«A mi hermano Víctor Ramos, cuyo ímpetu, erudición y persistencia me persuadieron de escribir este libro». La primera dedicatoria que la periodista y escritora Laura Ramos anota en su más reciente trabajo, Mi niñera de la KGB (Lumen), marca la clave que atraviesa esa historia: la de la espía de élite África de las Heras, protagonista de misiones vertiginosas, crímenes históricos como el asesinato de León Trotski y de las tardes al cuidado de un grupo de chicos a los que les preparaba la leche en la Montevideo de los años 50 y 60. Laura y Víctor fueron atendidos por esa vecina, a la que siempre conocieron como María Luisa. Por eso, cuando su hermano le acercó información sobre la verdadera identidad de la mujer y sus antecedentes, Laura Ramos preguntó perpleja: «¿María Luisa, la niñera, la modista?».
 La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.
La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.Lo difícil, justamente, es responder esa pregunta inicial. Porque María Luisa no era nada de lo que parecía ser. Modista no era, y las pocas prendas que confeccionó en Montevideo lo dejaban claro. Aunque siempre servicial y encantadora para cuidar a los niños del grupo de intelectuales que integraba (y que espiaba), se sabe que no le gustaban los chicos. Ni siquiera su nombre era real. Ni ninguno de sus matrimonios estaba respaldado por una historia de amor, sino por la oportunidad de crear una fachada para su trabajo como agente de la KGB, el temible servicio secreto soviético. La historia era fascinante. Pero Laura Ramos dudó.
Hija del historiador y político trotskista Jorge Abelardo Ramos y de la feminista de izquierda Fabriciana (Faby) Carballo, Laura dejó atrás una infancia atravesada por el sueño de la revolución y se refugió en el siglo XIX, sus protagonistas e imaginarios. Alguna vez definió esa centuria como «mi siglo, mi espacio, mi hogar”, y prueba de ello son sus dos más recientes libros: el celebrado Infernales. La hermandad Brontë (Taurus, 2018), una fascinante biografía de Charlotte, Emily, Anne y Branwell, muy celebrada por lectores y críticos; y Las señoritas. Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX (Lumen, 2018), un mapeo de aquellas docentes importadas para fundar la escuela pública de la que aún se enorgullece este país.
Los dos libros son un muestrario de erudición y paciencia para dar con cada minúsculo dato. El «ímpetu, erudición y persistencia» que ella le reconoce a su hermano ahora parecen, en realidad, ser un bien de familia. Por eso, Laura Ramos respondió con reticencia a ese entusiasmo por una travesía de espías que la impulsaba de regreso a su infancia de niña en una familia revolucionaria. «Pero la prepotencia de la historia y del personaje se impusieron. No podía decir que no», admite ahora, en el inicio de este diálogo con Viva. Es un mediodía soleado, y la mujer que hace años fue mimada por una espía sanguinaria de la KGB no esconde los trazos de fascinación y de sorpresa que la investigación le ha dejado.
–Tu obra estaba en los últimos años centrada en el siglo XIX, sin relación con tu universo infantil ni las ideas revolucionarias de tus padres. ¿Te interesaba esa época de tu infancia?
–Me interesaba no volver a ella. Mi lucha había sido no volver. Pero volví. No voy a dejar mi siglo XIX o mis comienzos del siglo XX porque es mi identidad, pero pude visitar este período con afecto y con sentimentalismo, que es lo que a mí me gusta, aunque sea algo que tiene muy mala prensa ahora.
–¿Qué herramientas de tu trabajo periodístico y como escritora, construidas en torno a los imaginarios y a las personalidades del siglo XIX, fueron valiosas para abordar esta historia del siglo XX, que tiene otro tipo de personajes y lógicas?
