En sí misma, la cumbre de Trump y Putin en Alaska pone al líder ruso en ventaja. Ocurre que la reunión no fue presentada como una primera aproximación a una de las partes, para después hacer lo mismo (o sea una cumbre con igual jerarquización) con la otra parte. Lo que habrá este viernes es un evento que minimiza a Ucrania y su presidente, Volodimir Zelenski, aunque se trate nada menos que del país invadido que lleva tres años resistiendo al invasor.
También minimiza a Europa porque no le da un lugar en esa mesa a pesar de que la guerra se libra en su territorio y de que ha asistido desde el primer momento con armas, municiones y dinero al país agredido.
Lo que hace la cumbre de Alaska es darle la razón a Vladimir Putin cuando ningunea la existencia de Ucrania y dice que a esta guerra la está librando contra la superpotencia occidental y contra su arma de injerencia en Europa: la OTAN.
Donald Trump está dando al jefe del Kremlin la ventaja de mostrarse en una mesa en la que supuestamente se negocia el fin del conflicto, no con el líder del país que invadió y al que está devastando, ni con los aliados europeos de ese país, sino con el gigante económico-militar que está del otro lado del Atlántico: Estados Unidos.
En eso debería pensar el jefe de la Casa Blanca si quisiera hacer una mediación seria. Por cierto, tiene con qué presionar al líder ruso. Castigar a la India por la compra masiva de petróleo que hizo a Rusia fue una clara señal a Moscú de las complicaciones económicas que puede acarrearle. Putin sabe que el primer ministro indio Narendra Modi es tan nacionalista, anti-globalista y ultraconservador como Trump y como él mismo. El presidente norteamericano no tuvo reparos en golpear a un aliado político para presionar a Rusia y eso es una señal fuerte.
Pero a renglón seguido priorizó tener el encuentro personal con el líder ruso, que convertirá a Alaska en el escenario más observado por el mundo, en lugar de crear las condiciones para un encuentro positivo respecto a esta guerra eslava.
En una mesa de negociación para poner fin al conflicto ruso-ucraniano, lo que pretende Putin es ganar lo máximo posible del territorio ya conquistado, mientras que lo pretendido por Zelenski es perder lo mínimo indispensable de la porción de Ucrania ya ocupada por Rusia.
¿Qué pretende Trump de esa misma mesa de negociación? sumar puntos para el Premio Nobel de la Paz.
El magnate neoyorquino está en campaña para obtener esa distinción. Una obsesión posiblemente alimentada por su desprecio por Barak Obama, quien la obtuvo.
Por ella, Trump hizo que tanto el presidente armenio Vahagn Kachaturyan, como el de Azerbaiyán, Ilham Alíyev, lo propusieran al Comité Nobel, además de fotografiarse como artífice de un “acuerdo de paz” que, de hecho, es una proclamación de la victoria militar azerí en la última confrontación armada por Nagorno Karabaj.
Tampoco fue un acuerdo que garantice una paz definitiva el que logró entre India y Pakistán. Aún así, puede exhibir el hecho de que dos archi-enemigos de ese rincón del planeta aceptaran un alto el fuego deteniendo el peligroso enfrentamiento que comenzó tras un sangriento atentado en la Cachemira bajo control indio.
Poco después, Trump pagó con un acuerdo comercial beneficioso para Pakistán que el primer ministro de ese país, Shahbaz Sharif, lo propusiera como candidato al Nobel que tanto ansía. Como el premier indio Narendra Modi no había hecho lo mismo, para India lo que hubo fue un garrotazo arancelario con la escusa de la compra de petróleo a Rusia.
Esa jugada, cuyo verdadero objetivo tiene que ver con el Nobel, dio una prueba de que Estados Unidos tiene el poder económico para que Putin no obtenga en la mesa de negociación la totalidad del territorio que ya ha conquistado, ni Ucrania pierda más territorio que lo indispensable para acordar una paz medianamente justa.
Este viernes comenzará a verse si a Trump le interesa no premiar demasiado al invasor ni castigar por demás al invadido, o si sólo procura sumar puntos para acercarse al premio que lo obsesiona.