Les pasan las chicas de catorce, quince, dieciséis años por al lado y las esquivan como postes. Las jóvenes estudiantes no se imaginan quiénes son estas mujeres mayores y guapas que un día regresaron a las instalaciones del Colegio Nacional Buenos Aires. «Madre mía, que pantaloncitos tan cortitos que usan». «Y esa otra, ¿la viste? se le ve el ombligo». «¿Así vienen al colegio?». Las señoras susurran, no sin algo de asombro, mientras ingresan por la puerta de la calle Bolívar.
En el ajetreado ingreso al colegio, una chica se detiene y las mira atentamente. No le resultan indiferentes esas damas de otra generación y pregunta quiénes son. «Ellas formaron parte de la primera camada de mujeres que estudiaron en este colegio«. Observadora y curiosa, repregunta Chiara (16), que así se presenta: «¿Fueron alumnas de este colegio? ¿Hace mucho?». Cuando se le brinda un poco más de información, la chica abre los ojos azorada. «¿Entraron en 1959? ¡Qué flash!».
Chiara sigue su ruta y las decanas, sin advertir el dialoguito, ya atravesaron la puerta del bello edificio de la calle Bolívar al 200 y suben hasta el segundo piso. Caminan por el amplio pasillo y detienen su marcha para contemplar algún detalle de la época de cuando eran alumnas. «Pensar que nosotras veníamos en tranvía, qué increíble», se tientan. Denotan alegría por volver al colegio que les abrió las puertas a las mujeres, por primera vez, en el año 1959. El Consejo Superior de la UBA ya había aprobado, en 1956, la inclusión de profesoras en el cuerpo docente.
Fue el reconocido médico pediatra y por entonces vicerrector de la UBA, Florencio Escardó, quien logró convertir el régimen masculino del colegio en un sistema mixto, no sin ser resistido y eje de un sinfín de controversias. El primer año eran tan sólo 25 las chicas que se sumaron a los 1.316 varones repartidos en dos turnos.

María Cristina Richaud, Shila Petroni, Elisa Radovanovic y Graciela Delle Done acarician las paredes, se asoman por las ventanas y por un instante viajan a la época en la que vestían jumpers y sacos. El «te acordás» empieza a repetirse una vez tras otra. Ellas estuvieron en noviembre último cuando cumplieron 60 años de egresadas, y el pasado 14 de marzo, aprovechando la semana de la mujer, la rectora Valeria Bergman cumplió con el homenaje prometido por ser estudiantes pioneras en este edificio.
«Es como una ola que nos lleva al pasado, un pasado en el que fue maravilloso pasar por aquí», ilustra la escritora Shila Petroni. «Creo que recién ahora caemos en la cuenta de que fuimos las estudiantes precursoras de este lugar sagrado. Yo entré al Buenos Aires con 12 años… ¿cómo me iba a dar cuenta de la magnitud de lo que significaba?«, expresa Graciela Delle Done, arquitecta. «Yo me siento como la momia Nefertiti -ríen todas-, que me muestran como si fuera un objeto de reconocimiento», dice con sarcasmo la investigadora e historiadora Elisa Radovanovic. Las cuatro son Sub-80.

La psicóloga María Cristina Richaud frecuentó el colegio, porque hijos y nietos siguieron la tradición y si bien retornó innumerables veces «esta vez se produce un impacto estar acá, caminar entre los estudiantes, qué se yo, te aparecen miles de diapositivas, las imágenes de nuestra época». Cristina, al pasar, comenta que en el Buenos Aires conoció a Pablo Minzi, su actual marido y padre de sus hijos: «No íbamos a la misma división, pero empezamos a coquetear antes de terminar el secundario».
Sentadas a una amplia mesa, sonríen para la foto y le agradecen por el tributo a Bergman, presente en el Salón de las Banderas, donde se realiza el encuentro con Clarín. «Nos tratan como si fuéramos referentes del feminismo, o ilustres matriarcas», deslizan por cómo las reciben y por cierto trato preferencial que les hace el colegio . «Y nos pone muy contentas que así como nosotras iniciamos una etapa mixta aquí, hoy haya una mujer a cargo de la máxima autoridad». Levanta el pulgar Bergman, que es la segunda rectora (la primera fue Virginia González Gass) y transita su segundo mandato.