–Yo me acerco a cualquier libro, y a este en particular, con una especie de identidad apócrifa de historiadora. Así me acerqué con Infernales a la vida de las hermanas Brontë, con esa culpa que tiene el historiador advenedizo en relación con la academia. Por eso hice ese libro con una especie de fanatismo por las citas y por las fuentes, porque me sentí en la necesidad de decirle al lector que estuve en Oxford buscando los diarios íntimos de Emily Brontë o, para Las señoritas, en las universidades estadounidenses que custodian las cartas de las maestras. Con ese mismo ímpetu de converso, de persona que tiene que dar mucho más de lo que se le exige, abordé esta historia.
Laura Ramos no fue la primera en bucear en la vida de María Luisa, nacida África de las Heras Gavilán en Ceuta el 26 de abril de 1909, en una familia de militares españoles tradicionales hasta el paroxismo. Como se estilaba (y esperaba), casi adolescente, África se casó antes de los 20 años, pero ese matrimonio no duró nada. De la somnolencia de una vida de ama de casa saltó a la lucha revolucionaria: primero en favor de la II República española, luego a la Segunda Guerra y, en algún momento de ese periplo, fue incorporada como espía del NKVD-KGB.
África tuvo muchos nombres falsos, pero lo que siempre permaneció fue el nombre en clave que había elegido: Patria, no por la española, sino por la rusa, a la que le ofrendó la mayor lealtad y para la que aceptó misiones que siempre cumplió con valentía y heroísmo, tanto si era saltar desde un avión sobre las tropas nazis, cargar una radio entre las trincheras, casarse con un uruguayo para afincarse en América Latina o planificar el asesinato de León Trotski.
 Una estampilla dedicada a África de las Heras, emitido en 2019 por Rusia.
Una estampilla dedicada a África de las Heras, emitido en 2019 por Rusia.
Memorias de dos espías
“Había un gran corpus sobre su vida formado fundamentalmente con dos fuentes provenientes de dos espías soviéticos que se habían pasado de bando. Uno era el de Vasili Mitrojin, que durante años escondía en sus zapatos pequeñísimas notitas con los nombres de los espías rusos en todo el mundo, que luego entregó al Reino Unido al desertar. Y el otro era Pavel Sudoplatov, que era un superior de María Luisa y que en su libro de memorias habla de África y la menciona como ‘nuestra mejor agente’. Entonces, tenía estos dos grandes corpus, pero no me quedé con ellos. Fui a Ceuta a entrevistar a la sobrina nieta de María Luisa, que es una mujer más bien convencional, de derechas, y que viene de un linaje de militares, y me contó cosas muy apasionantes de la familia y de lo que se decía en la casa. También fui a Tánger y a Cambridge para ver los papeles de Mitrojin. Allí encontré algo muy copado: mientras María Luisa estaba en Montevideo con nosotros, fue a Israel a entrenar espías y cooptó a una embajadora mexicana para los soviets. O sea, mientras parecía jubilada en un destino tranquilo, ella estaba en actividad permanente”.
–Otra fuente increíble fue el audio que dejó grabado una amiga y colaboradora de ella.
–Tenía el libro casi terminado cuando una persona me contacta con los hermanos José y Luis Ramírez, que son sus únicos verdaderos ahijados. A través de ellos llego al periodista Fernando Barreiro, un uruguayo que escribió la nota que develó toda la historia. Luego de esa publicación, él había recibido unas cintas de audio registradas por la madre de estos chicos, que había sido colaboradora de María Luisa. La mujer era viuda de uno de los dos hombres asesinados por María Luisa (el otro era un espía italiano también de la KGB, que fue su tercer marido). Entonces, fue clave encontrar a esta familia.
–Una diferencia sustancial entre las investigaciones previas y esta es que muchos de los materiales siguen siendo secretos. ¿Hay mucho que no sabemos de María Luisa?
