
La victoria da derechos, a pesar de opiniones bien pensantes. O promueve cambios, para ser más preciso. El triunfo expansivo de Javier Milei en gran parte del territorio nacional modificó hasta los ánimos más deprimidos y, como si fuera vaciarse un bolsillo para incorporar otros elementos, mágicamente se deja de hablar de economía (o del dólar, que para los argentinos viene a ser lo mismo).
Interesa la política y otras yerbas; la oposición se hunde en el desconcierto de la fuga y el Presidente festeja en Miami como si visitara Disney. Lujos de un ganador: es dueño de una agenda en su país para cualquier actividad, domina los títulos y las conversaciones.
La clientela ahora compra crímenes, inseguridad, deportes y la comidilla intelectual que rodea a los escándalos de Wanda y la China –entre otros– como si se tratara del debate entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus.
Encima se acercan las fiestas, las vacaciones, el aguinaldo, el desprendimiento de activos externos en las empresas para pagarlo. Se confirma que Papá, desde Washington, evitará una crisis del indócil adolescente que ha prometido comportarse en el colegio y hacer buena letra los fines de semana: la Argentina. Se conocen los premios; se desconocen las condiciones para obtenerlos. Pero la nave va. Parece.
Cambian personajes e influencias. No solo en el Gobierno. Por ejemplo, en el Senado. Pasa a un rincón sombrío la encargada del cuerpo, hasta antes de las pasadas elecciones con la ilusión de que podía convertirse, por su condición de nacionalista, en un reemplazo obligado, constitucional y necesario: baja entonces a otra categoría de silencio Victoria Villarruel, disminuida en el porcentaje de la sociedad anónima gubernamental. Carece de voto, quizás de palabra.
Dos nuevos protagonistas aparecen en la cartelera de verano de la Cámara alta: Patricia Bullrich y Gerardo Zamora. Si le faltaba reconocimiento al oficialismo por una voz, ahora la dama se hará cargo del bloque y tal vez le sobre entusiasmo por sus ambiciones futuras, que gastará el asfalto entre la Casa Rosada y el Congreso cuando asuma como senadora el 10 de diciembre. Aunque vaya una figura de conocimiento a Seguridad, ella siempre será consultada para esa área: es una escalerilla al triángulo de hierro.
El caso de Zamora es otro: se instala en Capital, puso distancia agria con Cristina y, de todo el bloque opositor –aparte de sus propios adherentes–, es el único que manifiesta intención de postularse a la Casa Rosada en 2027. Tiene el antecedente de su mujer en el Senado (Claudia Ledesma Abdala), quien siempre estuvo a punto de ser sucesora presidencial, y parece entonado para sustituir al gracioso José Mayans, hoy con alguna falla eléctrica con su impulsor Gildo Insfrán, el perenne gobernador de Formosa.
Ofrece Zamora el poder total en una provincia en ascenso que abrió las fronteras de la soja para mejorar ingresos y una notable consistencia política: siempre todos los diputados y senadores elegidos en su distrito le respondieron, propietario del oficialismo y de la oposición. Además, parece tan aceitada su organización partidaria que las mentas aseguran que conoce el voto de cada uno de los que van a la urna en Santiago del Estero. Al menos, el de las familias, mesa por mesa, para no ser exagerados.
Aparte de nuevos protagonistas, también se juegan los dados de una reforma laboral. Por lo menos así se llama al intento que, después de los trámites de negociación, uno de sus promotores dirá que no era ese su propósito final: el proyecto de Federico Sturzenegger seguramente será podado por cierta realidad aportada por gobernadores peronistas, a pesar de que ahora dicen estar a favor de la próxima legislación laboral y se igualan con la conducción de la Nación.
Hay un visto bueno general a lo de Sturzenegger, que tropieza con tres obstáculos por lo menos:
Magra voluntad por los convenios regionales o por empresas, que otorgarían relevancia a organizaciones sindicales pequeñas, a menudo conquistadas por la izquierda. Un argumento que se arrastra desde el siglo pasado y que supo ser una bandera de la CGT para frenar el avance del marxismo en la Argentina, en particular en los años 70. Todavía se insiste en esa caracterización y, como ejemplo, se exhibe lo que ocurre en un Rosario con turbulencias gremiales.
La ultraactividad, esa continuidad automática de los convenios una vez caducados. La estructura actual, de hecho y de derecho, imposibilita la posibilidad de nuevos acuerdos una vez que expiran los vigentes. Se torna difícil cambiar esa costumbre.
Dirigentes gordos, flacos, combativos, negociadores o como se los quiera denominar se pronuncian en contra de un tope a los aportes que los trabajadores realizan a sus sindicatos. Hoy, en algunos casos, esas contribuciones alcanzan hasta un 9% del salario, seguramente en organizaciones como Camioneros.
Para la Corte Suprema, esos aportes son legítimos; el Gobierno aspira a un recorte, por lo menos de esas cuotas que retienen las empresas y que se amparan en la solidaridad, las mutuales, etc. Quizás un 2% de aportes se sostenga, pero se pretende trasladar cualquier otro aumento al propio sindicato, que deberá trabajar para conseguir el consentimiento individual de los trabajadores en lugar de la retención obligada del empresario. En algunos gremios con alta movilidad, esa tarea de captación no será sencilla, ya que quien encontró trabajo difícilmente desee que le quiten un 4% del ingreso.
Si Sturzenegger es una mala palabra para los gremios y poco interesante para los gobernadores, en cambio prefieren un contacto más directo y negociador con el secretario de Trabajo, Julio Cordero, y fundamentalmente con uno de los más relevantes asesores del asesor Santiago Caputo: se trata de Manuel Vidal –“Manu” para sus amigos de la CPAC–, seguidor de las fuerzas del Cielo y que estuvo en el gobierno de Horacio Rodríguez Larreta. Con él intentan hablar todos; a él le gusta deliberar con el jefe sindical de la Construcción, Gerardo Martínez, uno de los que siempre estuvo cerca del Gobierno. O de los gobiernos.
Fuente: https://www.perfil.com/noticias/columnistas/la-victoria-no-da-derechos-por-roberto-garcia.phtml





