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Cuando en noviembre de 2020, los devastadores huracanes Eta e Iota golpearon el departamento guatemalteco de Alta Verapaz, los vecinos de Campur, una aldea que pasó meses inundada tras las tormentas, pusieron como prioridad salvar las colmenas de abejas nativas sin aguijón, las meliponinas. Las familias se refugiaron en las montañas y la miel de estos insectos fue parte de su sustento económico mientras sus casas y pertenencias estaban bajo el agua.
Los meliponicultores del pueblo, quienes se dedican a la crianza de estas abejas, suelen contar esta anécdota para ejemplificar lo importantes que son estos insectos para la cosmovisión maya, donde se las ve como un elemento de la naturaleza que deben proteger. Y así lo hacen desde tiempos ancestrales, como reflejan las últimas 10 páginas del Códice Maya, que contiene la guía de domesticación de las meliponas. Se trata de un manual que es aplicado hasta hoy en los cultivos, que enseña a hacer corcho: un tronco, tapado en ambos extremos, con un pequeño y único agujero por el cual entran y salen las abejas.
Sobre estas ideas y prácticas se fundó en 2019 la iniciativa Mielenaria, una organización que nació para comercializar la miel que producen las abejas meliponas a un precio más justo. Casi seis años después de su fundación, la iniciativa ha crecido y se ha transformado en el lugar donde convergen los esfuerzos de alrededor 60 meliponicultores, como los de Campur, además de conservacionistas e investigadores de la Universidad de San Carlos de Guatemala. Juntos buscan visibilizar el aporte de las abejas nativas sin aguijón a los ecosistemas, la cultura y la economía familiar de Guatemala.
Un santuario de abejas nativas sin aguijón
Klaus Lambour, fundador de Mielinaria, cuenta que los meliponicultores vendían el litro de miel a 200 quetzales, unos 28,5 dólares, hasta que su organización empezó a pagarles 450 quetzales por litro (unos 60 dólares), más del doble. Él, por su parte, aprendió de los cultivadores de abejas nativas sin aguijón y decidió transformar la finca de su familia en un santuario para la conservación de la especie.
Actualmente, en ese espacio han identificado 14 de las 33 especies de estas abejas que existen en Guatemala. El santuario se ubica en Santa Rosa, en el sur del país, una zona de bosque seco espinoso, en medio de montañas. Ahí vive Paulino Chávez, de 55 años, el guardián del santuario, un hombre que desde pequeño vio a su padre cuidar a las abejas nativas. Ahora él no solo las cuida, sino que también las cultiva para el sustento de su familia.
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Paulino es uno de los beneficiarios del incremento del costo del litro de miel de las meliponas. Dice que ha sido bueno para él y el resto de apicultores, que ahora tienen más incentivos para cuidar a las abejas. “Antes la gente solo las tenía de adorno en su casa porque no pican y se ven muy bonitas en el corcho en medio de las plantas. Pero ahora que los precios han aumentado, hay más gente que quiere tenerlas y cuidarlas. Así como tienen valor para la polinización de las plantas, también tienen valor para nuestra vida”, explica Paulino desde su casa, a unos metros del santuario.
Paulino es uno de los meliponicultores que se han organizado en cooperativas para el aprovechamiento sustentable de la abeja nativa sin aguijón. Según explica, este se hace con un enfoque de cuidado y no de explotación, por lo que si la abeja es pequeña y produce muy poca miel, esta se deja en el corcho y solo se usa con fines medicinales para la familia. La miel de las meliponas sirve para desinflamar heridas, porque acelera su cicatrización, señala el cuidador.
Este santuario también sirve para impartir talleres a los meliponicultores. A pesar de que Paulino creció rodeado de abejas nativas sin aguijón, dice que ha aprendido mucho con la iniciativa Mielenaria porque ha desarrollado nuevas técnicas para el cuidado y cultivo de las meliponas. “Ha sido un aprendizaje en dos vías, ya que ellos también han conocido más de las abejitas con nosotros”, reconoce.
Una conservación integral
De las 14 especies de abejas nativas sin aguijón que se han identificado en el santuario, dos de ellas se encuentran en peligro de extinción. Para evitar que desaparezcan, los meliponicultores hicieron una alianza con el Centro de Estudios Conservacionistas (Cecon) de la Universidad de San Carlos con el objetivo de generar mejor ambiente para su reproducción.
“Nuestra propuesta es que se le dé la importancia a la especie completa y en Guatemala la abeja nativa sin aguijón es la que poliniza la mayoría de las plantas y flores que nacen y crecen en nuestro ecosistema”, sostiene Klaus Lambour. “Con la conservación de la abeja melipona, aportamos más biodiversidad de abejas y, si esto sucede, habrá más y mejor polinización para nuestros ecosistemas y esto es clave para nuestro medio ambiente ante el cambio climático”, añade.
Natalia Escobedo Kenefic, investigadora del Centro de Estudios Conservacionistas (Cecon), trabaja en el laboratorio de estudios de las abejas nativas fundado hace 20 años por la doctora Eunice Enríquez y visita a menudo el santuario. Según explica, las meliponas solo se encuentran en países tropicales como Guatemala y son sociales, es decir, que viven en colmenas con reina y obreras.
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Estas abejas son numerosas y visitan una gran cantidad y diversidad de plantas silvestres y cultivadas. Esta es la razón por la que, según Kenefic, son claves como polinizadoras. “Cuando nos preguntan qué plantas sembrar para las meliponas, siempre enfatizamos que, como son abejas nativas, que evolucionan con las plantas nativas, entonces es vital mantener los espacios naturales”, describe la investigadora.
Para Mielenaria, es tan importante conservar la abeja nativa sin aguijón como visibilizar la cultura ancestral de Guatemala. Por eso, cada mes donan miel a la Asociación de Sacerdotes Mayas, para que las utilicen en sus ceremonias.
Estas abejas que fueron domesticadas por los mayas suelen estar presentes en los rituales ancestrales y tienen su propio nahual —Ajmaq’, una abeja una guardiana—, que en la cosmovisión maya representa el día para agradecer por el bienestar de las personas, la naturaleza y la comunidad, explica Klause.
El fundador de Mielenaria reconoce que aún queda mucho trabajo por hacer. En el país donde se domesticó a las abejas, hoy no se reconoce como “miel” la extraída de las colmenas de meliponas. Por eso, tienen una batalla abierta en las oficinas de Gobierno, lejos de los bosques secos que albergan las colmenas, donde han puesto en marcha la redacción de una normativa que caracterice como miel la extraída de las especies más productivas de las meliponas, y así llevar este producto a otras partes del mundo.