Las ciudades están cambiando aceleradamente, queramos o no, nos guste más o menos. La tecnología ha transformado no solo la manera de relacionarnos, sino también la forma de trabajar. Y los alcaldes están obligados a seguir el ritmo de los tiempos en los que el debate es constante. Existe una voluntad de hacerlas más humanas y más sostenibles. Nueva York, París o Barcelona son metrópolis muy diferentes, pero se enfrentan a los mismos problemas e intentan ofrecer soluciones parecidas. ¿Quién nos hubiera dicho hace solo veinte años que las bicicletas tomarían las calles, que las avenidas se convertirían en paseos o que algunas oficinas pasarían a ser viviendas? Como decía Pasqual Maragall, las ciudades son su gente. Y acaban siendo lo que sus vecinos quieren.
Barcelona es una ciudad que ha recuperado su vitalidad transformadora, con una personalidad que la hace diferente de otras grandes urbes. Más que competir con Madrid, intenta encontrar su propio camino, que es lo que le ha permitido abrirse paso en la historia sin necesidad de ser la capital de un Estado. Barcelona acumula proyectos que reformularan su futuro. La nueva Rambla y la nueva Via Laietana, la reforma de la estación de Sants y la apertura de la estación de La Sagrera, las mejoras del frente marítimo, el nuevo campus del hospital Clínic, la renovación de la montaña de Montjuïc, la ampliación de la línea 9 del metro y la prolongación de la línea 8 de Ferrocarrils de la Generalitat que unirá la plaza Espanya con la plaza Francesc Macià, o el polo científico de la Ciutadella son infraestructuras que serán realidad en los próximos años. Sin olvidar que en el 2026 estarán acabados dos templos impresionantes, uno laico y otro religioso: el nuevo estadio del FC Barcelona y la Sagrada Família.
Barcelona no quiere competir con Madrid, sino encontrar su propio camino, que es lo que le ha permitido abrirse paso en la historia
Y resulta imprescindible que la realidad metropolitana avance, porque esa gran Barcelona de cinco millones de habitantes, que concentra el 55% del PIB catalán y el 83% de las empresas extranjeras, debe ser el motor de su crecimiento, mejorando conexiones, distribuyendo servicios y reforzando la gobernabilidad de la región. Barcelona será metropolitana o no será.

La plaza de las Glòries reformada de Barcelona
Llibert Teixidó / Propias
El alcalde Jaume Collboni definía la capital catalana hace unos días en La Vanguardia como un proyecto de vida compartida, con unos valores para garantizar la convivencia. Estoy convencido de que uno de los éxitos de la ciudad –más allá de sus encantos– es la cohesión social que existe, aunque nos queda por resolver la cuestión de la vivienda. Pero la ciudad ha vuelto y se merece un voto de confianza.