto más cómoda con “discurso” que con literatura, porque la literatura me remite al canon, y el canon a los Estados nacionales.

—Sí, es como un embudo.
Mi director de tesis, John Beverley, escribió un libro que se llama Against Literature (1993), y ahí trataba de mirar discursos para descentrar el canon. Lo que más me inquieta, ante la excesiva y mala profesionalización de la crítica, es que las dinámicas de consumo de esa crítica han variado.

—Totalmente, además los críticos cumplían un rol de puente.
La cuestión es que el puente que hace (o hacía) el crítico o la crítica, materialmente se rompió, o se fisuró. Recordá, además, que el periodismo, desde las crónicas modernistas, empezó a ser una forma de ganarse la vida para los escritores, y eso también cambió.

—Yendo hacia eso, El Estado y las musas parece el resultado de una investigación de largo alcance más que una obra puntual.
Me llevó más de diez años hacerlo. Empezó con un proyecto CSIC I+D en 2008, o por ahí. Hice un primer relevamiento de leyes y decretos, y me quedé con la idea de que habían salido cosas importantes. Trabajé en Ciencia Política diez años y ahí me acerqué al tema de las políticas culturales, vinculadas más con el presente.

—Repasás hitos fundamentales como la creación de museos, archivos y la fundación de la Biblioteca Nacional, para luego mapear el sistema de estímulo y fomento a las artes de la época.
Siempre me gustó la perspectiva histórica, y de ahí la pregunta: ¿qué pasaba con las políticas culturales en el siglo XIX y comienzos del XX? Me costó mucho armar una estructura del libro.

—Además reflexionás sobre los premios literarios y otras formas de validación de la actividad artística.
Sí, los premios son un buen negocio para los Estados…

—¿Por qué?
Porque depende de ellos. Para un presupuesto real del Estado, la plata invertida en ese rubro es poca. Entonces, ¿qué aporta un premio a quien lo recibe?

—¿Prestigio?
Exacto, y es capital simbólico. Blas Genovese sostenía que el premio da fama y la fama trae dinero. Si salgo con este libro diciendo que gané el premio del MEC, cada uno, en mayor o menor medida, va construyendo su imagen. Podés sacarle rédito a un premio; hay quienes lo hacen mejor que otros. Igual, a la larga, es el mercado el que manda.

—En aquella época, la del Centenario, ¿no se quejaban algunos intelectuales de la incultura de la gente y de un respeto fingido?
Sí, Real de Azúa hablaba de “un país de cercanías”, refiriéndose a la conocida idea de que en un país chico todos nos conocemos. Pero supongo que debe pasar lo mismo con los dentistas, no es porque seamos intelectuales, sino que cada grupo tiene sus actividades minoritarias, y eso dificulta las cosas.

—Parafraseando el título de uno de tus libros, ¿qué cara tiene hoy la uruguayez? ¿Tiene cara de mujer?
Bueno, no. En una primera versión se preguntaba “¿qué cara tiene: la de Obdulio Varela, la de Julia Möller?”, eligiendo a Julia Möller por ser una figura de aquella época, pero era más un juego retórico. La verdadera respuesta es que no tenía cara de mujer, y hoy creo que tampoco. Uruguay ha retrocedido en el número de representantes femeninas (N. de R.: Esta entrevista es previa a la asunción presidencial de Yamandú Orsi y la designación del nuevo gabinete). Tenemos menos que en el 2000, y, además, no hemos tenido mujeres presidentas; las dinámicas en los partidos siguen siendo complejas, a pesar de que cada vez más mujeres salen al espacio público y hacen muchas cosas.

—En La guerra de las palabras se plantea que la literatura como discurso histórico y social adquiere distintos significados, según su función. A propósito, hoy hay voces representativas que se están yendo, como Beatriz Sarlo.
Sí, ella hizo una reconversión interesante, porque dejó de ser la crítica literaria tradicional y pasó de escribir en La Nación a aparecer en Gelatina.
—Se reacomodó.
Muchos colegas argentinos la conocían; su apuesta fue deliberada para alcanzar el espacio público, dejando el espacio crítico para dedicarse a los medios. Particularmente era un personaje: quedan muy pocas como ella.

—¿La conociste?
Poco. Estuve en una mesa en homenaje a Ángel Rama en el Paraninfo, con ella y Ana Pizarro. Mi compañero asistía a las reuniones de la revista Punto de vista (1978-2008) y la conocía bien. El año pasado se publicó un libro de Sofía Mercader, Punto de vista. Historia de un proyecto intelectual, y en marzo saldrán las memorias de Sarlo.

—Óscar Brando me dijo, en tono medio en broma y medio en serio, que “él quería ser argentino”. En tu libro abordás la necesidad de diferenciarnos, haciendo referencia a la relación amor-odio, ya que al hacerlo se hace alusión al otro.
Total. Se puede decir que, así como existe un síndrome del país grande, también lo hay del país chico. Pasa lo mismo con Bélgica y Francia, o sea, la relación del hermano menor y hermano mayor.

—¿Por qué insistir en diferenciarnos?
Es como una reacción exagerada, porque además, en teatro y literatura nuestros/as escritores/as han triunfado en Buenos Aires, y en Argentina. En realidad este comportamiento puede ser una especie de envidia camuflada, no sé. Tal vez ahora no tanto. Igual viste que en Uruguay eso se mantiene, la no confrontación, como dice Caetano, la sacralización del consenso. Y, en general, tenemos muy poca capacidad de cambio, de innovación, al lado del resto.

Los libros
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Inés de Torres ha publicado La guerra de las palabras. Escritura y política en el Río de la Plata (2009); ¿La nación tiene cara de mujer? Mujeres y nación en el imaginario letrado del Uruguay del siglo XIX (2013); El Estado y las musas. Políticas culturales en el Uruguay del Centenario (2024); y Territorios en disputa. Prensa, literatura y política en la modernidad rioplatense (Coord., 2017). Actualmente dirige el proyecto Prensa de mujeres, con apoyo del Fondo Clemente Estable (ANII).

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Redacción

Fuente: Leer artículo original

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