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miércoles, julio 9, 2025

Las aceras, paraíso perdido

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Corría aproximadamente el año 1987 cuando llegó a Barcelona una empresa de pizzas a domicilio que importaba de los Estados Unidos el compromiso de hacer la entrega en menos de treinta minutos. De no ser así, la compra resultaba ser gratuita. Aquello, que se presentaba como un novedoso atractivo, marcó el inicio de la expulsión del paraíso para los caminantes de las aceras. Los repartidores de dichas pizzas usaban ciclomotores y, mientras buscaban el número exacto de la calle, o al ver que se agotaba el plazo límite de media hora, pasaron a usar las aceras como extensión de la calzada.

Una terraza ubicada en el distrito tecnológico de Barcelona

Una terraza de Barcelona

MANÉ ESPINOSA

Veinte años después, el Ayuntamiento de Barcelona puso en marcha el servicio de Bicing, un medio de transporte innegablemente exitoso, pero que significó priorizar el ciclismo sobre el civismo. Se inició así una difícil convivencia que, a pesar del aumento de carriles bici, sigue amenazando el caminar por las aceras, algo que empeoró con la aparición de los patinetes eléctricos. Además, hay que recordar que actualmente sigue habiendo muchos aparcamientos para bicicletas, tanto del servicio público como privadas, ubicados sobre las aceras. Aceras donde todavía es legal aparcar los miles de motos que desde siempre circulan por la ciudad, para agilidad viaria de unos a la vez que para tortura de otros. Las plazas de aparcamiento de motos situadas en la calzada han ido creciendo aunque, a menudo, en barrios donde es frecuente verlas vacías. Y, en todo caso, muy por detrás del número de motos existentes.

Con las aceras se atreve todo el mundo; fruterías, bazares, pizarras comerciales, contenedores…

También con la pandemia empezaron a aparecer en la calzada algunas terrazas de bares y cafeterías, aunque más parecía una actuación municipal para quitar sitio a los coches que para recuperar aceras. Las terrazas, que en su justa medida son agradables lugares de socialización, se convierten en una molestia si exigen al paseante una atención que debería ser innecesaria. Por otra parte, si se fija uno cuando llegan los repartidores de bebidas, es frecuente ver cómo la descarga de pesados barriles metálicos daña el suelo por el que después hay que intentar caminar.

Con las aceras se atreve todo el mundo. Fruterías, bazares, pizarras comerciales, contenedores municipales multicolor y también los sacos de empresas privadas para restos de obra. Estos dos últimos casos invitan a gente sin miramientos a dejar todo tipo de residuos a su alrededor. Así como a la aparición de chatarreros que, a veces, hacen la preselección de materiales usando el pavimento como mesa de trabajo.

Ya que estamos en una época en la que se formulan deseos de buena ventura mezclados con una nostalgia traicionera, pidamos que el año próximo empiece a traer las aceras de antaño. Aquellas en las que solo debías preocuparte de caminar como si lo hicieras sobre un imaginario campo de minas, simplemente esquivando y maldiciendo las aún actuales deposiciones caninas.

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