Entre cafés y masitas, la charla con las muchachas, como es de imaginar, es algo desordenada, producto de la mezcla de la emoción, la excitación y los inevitables recuerdos. Shila y Graciela eran compañeras del turno mañana, mientras que Cristina y Elisa de la tarde. Remarcan que fueron buenas compañeras, pero que no hicieron amistad.
«¿Se acuerdan lo que fue el examen de ingreso en diciembre de 1958? Fue bravo, escrito y oral, yo tuve un rapto de lucidez y saqué una buena nota, me había preparado para la ocasión», hace saber Shila. «Yo quería entrar como sea, era prestigioso pertenecer al Buenos Aires, no porque supiera demasiado sobre el colegio, pero era un mandato que salía de los padres», aporta Cristina. «Era el primer examen de la vida, el gran desafío, en el fondo era una manera de despedirse de una etapa de la niñez para entrar en otra etapa», reflexiona Elisa, que dice que entró con muy poco puntaje.
«Yo me acuerdo -destaca Graciela- cuando en la escalinata de abajo estaba repleta de padres y chicos esperando los resultados del examen. Los nervios que teníamos… Y un celador en la puerta de ingreso iba nombrando a los que habían aprobado. Unos festejaban a lo loco y otros se iban llorando desconsolados… Cuando escuché mi nombre no lo podía creer», dice Elisa. «Era como un enorme logro, te daba importancia, era como una pertenencia, viste», agrega Shila. «También era un mandato de nuestros padres, que sabían de la importancia de este colegio y de alguna manera nos presionaban. Yo lo sufrí ese examen, tenía 11 años cuando lo hice, era una nenita», sostiene Graciela.
Argumentan que tuvieron «coraje y determinación para entrar a un colegio que era exclusivamente para varones y que no estaba diseñado para recibir mujeres. Con el paso del tiempo nos fuimos sintiendo más cómodas, pero el baño, por ejemplo, tenía una pared de durlock que separaba a los chicos de las chicas, no era lo más adecuado, pero era lo que había», apunta Cristina. «Pero quiero dejar en claro que nunca nos sentimos rechazadas, ni tampoco sufrimos alguna falta de respeto de alumnos varones», enfatiza Shila. «Yo en un momento me quería ir, porque era tal la disciplina y el rigor de celadores y profesores, que a veces vi situaciones feas», revela Elisa.

Bergman, la rectora, mete un bocadillo. «Las chicas entraron por sus condiciones, porque como siempre sucedió, en el Buenos Aires entran los mejores alumnos, con los mejores promedios; es meritocrático, ingresan los que más saben, no los que más tienen». Las mujeres asienten. «Claro, teníamos la tranquilidad de que estábamos aquí por nuestro rendimiento en el examen, nadie nos había regalado nada, ni tampoco acomodado», remarcan Shila y Cristina.
Shila, que no egresó en el Buenos Aires porque le quedaron pendientes Física y Química -siendo hija de una doctora en química-, subraya las herramientas que le dio el colegio para rumbear hacía la literatura, que parecía ser su vocación. «Quiero destacar lo importante para mí que fue Enrique Pezzoni, profesor de Literatura, a quien tuve en cuarto año, una persona encantadora, sumamente pedagógica, que le daba confianza a sus alumnos y a mi me permitió volar, creer que podía».

Graciela valoriza «la cuestión terapéutica» que tenía Alberto Salas, profesor de Historia. «Una docente exigente, pero humano, que decía las cosas como son. Tenía como un don increíble que era manejar los problemas que teníamos los alumnos. Me insistió mucho para que no aflojara y para salir adelante, porque yo le había hecho saber que tenía problemas familiares. Se hizo querer».
Elisa y Cristina sonríen de antemano y ambas pronuncian Ronchi March. «¿Te acordás del profe de Latín?», le pregunta Cristina. «Sí, claro, Carlos Ronchi March. Era una maravilla, un gran maestro, que quedará en nuestros recuerdos hasta el final. Ojo, también le teníamos pánico, sobre todo cuando agarraba la lista de los alumnos y tomaba examen oral. Temblábamos», describe Elisa. «Además de latín, era uno de los más importantes especialistas en griego de la Argentina -agrega Cristina-. Nos hablaba de ‘La guerra de los mundos’, de Orson Welles, o de ‘El día de los trífidos’, de John Wyndham. Tenía mucha presencia, un poco terrorífica, no te lo vamos a negar».
Shila acota la presencia imponente de José María Monner Sanz, el padre del abogado Ricardo Monner Sanz. «Siempre con su moño perfecto y un vozarrón intimidante que decía ‘usted’. Me acuerdo que no quería bajo ningún concepto que en nuestro pupitre hubiera lapiceras, libros, hojas, nada. Todo debía estar debajo, pero las manos a la vista. Cuando él daba la orden, ahí sí teníamos que abrir nuestro pupitre, sacar la hoja, la lapicera y guay que se te cayera algo al piso. Te echaba del aula. Era de terror, una figura tirana, que algunas terminaron amando».
Por momentos la charla es un hermoso caos de anécdotas y recuerdos. Ellas son las protagonistas y Clarín es privilegiado espectador. Que las clases de gimnasia «para chicas», que el comienzo del «coro mixto», que los «imperdibles asaltos cada fin de semana de Martín Barry en su casa de Acassuso» o, como contrapartida, las fiestas sólo aptas para muchachas «en casa de Marcia Moretto en Vicente López». Fluye entre ellas, como si no se hubieran dejado de ver durante décadas. Bergman, la rectora, disfruta del culebrón.
Se matan de risa cuando recuerdan cómo eran observadas por los varones, como si fueran extraterrestres. «Claro, éramos apenas 25 chicas y ellos más de mil… Entonces muchas veces nos pasaba que estábamos en un recreo, por lo general siempre juntas, y veíamos cómo desde el piso de arriba decenas de pibes balconeaban, apoyados a la baranda, mirándonos como bichos raros», rememoran Shila y Cristina. «Pero no era intimidante ni tampoco una mirada que molestara, simplemente les llamábamos la atención», aclara Elisa.
Las masitas volaron, los pocillos están vacíos, pero ellas, dicharacheras, confiesan que estarían toda la tarde. «Estamos muy emocionadas del homenaje, de las notas, recién en estos años caímos de lo que hicimos. Fuimos precursoras, también fuimos valientes, porque no era sencillo estar acá en esa época… Y lo logramos y estamos aquí para contar la historia». Se abrazan hoy conscientes de lo que alcanzaron para las miles de alumnas que siguieron sus pasos.
AS