Aveces lo mejor que puede pasarle a una serie es no venir precedida de grandes campañas ni nombres internacionales en el cartel. Es un placer cuando uno descubre una ficción que no ha sido anunciada a bombo y platillo, de esas que funcionan gracias al boca-oreja y terminan por volverse virales. Es justo lo que ha sucedido con Desaparecido , la serie vasca que ha sorprendido este año colándose en el top de Netflix España. Con solo ocho capítulos, estrenados de forma semanal, Desaparecido ha demostrado que el misterio no necesita fuegos artificiales, sino buenas ideas, una ejecución cuidada y respeto por el espectador.
La premisa no podría ser más efectiva: un adolescente, Jon (interpretado por un debutante Jon Lukas), desaparece tras una noche de fiesta con sus amigos en plena montaña. La única pista es un vídeo en directo que él mismo colgó en redes sociales. A partir de ahí, la historia se despliega en dos líneas temporales -presente y pasado- que permiten ir desvelando quién era realmente Jon, qué pasó aquella noche y por qué todos los que lo rodeaban parecen saber más de lo que dicen.
Lo interesante de Desaparecido -que se rodó en dos versiones originales: castellano y euskera- no es solo su punto de partida, sino cómo lo desarrolla. Cada capítulo se centra en uno de los miembros de la cuadrilla y nos ofrece su punto de vista a medida que se va descubriendo cual era el auténtico perfil de Jon y de que todos tenían una cuenta pendiente con él.
La serie evita los giros espectaculares o la acción desmedida, y construye el suspense a partir de silencios, miradas esquivas y revelaciones dosificadas. En ese tono contenido, Itziar Atienza y Gorka Otxoa lideran un reparto sólido y creíble, en el que se agradece la frescura que aporta la ausencia de los rostros de siempre.

Jon Lukas da vida al desaparecido
NETFLIX