–Muchísimo. Hay muchísimo que no sabemos porque son datos que están en los archivos secretos de la KGB. Si bien se abrieron parcialmente, lo que se supo fue apenas un chispazo. Además, de los archivos de Mitrojin en Cambridge hay muchísimas páginas que están inaccesibles para los investigadores. De hecho, hay una parte autónoma de mi libro que fue finalmente sacada y probablemente conforme otro libro, y es la que refiere al encargo que hace Stalin para que Trotski sea asesinado. Ahí está la historia de María Luisa en México con Frida Kahlo y Trotski, el amor de ellos, el atentado… Eran muchas páginas centradas en ese grupo trotskista, en la vida en la diáspora de Trotski, su mujer y todo el grupo que lo seguía, y del secretario que era el amante de mi madre, algo increíble.
 La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.
La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.–Un aspecto de la vida uruguaya de María Luisa es su prédica por liberar a las mujeres de los prejuicios referidos a la sexualidad. ¿Cómo fue eso?
–Es algo que vamos viendo a lo largo de la vida de María Luisa. Encontré testimonios de españolas que fueron compañeras de ella, y desde la adolescencia ya se dice que era muy liberal en lo sexual. Otra amiga militante de la Guerra Civil en Madrid también refiere que María Luisa era una joven muy liberal en lo sexual, que lideraba un grupo de resistencia republicana, y el mito es que se acostaba con todos. Yo, en un principio, pensé que era una calumnia, pese a que lo había contado un republicano. Hay tres franquistas que cito en el libro que testifican que María Luisa fue interrogadora durante la guerra y que era jefa de una patrulla de control de Barcelona. Pero cuando estuve en Cuba con la uruguaya Elsa Methol, amiga de mi madre e íntima amiga de María Luisa, ella me dijo sobre aquella leyenda: «Podría ser perfectamente». Es decir, no tenía ninguna información, pero no le pareció alocado ni fuera de lo esperable para el carácter de María Luisa, porque recordaba cómo les enseñaba a separar el sexo del amor, con esa militancia política, feminista y sexual que también mi madre tenía.
–María Luisa nace en una familia muy tradicional, con respecto a la que se siente ajena. Vos explorás una hipótesis sobre su origen.
–Sí, le pregunté a su sobrina nieta, que se llama como ella, África. María Luisa tenía un color más africano y, según me contó uno de sus ahijados, Ramírez, el pelo era casi mota. En una familia tan de derechas, tan franquista y con esta familia tan occidental físicamente, pienso que ella pudo haber sentido algún tipo de diferencia. Pero evidentemente hubo alguna herida que hizo que decidiera cortar por completo, de cuajo, definitivamente y hasta la muerte, con su familia y entregarse a otro credo. Ella les decía a los distintos amigos que había sido hija fuera del matrimonio de su padre y de una gitana. A otros les dijo que era hija de su tío y de una gitana. Cuando le pregunté a su sobrina nieta sobre esto, se mostró muy ofendida; me dijo que de ninguna manera, que era hija de su madre y que había en la familia varios miembros más morenos. O sea que por ahí fue una fantasía de ella o, también propongo la tesis en el libro, que fuera una mentirosa compulsiva. Me pregunto: ¿ella es mentirosa compulsiva por ser espía o se convirtió en espía para practicar su placer o su compulsión a mentir? Lo que sí me llamó muchísimo la atención fue pensar en esas generaciones que colocaban sus objetivos o sus deseos en ideas que estaban fuera de sí mismas, en contraposición a los deseos y delirios actuales de las personas que solo enfocan en la propia felicidad. Y eso también me planteó preguntas éticas: cuando María Luisa decide asesinar a un historiador uruguayo o cuando participó en el asesinato de Trotski, ¿tuvo algún resquemor ético o pensó que la táctica estaba justificada por la estrategia?
–¿Cómo se explica que ella permaneciera a lo largo de las décadas, y pese a los cambios que atravesó la historia rusa del siglo XX?
