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martes, noviembre 4, 2025

Las mejores novelas de dictadores y retrato del tirano de América Latina

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Por Santiago Vargas

Con motivo del medio siglo de ‘El otoño del patriarca’ (1975), de Gabriel García Márquez, creamos un mosaico de los gobernantes déspotas a partir de extractos significativos de obras como ‘Facundo’, ‘Tirano Banderas’, ‘El señor presidente’, ‘El recurso del método’, Yo el Supremo’, ‘Oficio de difuntos’ y ‘La fiesta del Chivo’

La literatura de ficción y no ficción está poblada de mandatarios tiránicos y dictatoriales algunos con los prefijos de reyes, emperadores, faraones, militares, millonarios, empresarios, ciudadanos… Una figura siempre eterna y vigente que se regenera como la Hidra de Lerna, de la mitología griega. Sobre todo en estos tiempos. Y algunas regiones parecen abonadas para ellos. Gabriel García Márquez afirmó, en 1982, que “el dictador es el único personaje mitológico que ha producido América Latina, y su ciclo histórico está lejos de ser concluido”.

En 1975, el Nobel de Literatura colombiano fundió varias figuras de dictadores en su obra maestra El otoño del patriarca (1975). Es un poema en prosa, su experimento literario con el que logró hacer lo que quería, alrededor de la figura de un dictador devorado por la soledad del poder y la podredumbre de la ambición en medio de los escombros y los estragos de su violencia.

América Latina es un continente con un catálogo de novelas sobre dictadores que funcionan como espejos entre ellos. A estos dictadores de ficción basados o inspirados en hechos reales dedicamos la segunda parte del especial con el cual celebramos el medio siglo de El otoño del patriarca (1975). Una tradición literaria latinoamericana que empieza un par de décadas después de la independencia progresiva de España.

Si los escritores armaron sus dictadores de retazos de personajes reales de aquí y allá, WMagazín crea el mosaico de un dictador y sus acciones con extractos de aquí y allá de cada una de las novelas elegidas:

Facundo o civilización y barbarie en las pampas argentinas (1846), de Domingo Faustino Sarmiento

“Facundo, genio bárbaro, se apodera de su país; las tradiciones de gobierno desaparecen, las formas se degradan, las leyes son un juguete en manos torpes; y en medio de esta destrucción efectuada por las pisadas de los caballos, nada se sustituye, nada se establece. El deshago, la despreocupación y la incuria son el bien supremo del gaucho. Si La Rioja, como tenía doctores, hubiera tenido estatuas, estas habrían servido para amarrar los caballos.

Facundo deseaba poseer, e incapaz de crear un sistema de rentas, acude a lo que acuden siempre los gobiernos torpes e imbéciles; mas aquí el monopolio llevaría el sello de la villa pastoril, la expoliación y la violencia”.

  • Domingo Faustino Sarmiento (Argentina, 1811 – Paraguay, 1886). En Facundo traza una historia de las guerras civiles tras la independencia a partir del más violento y desalmado de los caudillos: Juan Facundo Quiroga.

***

Tirano banderas (1926), de Ramón del Valle-Inclán.

“Tirano Banderas, sumido en el hueco de la ventana, tenía siempre el prestigio de un pájaro nocharniego. Desde aquella altura fisgaba la campa donde seguían maniobrando algunos pelotones de indios, armados con fusiles antiguos. La ciudad se encendía de reflejos sobre la marina esmeralda. La brisa era fragante, plena de azahares y tamarindos. En el cielo, remoto y desierto, subían globos de verbena, con cauda de luces. Santa Fe celebraba sus ferias otoñales, tradición que venía del tiempo de los virreyes españoles. Por la conga del convento, saltarín y liviano, con morisquetas de lechuguino, rodaba el quitrí de Don Celes. La ciudad, pueril ajedrezado de blancas y rosadas azoteas, tenía una luminosa palpitación, acastillada en la curva del Puerto”.

  • Ramón María del Valle-Inclán (España, 1866-1936). Su visita a México en 1921 fue la semilla para armar la figura de Santos Banderas. Todo sucede en el país imaginario de Santa Fe de Tierra Firme donde Banderas se mantiene en el poder a golpe exabruptos y violencia, hasta que surge un movimiento que buscará derrocarlo.

