La Argentina se aproxima a un punto de inflexión en materia de política económica. Los informes previos de la consultora Maynard, dirigida por Nicolás Salvatore, habían concentrado la atención en la estabilidad cambiaria de corto plazo, ligada al calendario electoral de 2025. Sin embargo, la verdadera amenaza proviene del largo plazo: un desequilibrio externo de magnitudes difíciles de manejar que, en gran medida, ha sido subestimado por el oficialismo.
Según Maynard la administración libertaria confió en que la disciplina fiscal bastaría para garantizar la estabilidad cambiaria. Ese razonamiento, heredero de la obsesión monetarista, omitió un dato esencial: la demanda de dólares se explica por la relación entre expectativas de devaluación y tasas de interés en pesos, no por la cantidad de dinero en circulación. Al relegar este principio básico, el Gobierno perdió dos años cruciales para encarar el principal cuello de botella de la economía: la restricción externa.
Un stock insostenible
Según el informe, la magnitud del problema es contundente. El Banco Central debe a los importadores alrededor de 18.500 millones de dólares, mientras que las reservas netas líquidas son negativas en 13.000 millones. A ello se suma un cronograma de vencimientos en dólares que exige, entre 2026 y 2032, pagos anuales que oscilan entre 28.000 millones y 22.000 millones, con un total de deuda pública en moneda extranjera cercano a 200.000 millones de dólares.
Si se descuenta la deuda con el FMI —que suele ser refinanciada—, el problema se reduce a 140.000 millones, aunque sigue siendo inmanejable. A este cuadro se agrega la necesidad de contar con un nivel de reservas adecuado. De acuerdo con Dani Rodrik, los países emergentes requieren un colchón equivalente a cuatro meses de importaciones. En el caso argentino, ello implica al menos 25.000 millones de dólares adicionales.
En términos de stocks, la Argentina enfrenta, entonces, un déficit cercano a 200.000 millones de dólares.
El desequilibrio de flujos
El segundo componente del problema surge de la dinámica anual de pagos y demanda de divisas. Un escenario de apertura plena del mercado cambiario revelaría una balanza comercial deficitaria de 10.000 millones de dólares, sumada a un déficit de otros 10.000 millones por viajes y servicios reales.
Los intereses de la deuda insumen alrededor de 5.000 millones anuales, mientras que las utilidades y remesas de las multinacionales —junto con intereses de obligaciones negociables en dólares— podrían demandar otros 5.000 millones. A ello debe añadirse la presión especulativa, que en un contexto de volatilidad cambiaria podría significar ventas de reservas por 2.400 millones en un solo año.
En conjunto, el desequilibrio de flujos ronda los 30.000 millones de dólares anuales, lo que eleva la necesidad total de financiamiento —stock más flujo— a 230.000 millones.
El dilema del tipo de cambio
Con el actual nivel del tipo de cambio real —equiparable al de la Convertibilidad—, el panorama se agrava. Un nivel competitivo requeriría una devaluación inicial del 60% al 70%, llevando el dólar a una franja de 2.300-2.500 pesos, para luego estabilizarse en torno a 1.800 pesos en precios constantes. Este ajuste, calificado como moderado en comparación con episodios previos, es condición necesaria para cerrar el déficit de cuenta corriente.
Sin un tipo de cambio competitivo, las exportaciones no lograrán financiar los vencimientos y la balanza externa seguirá en rojo.
Estrategias de política económica
El informe elaborado por la consultora propone un programa económico que combina realismo financiero con pragmatismo político. Entre sus ejes centrales se destacan:
- Mantener —y reducir gradualmente— la deuda con importadores.
- Canalizar la demanda corporativa de divisas a través del mercado CCL.
- Reestructurar la deuda con el FMI y otros organismos multilaterales a muy largo plazo y a tasas reducidas.
- Recuperar el acceso a los mercados internacionales, apuntando a bajar el riesgo país a la franja de 330-400 puntos básicos.
- Aún bajo estas condiciones, el país debería enfrentar necesidades de financiamiento del orden de 25.000 millones de dólares anuales en los próximos siete años, cifra equivalente a todo el superávit comercial potencial.
Una encrucijada histórica
La historia argentina ofrece lecciones sobre los peligros de la ideología aplicada a la economía. Tanto la Convertibilidad como el programa de Martínez de Hoz —reivindicados en el discurso oficial libertario— terminaron en crisis externas precisamente por ignorar los límites del sector externo.
Hoy, con un desequilibrio que asciende a 230.000 millones de dólares, la Argentina enfrenta una encrucijada histórica. O avanza hacia un programa realista que combine competitividad cambiaria, renegociación ordenada y default selectivo, o se encamina a un nuevo episodio de inestabilidad profunda.
El dilema no es solo técnico. Como advierte el informe, los programas económicos también fracasan por ideología. La pregunta central es si el Gobierno estará dispuesto a abandonar el dogma liberal antes de que la realidad imponga, una vez más, su propio ajuste.