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lunes, agosto 25, 2025

La virtud extraviada

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«El 63% de los chicos menores de 15 aos sienten limitado su futuro personal». Ese fue el ttulo de una nota del diario La Nacin del 21/8.

Tomada en el contexto de las condiciones de vida de la Argentina – cuando es un porcentaje similar el de los chicos que, en las ltimas dcadas, han vivido o viven, en la pobreza – esa frase adquiere la dimensin del anticipo de un apagn del futuro colectivo.

Tal vez ese 63% de «futuro personal limitado» sea la dimensin estadstica de una Argentina que se ha quedado sin la presencia motivante de la idea de un futuro prximo atrapante, ensoador, provocador de nuevas energas.

Aunque suene viejo «un programa de desarrollo, de progreso colectivo». Hoy no est. Pero antes lo hubo. Hace tiempo que esa idea de lo porvenir ha dejado de estar cerca: muchos se confortan mirando por el espejo retrovisor a la bsqueda del futuro en el pasado. Es un mal augurio: no se debe conducir marcha atrs.

El pasado no existe y la nica funcin del presente es imaginar el futuro. Sin la imagen atractiva del futuro, el presente agota, sobre todo cuando la vida cotidiana de la inmensa mayora se hace cuesta arriba, desde hace largo tiempo y el recuerdo del «progreso» se torna sepia.

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Los chicos, a los que alude la nota de La Nacin, ven lmites y no promesas. No ven promesas, porque no se conjuga, en la Argentina del presente, la promesa del futuro. Y esa es la virtud, la promesa del futuro, que la poltica nacional ha extraviado. Todo empieza ah.

Es molesto volver al pasado despus de lo dicho, pero no puedo evitar de recordar el mensaje presidencial de J.A. Roca de 1880: era la construccin material de la Nacin como programa de gobierno. Y, otra vez, «lo nuevo es lo que se ha olvidado» deca el poeta.

La poltica es bsicamente pedagoga. Ms en sociedades jvenes donde salta a la vista que en ellas «est todo por hacer».

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Los pueblos saben lo que quieren, conocen sus anhelos. Tal vez esos deseos, esas demandas, se encogen a medida que el peso de los fracasos colectivos pone la vida cotidiana cuesta arriba. Pero no los abandonan.

Es cierto, desean, pero no tienen por qu saber lo que es necesario para que, lo que ellos quieren, se realice y una vez realizado, no sea efmero.

La funcin pedaggica de la poltica es sealar los pasos necesarios para que, aquello que los pueblos quieren sea posible y sustentable.

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Y persuadir, convencer, porque toda realizacin demanda espera. No hay manera de imponerle a la realidad un cambio. Un signo, como llamarlo, de la inmadurez de quienes hacen poltica, es la colosal, descomunal, ausencia en su discurso de objetivos a compartir y de instrumentos a utilizar. No puede nadie, en su sano juicio, imaginar objetivos comunes a compartir, sin tener la vocacin y la capacidad de conversar acerca de ellos con todos los que pretenden intervenir en la poltica.

Nadie puede sealar objetivos sin describir instrumentos y consensuar – con la mayor amplitud posible – unos y otros. Qu sentido tiene proponerse una gama de objetivos que, quien los define, excluye a los que necesariamente habrn de compartirlo o que de lo contrario sern inviables?

La demagogia, la mayor traicin a la pedagoga de la poltica, es brindar la ilusin de obtener lo que «se quiere» de modo efmero y al costo gigantesco de la posterior prdida y el inevitable retroceso. De esto llevamos dcadas.

Toda vez que se declina de trabajar por el consenso razonablemente mayoritario y por lo tanto previsiblemente estable, se transita el camino de la demagogia que puede ser de derechas o de izquierdas, conservadora o progresista, lo mismo da.

Lo esencial, en la sana construccin de lo que «el pueblo quiere», es el concepto de acumulacin previa. No existe «acceso» sin un previo camino slido, transitable y susceptible de mantenimiento.

Los largos aos de la decadencia argentina, el dominio del estancamiento, la multiplicacin de la pobreza y del endeudamiento pblico, que se arrastra hace 50 aos, han sido la consecuencia de polticas gobernadas por el «corto plazo», todas ellas signadas por el electoralismo de partidos enfrentados, a causa de la incapacidad de compartir el sentimiento de pertenencia a la idea de Nacin.

El enfrentamiento a la idea de consenso y, an ms, la construccin de poder sobre la base de la identificacin del enemigo en quien se colocan todos los estigmas posibles.

Los ltimos 50 aos de decadencia econmica y moral, en la que cobramos vidas, destruimos la moral del Estado y adems navegamos aos de corrupcin. Una corrupcin de dimensiones tales que ha convivido con la multiplicacin de fortunas, muchas inexplicables, acompaadas de la multiplicacin exponencial de la pobreza. El dinero acumulado, cuyo origen todos han olvidado, ha tornado en «seores» a un ejrcito de pcaros multiplicados en 50 aos de decadencia. Muchos lo han olvidado, pero tienen en comn la construccin del poder en funcin de la exclusin, a veces con la mecnica del odio, a veces con la mecnica de la corrupcin o el silencio comprado. Pas ayer, pasa hoy. No hay da en que esa noche no tia toda esperanza.