***

El recurso del método (1974), de Alejo Carpentier

“En cuanto al Palacio de los Espejos, éste me había devuelto tantas veces mi figura en yacencias y escorzos, invenciones y garabatos, que todas mis conjugaciones físicas quedaban recopiladas en mi memoria como en un álbum de fotografías familiares se repertorian los gestos, actitudes, desplantes y atuendos que marcaron las mejores jornadas de una existencia. Bien entendía yo por qué el Rey Eduardo VII había tenido, allí, bañadera propia, y hasta una butaca —hoy objeto histórico, guardado en estancia de honor— ejecutada por un hábil y discreto ebanista, que le permitiera entregarse a sutiles retozos para los cuales su abundoso abdomen resultaba un estorbo. Buena había sido la farra de anoche. Pero sin embargo me quedaba —bajadas las muchas copas— como un temor de que mi sacrílega diversión con la hermanita de San Vicente de Paul (otra vez, Paulette se me había ofrecido como colegiala inglesa, entre raquetas de tenis y fustas de equitación; otra vez, muy pintada, de buscona portuaria, con medias negras, ligas rojas y altas botas de cuero) me trajese mala suerte”.

  • Alejo Carpentier (escritor cubano, Suiza, 1904-Francia, 1980). Biografía de un dictador y un lugar latinoamericano que se parece mucho a La Habana de los años veinte del siglo XX. Un tirano ilustrado, conocido como Primer magistrado, que intenta gobernar bajo la premisa del método que carece de método.

***

El señor presidente (1945), de Miguel Ángel Asturias

“El idiota cayó medio muerto; llevaba noches y noches de no pegar los ojos, días y días de no asentar los pies. Los mendigos callaban y se rascaban las pulgas sin poder dormir, atentos a los pasos de los gendarmes que iban y venían por la plaza poco alumbrada y a los golpecitos de las armas de los centinelas, fantasmas envueltos en ponchos a rayas, que en las ventanas de los cuarteles vecinos velaban en pie de guerra, como todas las noches, al cuidado del Presidente de la República, cuyo domicilio se ignoraba porque habitaba en las afueras de la ciudad muchas casas a la vez, cómo dormía porque se contaba que al lado de un teléfono con un látigo en la mano, y a qué hora, porque sus amigos aseguraban que no dormía nunca.

Por el Portal del Señor avanzó un bulto. Los pordioseros se encogieron como gusanos. Al rechino de las botas militares respondía el graznido de un pájaro siniestro en la noche oscura, navegable, sin fondo…”.

  • Miguel Ángel Asturias (Guatemala, 1899 – España, 1974). Se inspira en el dictador guatemalteco Manuel Estrada Cabrera, aunque en la novela el tirano no tiene nombre, pero sí sus injusticias, la brutal represión y las torturas.

***

Yo el Supremo (1974), Augusto Roa Bastos

“Yo El Supremo Dictador de la República

Ordeno que al acaecer mi muerte mi cadáver sea decapitado;

la cabeza puesta en una pica por tres días en la Plaza de la República

donde se convocará al pueblo al son de las campanas echadas a vuelo.

Todos mis servidores civiles y militares sufrirán pena de horca.

Sus cadáveres serán enterrados en potreros de extramuros sin cruz

ni marca que memore sus nombres.

Al término del dicho plazo, mando que mis restos sean quemados

y las cenizas arrojadas al río…

¿Dónde encontraron eso? Clavado en la puerta de la catedral, Excelencia. Una partida de granaderos lo descubrió esta madrugada y lo retiró llevándolo a la comandancia. Felizmente nadie alcanzó a leerlo. No te he preguntado eso ni es cosa que importe. Tiene razón Usía, la tinta de los pasquines se vuelve agria más pronto que la leche. Tampoco es hoja de Gaceta porteña ni arrancada de libros, señor. ¡Qué libros va a haber aquí fuera de los míos! Hace mucho tiempo que los aristócratas de las veinte familias han convertido los suyos en naipes. Allanar las casas de los antipatriotas. Los calabozos, ahí en los calabozos, vichea en los calabozos. Entre esas ratas uñudas greñudas puede hallarse el culpable. Apriétales los refalsos a esos falsarios. Sobre todo a Peña y a Molas”.

  • Augusto Roa Bastos (Paraguay, 1917-2005). Narra la vida despótica de un gobernante y de la manera como somete al pueblo: el dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia, conocido como El Supremo, que gobernó en un triunvirato entre 1811 y 1816 y luego solo hasta 1840, cuando falleció.