–Pienso que la participación en el asesinato de Trotski también pudo haber pesado, porque Stalin le prometió a Sudoplatov que la persona o las personas que intervinieran en esa operación iban a ser protegidas toda su vida, y esa promesa la cumplió. Ramón Mercader, el espía que disparó a Trotski (y que era amante de María Luisa), hasta su muerte vivió en la Unión Soviética o en Cuba protegido. Y ella también. Otra cosa que creo es que lo que dice Sudoplatov en su libro refleja la opinión establecida de la Unión Soviética sobre María Luisa: es una heroína, es nuestra mejor agente. Y de hecho esto se ve cuando ella muere, dónde es enterrada y, más recientemente, cuando Vladimir Putin, el presidente de Rusia, que fue un agente secreto, quiso plantar como heroína a un personaje que era una agente secreta como él.
 África Las Heras en Rusia, donde vivió sus últimos años y falleció en una foto difundida por el servicio de prensa del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia.
África Las Heras en Rusia, donde vivió sus últimos años y falleció en una foto difundida por el servicio de prensa del Servicio de Inteligencia Exterior de Rusia.–Es imposible leer tu libro sin conectarlo con Topos, de Hugo Alconada Mon, y la serie The Americans. Pasan las mismas cosas pese a que hay casi un siglo de distancia.
–También leí obviamente el libro de Alconada Mon y me encanta, y me he dado cuenta de que mi libro era una nota al pie del suyo, porque desarrollo lo doméstico y lo cotidiano de lo que él cuenta. Cómo María Luisa se tomaba el ómnibus, se iba hasta un cementerio, lloraban y hablaban de su supuesto hijo muerto y así sacaban información y luego documentación para los agentes secretos cuya misión era ir a Estados Unidos a investigar la bomba atómica. Ese era el verdadero y único objetivo de la Unión Soviética, y no espiarnos a nosotros, que éramos unos nada.
–¿Cómo reaccionaron los uruguayos, que la consideraron una amiga durante tantos años, cuando supieron que era una espía de élite de la KGB?
–Los amigos uruguayos, cuando se enteraron, hicieron enormes esfuerzos por tratar de creer que con ellos ella había podido ser ella misma, que con ellos había podido entregarse y abandonar su personaje, que había podido reposar de su trabajo de espía. Pero no: seguía trabajando como espía. Por supuesto que recibía el afecto de estos personajes adorables, lo recibía, pero no cejó en ningún momento, nunca dejó su personaje. Jamás, en ningún momento. Pero sus amigos, que eran amigos de mis padres, creían en su afecto y estaban admirados, porque trotskistas eran mis padres solamente; el resto eran más cercanos al Partido Comunista y tenían más razones aún para admirarla. Y aunque hubo algunas sospechas sobre ella, la gente lo desestimaba porque, claro, era una locura pensar que una señora tan bonita, tan elegante, tan modista, tan amorosa con los niños, ¿cómo iba a ser una espía? Ellos la trataban con un poco de condescendencia. Era como una tía mayor, que decía que no le interesaba la política, y ellos se sentían tan jóvenes y revolucionarios… Cuando se enteraron de que esa mujer a la que consideraban una señora modista se había tirado en paracaídas sobre los nazis, se sintieron un poco estúpidos, un poco engañados. Pero no se enojaron. Estaban orgullosos.
Laura Ramos, básico
- A mediados de los 80, se inició como periodista en Perfil y luego escribió en La Razón y Página/12. Sus columnas en Clarín (1991-1994) han tenido influencia perdurable en la crónica periodística.
- Su primer libro, reeditado once veces, fue Corazones en Llamas, en coautoría con Cynthia Lejbowics, que lleva más de cincuenta mil ejemplares vendidos.
 La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.
La escritora y periodista Laura Ramos retratada por Alejandra López. Foto: gentileza editorial Lumen.- También escribió Ciudad Paraíso (Clarín-Aguilar, 1996), Diario íntimo de una niña anticuada (Sudamericana, 2002) y La niña guerrera (Planeta, 2010).
- Más recientemente, publicó Infernales, un ensayo novelado sobre los hermanos Brönte, la mostró en una línea del todo singular y de gran fuerza narrativa; y Las señoritas. Historia de las maestras estadounidenses que Sarmiento trajo a la Argentina en el siglo XIX.
Mi niñera de la KGB, de Laura Ramos (Lumen),
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