En tiempos donde el deseo parece estar en pausa pero la risa no pide permiso, Carlos Casella encarna a la Comedia en La Revista del Cervantes, un espectáculo que actualiza la insolencia porteña sin perder su filo político y en el que, desde el cielo, Enrique Pinti y Tato Bores pasean por los escándalos de los poderes de turno, incluidas «las tragedias» actuales.
Se trata del homenaje más ambicioso que se ha hecho en mucho tiempo al género que sacudió los escenarios de la calle Corrientes a puro chisme, plumas y humor. Junto a un súper elenco que integran, entre otros, Alejandra Radano, Marco Antonio Caponi, Mónica Antonópulos, Sebastián Suñé y Javier Marra, revisa y recrea un mito: el esplendor de la Revista que define nuestra identidad teatral.

Memoria, plumas y militancia: «La risa muestra lo ridículo del poder»
En la obra, el polifacético actor canta, baila, coreografía y desarma lo establecido con cuerpo, ironía y memoria. En charla con GENTE, habla sobre disidencia, humor, deseo y el arte como trinchera.
–En La Revista del Cervantes interpretás a la Comedia. ¿Qué tipo de humor quisiste encarnar? ¿Qué se dice hoy desde la risa, y qué ya no hace gracia?
–Quise encarnar una comedia con filo, con memoria. La risa que me interesa no es evasiva ni inocente: es esa que incomoda, que nos muestra lo ridículo del poder, lo absurdo de lo cotidiano, y lo hermoso de sobrevivir con gracia. Hoy ya no hace gracia reírse del otre. El humor que maltrata está viejo. Lo que vibra hoy es reírse con los otros, no de los otros.
–¿Cómo se actualiza un género como la revista porteña sin que pierda su alma insolente y popular? ¿Dónde sentís que se cuela hoy la política en el teatro?
–La clave está en no tenerle miedo al presente. La revista porteña fue siempre política, aunque se disfraza de plumas. Actualizarla es mirar el aquí y ahora con los mismos ojos pícaros, insolentes, contestatarios. Hoy la política en el teatro se cuela por todo: por lo que se dice, por lo que se canta, pero sobre todo por lo que se elige poner en escena. El cuerpo, la disidencia, la memoria y el deseo son gestos políticos en sí mismos.

–Como en la obra, Tato Bores y Enrique Pinti se reencuentran en el cielo. ¿Qué pensás que dirían hoy frente al país que habitamos?
–Seguramente estarían haciendo un sketch a dúo donde se pelean por ver cuál de los dos lo advirtió primero. Y al final brindarían con un vermut diciendo: “¡Al menos todavía se hace teatro!”. Pero también creo que estarían tristes. Porque el país les sigue dando letra… pero por las razones equivocadas.
Las claves de la sátira que interpela al pasado «con las preguntas de hoy»
–¿Qué desafíos encontraste al habitar un homenaje donde la sátira, la crítica social y el deseo se mezclan con la historia misma del teatro argentino?
–El mayor desafío fue encontrar una voz propia dentro de una maquinaria tan cargada de historia y símbolos. No es fácil hacerle un guiño al pasado sin quedar atrapado en él. Tenía que honrar el espíritu revisteril, pero con mi propio cuerpo, con mis preguntas de hoy, con una mirada actual sobre el deseo y la crítica. La sátira no es solo estilo: es una postura frente al mundo, y había que sostenerla con verdad.

–Si la Tragedia tiene cara de Alejandra Radano, ¿cómo definís a tu versión de la Comedia? ¿Qué gestos, qué cuerpos, qué tonos te inspiraron?
–Mi Comedia tiene patas entrenadas, ironía afilada y algo de exceso elegante. Viene de la danza, del teatro físico, del cabaret; se formó en escenarios donde la risa se gana con riesgo. No busca el remate fácil ni la simpatía automática. Me inspiran los cuerpos que piensan, que incomodan, que hacen reír sin pedir permiso. Hay algo del espíritu de Alfredo Arias que me atraviesa: esa mezcla de artificio y verdad brutal, de glamour y política, de gracia y tragedia. Mi Comedia no viene a relajar. Viene a activar.
–Venís de un recorrido intenso como performer, cantante, actor, coreógrafo. ¿Qué de todo eso se filtró en este personaje?
–Todo. Porque la Comedia no es un personaje, es un dispositivo escénico. La canto, la bailo, la actúo, la coreografío desde la contradicción. El cuerpo performático es ideal para ella, porque vive entre el remate del chiste y la emoción que se filtra sin querer.
–¿Qué te pasó al conectar con ese pasado revisteril desde el presente?
–Fue un viaje de reconocimiento. Descubrí cuánto de ese ADN estaba en mí sin saberlo. Y también pude verlo con nuevos ojos, cuestionarlo, reapropiarlo. Me emocionó pensar en esas figuras que, con humor, hablaron de lo que nadie se animaba a decir.

El teatro como resistencia queer: «Seguimos creando y seguimos incomodando»
–¿Qué implica hoy, con este contexto social y político, subirse a un escenario como artista LGTBQI+?
–Es un acto de amor y de resistencia. La visibilidad no es moda, es necesidad. Subirse al escenario hoy, cuando hay discursos que nos quieren correr del centro, es una forma de decir: acá estamos, seguimos creando, seguimos incomodando, seguimos amando.
–En un país donde el arte está siendo tensionado, ¿sentís que el teatro sigue siendo un espacio de resistencia queer?
–Absolutamente. El teatro es uno de los pocos lugares donde todavía se puede decir lo que no se puede decir. El arte queer, en especial, siempre encontró en el teatro un refugio, un lugar para existir con todas sus capas, sus brillos, sus heridas.

Carlos Casella, de la censura del algoritmo a sus próximos proyectos con Griselda Siciliani y Alejandra Radano
–¿Qué aprendiste hasta acá en este proceso compartido con Alejandra Radano, Caponi, Suñé y el resto del elenco coral?
–De Alejandra (Radano) aprendés con solo verla en escena: es una brújula estética y ética, una performer que hace convivir el artificio y la verdad con una precisión que emociona. Y del elenco coral, que es una caja de resonancia potente, aprendí el valor de lo colectivo en escena. No hay personaje menor cuando el pulso está afinado. En esa orquesta de voces, cuerpos y disidencias, entendí que el humor también puede ser armonía.

–Si tuvieras que escribir tu propio sketch dentro de una revista futura, ¿de qué tema no podrías dejar de hablar?
–Del algoritmo. De cómo nos gobierna, nos elige, nos censura, nos vende y nos refleja. Y de cómo, en medio de todo eso, todavía aparece una escena de teatro que nos corta el WiFi mental y nos conecta con algo real.
–Por último, ¿qué otros proyectos se vienen o tenés en mente?
–Estoy trabajando en un proyecto de cine musical que cruza performance, humor y una historia no lineal, con Griselda Siciliani como protagonista. Y tengo por estrenar un concierto coreográfico junto a Alejandra Radano en el Centro Cultural Borges. Además, estoy leyendo nuevos textos y pensando ideas para escena donde el cuerpo y la voz vuelvan a ser territorio político. Porque el futuro no se espera: se ensaya.
Fotos: Diego García
Retoque y arte de portada: Darío Alvarellos
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Agradecemos a: @raimondi y @guidozapateria