La poltica, desprovista de ese nimo de construccin que requiere consenso para ser de larga duracin, es una mecnica de ascenso o de preservacin del Poder a las que las malas artes acompaan, porque de ellas se alimentan. En esto no hay diferencias de color. No hay diferencias de partido. Ni de ideologas.

En el presente, el milesmo, el libertarismo, o como se lo quiera llamar se pretende nuevo y no es ms que la repeticin de polticas econmicas, con sus ms y sus menos, que ya hemos transitado y que terminaron muy mal. Fracaso que no exime de responsabilidades a quienes han predicado otras ideas tratando de justificar, con nobles propsitos, la generacin de la tragedia de la decadencia en que vivimos. Hoy son unos. Ayer otros. Est de ms recordar que los personajes se repiten. Tabula Rasa tambin es una manera de homologar que los mismos de siempre, siempre estn. Es difcil encontrar personajes nuevos, nuevos pecados, resultados diferentes. Puede cambiar el mtodo, la dimensin, las formas.

En estos 50 aos tenemos largas experiencias en las que podemos ubicar el patrn comn «monetarista», devoto de la sabidura del mercado; y largas experiencias devotas de la sabidura del Estado y experiencias con el patrn comn de la irresponsabilidad fiscal y monetaria. Lo hemos transitado todo.

Lo que no hemos transitado es lo nico que es realmente irremplazable para encontrar una salida. El xito es siempre lo que tiene salida. Eso requiere de un programa multidimensional consensuado para asegurar el largo plazo. Durante los ltimos 50 aos hemos tenido en comn, con distintos colores partidarios, la vigencia de un natural desparpajo frente a las consecuencias del costo sistmicos de los xitos aparentes.

Nunca se pudo evitar el efecto boomerang de los errores de la «poltica econmica corto placista».

Actualmente la poltica de solo un objetivo, que es desacelerar la tasa de inflacin, est acompaada por una campaa meditica masiva acerca del mrito de ese objetivo excluyente y sus imaginarias consecuencias. Para lograrlo se aplica el concurso de «n» instrumentos y no se tiene en cuenta que cada uno de esos instrumentos tiene efectos y consecuencias sobre el resto de las variables econmicas y sociales, que estn fuera de programa.

En estos das la gran protagonista es «la tasa de inters» aplicada al extremo con el slo objetivo de impedir la demanda de dlares como colocacin financiera y la continuidad sine die del carry trade. La tasa de inters en estos niveles tiene un impacto descomunal sobre el futuro de las finanzas pblicas, sobre la economa de las empresas y de las familias, empuja al conjunto a la declinacin de la actividad y opera como una sangra para evitar que el cuerpo reacciones.

Un grupo de obsesos est dispuesto a que caiga lo que tenga que caer si esa es la condicin necesaria para mantener quieto el tipo de cambio, estable la velocidad de la inflacin y firme el argumento electoral para ganar las elecciones.

El pueblo quiere estabilidad. Pero la estabilidad no puede ser una hija sana del atraso cambiario, ni de una tasa de inters que, de persistir, destruye el consumo y el tejido productivo. Los instrumentos, todos tienen consecuencias no deseadas, requieren de compensaciones y estas llevan a nuevos esfuerzos en aras de objetivos mltiples. No merece el ttulo de «poltica econmica» o «programa» la consecucin de un solo objetivo al que todos los dems se subordinen, objetivos que por definicin son mltiples, y que requieren de una visin integral del proceso econmico.

En estos das es comn escuchar a muchos analistas econmicos, an crticos con algunos postulados de la actual gestin, sealar que «la macro est en orden».

Qu cosa entienden por «la macro»? Sera oportuna una definicin acerca de ello. Si la «macro» trata de los agregados macroeconmicos sin duda es muy difcil coincidir en la existencia de «orden». Puede alegarse que la dinmica de los precios, en promedio, tiene una sustantiva mejora en el sentido de su desaceleracin. No obstante, es discutible que el vector de precios relativos sea el de equilibrio de mercado. Lo ms obvio es el tema del tipo de cambio: ventas a futuro, tasas de inters – como hemos mencionado – extremadamente exticas y – fundamentalmente – la existencia de cepo cambiario para las personas jurdicas y la ausencia de compra de reservas por parte de la Autoridad que s debe acumularlas para cumplir sus compromisos sin acudir a mayor endeudamiento: los mercados hablan por el Riesgo Pas. Pero quin puede sostener que el nivel de las inversiones o del consumo, o la situacin del empleo, o los niveles de los salarios sin intervencin del gobierno, forman un escenario de «macro» en orden? Nadie que tenga en cuenta que la tasa de inters de estos das es la medida del desorden propio de la virtud extraviada de la poltica.

Redacción

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