***

La fiesta del chivo (2000), de Mario Vargas Llosa

“Se enjuagaba la cara. Su sangre se volvía vinagre cuando pensaba en sus hijos. Dios mío, no era él quien había fallado. Su raza era sana, un padrillo reproductor de gran alzada. Ahí estaban, para probarlo, los hijos que su leche procreó en otros vientres, el de Lina Lovatón sin ir más lejos, robustos, enérgicos, que merecían mil veces ocupar el lugar de ese par de zánganos, de esas nulidades con nombres de personajes de ópera. ¿Por qué consintió que la Prestante Dama pusiera a sus hijos los nombres de Aída, esa ópera que en mala hora vio en New York? Les trajeron mala suerte; habían hecho de ellos unos payasos de opereta, en vez de hombres de pelo en pecho. Bohemios, haraganes sin carácter ni ambición, buenos sólo para la parranda. Salieron a sus hermanos, no a él”.

  • Mario Vargas Llosa (Perú, 1936-2025). Reconstrucción del asesinato de Rafael Trujillo, el Chivo, dictador de República Dominicana de 1930 a 1961. Se detiene en la planificación de ese suceso con sus efectos y en un episodio 35 años después, dos líneas narrativas que crean un panorama de las acciones de Trujillo y sus consecuencias en la población.

***

Oficio de difuntos (1976), de Arturo Uslar Pietri

“El general había muerto. En la noche, en su lecho, al final de una larga agonía. Había ocurrido aquello que tanto se temía. Por lustros largos se le veía envejecer y decaer, pero siempre se pensaba que podía vivir un par de años más. No ocurriría todavía el temible suceso. Había tiempo. Habría tiempo siempre. Estaría aún allí con su lejana voz y sus temblorosas manos, manteniendo en vilo toda la vida del país. Mientras él viviera nada iba a cambiar. Todo debía esperar. Él había pensado muchas veces en lo que podía pasar ese día en que el general muriera. Era mejor no pensarlo. Todo aquello iba a resquebrajarse y a romperse, todo aquel castillo de naipes que el general sostenía con su presencia y que, a ratos, parecía tan sólido como la piedra, se iba a desmoronar. Los que habían tenido el poder se iban a convertir súbitamente en débiles y perseguidos, los ricos iban a huir a esconder su riqueza, las casas de los poderosos iban a quedar vacías y gentes inesperadas iban a surgir con duras caras de justicieros a cobrar, a reclamar, a vengarse de tantos años, de tantas esperanzas fallidas, de tanto rencor callado. Había tenido miedo”

  • Arturo Uslar Pietri (Venezuela, 1905-2001). A partir de la figura del dictador venezolano Juan Vicente Gómez (1903-1935) se narra cómo surge la ambición del poder, sus mecanismos para alcanzarlo y las estrategias que pretende. Ello a través de la sátira política.

***

El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez

“era apenas el temblor de unos labios taciturnos, el adiós fugitivo de un guante de raso de la mano de nadie de un anciano sin destino que nunca supimos quién fue, ni cómo fue, ni si fue apenas un infundio de la imaginación, un tirano de burlas que nunca supo dónde estaba el revés y dónde estaba el derecho de esta vida que amábamos con una pasión insaciable que usted no se atrevió ni siquiera a imaginar por miedo de saber lo que nosotros sabíamos de sobra que era ardua y efímera pero que no había otra, general, porque nosotros sabíamos quiénes éramos mientras él se quedó sin saberlo para siempre con el dulce silbido de su potra de muerto viejo tronchado de raíz por el trancazo de la muerte, volando entre el rumor oscuro de las últimas hojas heladas de su otoño hacia la patria de tinieblas de la verdad del olvido, agarrado de miedo a los trapos de hilachas podridas del balandrán de la muerte y ajeno a los clamores de las muchedumbres frenéticas que se echaban a las calles cantando los himnos de júbilo de la noticia jubilosa de su muerte y ajeno para siempre jamás a las músicas de liberación y los cohetes de gozo y las campanas de gloria que anunciaron al mundo la buena nueva de que el tiempo incontable de la eternidad había por fin terminado”.

  • Gabriel García Márquez (Colombia, 1927 – México, 2014). Suma de dictadores latinoamericanos en un lugar que es la simbiosis del caribe, el patriarca y sus desmanes contados a través de varias voces en un relato lleno de lírica donde el lenguaje y el fraseo construyen y deconstruyen la realidad situando la historia en una especie de limbo.

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