Las comedias aceitadas, efectivas, que respetan a rajatabla la fórmula del gag bien puesto o del remate certero, logran que la sala se ría al mismo tiempo: puede haber quienes no se rían, pero, de reírse, será en ese momento buscado. Y entonces habrá clima de gol arriba del escenario. Algo similar sucede con las obras netamente dramáticas en las que desde arriba, o desde atrás, se intuye en qué escena habrá lágrimas, emoción contenida o liberada. Son esos planteos en los que el movimiento escénico de piezas -por diálogos o situaciones- permite imaginar la reacción. Bueno, nada de eso sucede con Las hijas. Pero nada.
La obra que marca el debut de Adrián Suar como director teatral, sobre una idea suya que se transformó en un rico texto de Ariadna Asturzzi, golpea y abriga a la vez, pero en cada espectador toca una fibra distinta y casi siempre en otro tiempo.
En las dos funciones a las que fui (una previa y otra post estreno) la sala del Maipo se movía a un ritmo difícil de etiquetar. Sí hubo lágrimas, sí hubo risas, sí hubo sorpresa, angustia, carilina de mano en mano, carcajada liberadora o silencio demoledor, pero no en masa. Cada quien sentía y manifestaba a su propio tiempo, como si una ola suave de diferentes sensaciones sobrevolara el ambiente.
Porque Las hijas es una piña al alma -siempre por encima de la cintura, sutil y necesaria si se busca reflejar la vida- y un refugio para la historia de muchos de los que están (estamos) frente al escenario, en una penumbra que de a ratos oscurece el ambiente y por momentos ilumina. Pero claramente no es una obra más de la cartelera porteña: es una historia que zarandea. No se sale igual a como uno entró. Ni mejor ni peor, sí conmovido y, por lo visto, con ganas de abrazar, cuanto menos.

Protagonizada por Soledad Villamil, Julieta Díaz y Pilar Gamboa, la comedia dramática -por acomodarla de prepo en los caprichos de los géneros, aunque en este caso cualquier rótulo le quedaría chico, mas no literalmente ajustado– propone el encuentro de tres hermanas que se juntan para celebrar el cumpleaños de su madre. Pero a pesar de los globos, el catering y las guirnaldas, queda claro de entrada que el motivo es otro: qué hacemos con mamá, que empezó a manifestar síntomas de Alzheimer.
Y el debate sobre el qué hacemos con mamá se transforma en un tsunami de emociones tanto para ellas como para los que son (somos) testigos de ese ring en el que tres personajes sacan a relucir sus miedos, sus miserias, sus penas, sus esperanzas, sus negaciones y sus diferentes maneras de amar y en el que, también, tres actrices ganan la pelea actoral por nocaut. Las hijas no dan respiro.
Y, abajo, cada uno respira -y suspira especialmente- como puede. Se percibe que en la sala se cruzan varias historias personales y eso se comprueba al terminar la función, en los comentarios, en eso de quedarse un ratito más sentado tratando de digerir, de reacomodar alma, corazón y vida. Pero no hay clima de velatorio, en el hall hay clima a fuerte brisa vincular.

El texto de Asturzzi -autora elegida por Suar para plasmar esta idea que le rondaba hace un tiempo- marca la reunión en la casa de Inés (Villamil), la mayor, la que tal vez no tenga los mejores recuerdos de su madre, pero sabe qué madre tiene. Ahí ya está Majo (Díaz), la psiquiatra de la familia, la que busca ser conciliadora y categórica aunque la tibieza la perturbe, y juntas intentan preparar el terreno para la llegada de Roberta (Gamboa), la menor, la de la autoestima más baja, que ahora, a los 40, se vincula con su mamá desde un lugar que las otras desconocen.
Hay una madre que no está en escena, pero uno imagina. Y uno cree llegar a ese retrato a partir de tres frescos distintos: cada una la pinta a su manera. Y la memorias individuales, sumadas, terminan protegiendo esa memoria materna que empieza a irse.
Pero, a pesar de esa daga, la obra tiene un delicado hilván de humor que alivia. Un sello de Suar, como una suerte de camperita que alguien al que no ves te pone en los hombros cuando sentís un frío cualquiera y oficia de abrigo. Al cuerpo y al alma.

Las hijas es -subjetivamente hablando, o escribiendo- imperdible, por su alto y parejo nivel actoral en las composiciones de esas criaturas mayores que por momentos parecen niñas, por la puesta de Suar en saber hacer de ese encuentro crucial un debate grupal sin perder de vista cada catarsis individual con las luces como aliado.
La luz, la electricidad, los efectos lumínicos, el miedo al cortocircuito, las guirnaldas que se prenden y apagan y otros arrabales temáticos juegan un rol clave en esta maratón emocional que no tiene ni un pedacito de desperdicio.
Como decíamos en la nota con las tres actrices, previa al estreno, Las hijas tiene aroma a los entrañables unitarios de Polka sobre los vínculos, con algo de Vulnerables, de Culpables, de Para vestir santos o de Locas de amor. Algo que anida para siempre en las adorables cosas del querer.

Ficha
Calificación: Excelente
Protagonistas: Soledad Villamil, Julieta Díaz y Pilar Gamboa Director: Adrián Suar Autora: Ariadna Asturzzi Funciones: de jueves a domingo (dos funciones los sábados) en el teatro Maipo.